Relato: Secuestro y primeras experiencias (2)





Relato: Secuestro y primeras experiencias (2)


Primeras experiencias 2



D�as m�s tarde, despu�s del desayuno, las tres recientes
internas, junto con otras ni�as novicias, sus nuevas compa�eras de aflicciones,
caminan hacia la peque�a sala para atender, en absoluto silencio, a la diaria
sesi�n matinal de cine pornogr�fico. Cada d�a de la semana los peque�os ne�fitos
asisten a maratonianas sesiones de cine porno, necesarias para su instrucci�n.
Los filmes se suceden sin descanso, ante las miradas atemorizadas y asustadas de
las atentas ni�as. La asistencia es obligada.......



I. Ni�a de once o doce a�os es violada en el
ascensor de su casa por dos j�venes desconocidos. Vuelve del colegio. Viste
uniforme escolar. Los dos adultos, que entraron con ella, detienen el
ascensor entre dos pisos, y se arrojan sobre ella. Los libros escolares caen
al suelo. Oprimen y cierran su boca con las grandes manos. La amordazan.
Atan sus manos atr�s, sobre la espalda. Le arrancan ferozmente las bragas,
as� como la falda colegial. Uno de ellos, sujet�ndola en el aire,
estruj�ndola contra la pared, la fuerza salvajemente. La desvirga por la
vagina. Con fuertes embestidas de caderas y nalgas, con los pantalones
ca�dos, el joven corpulento empuja furiosamente su enhiesto falo, machacando
a la v�ctima contra la pared. Pronto eyacula con fuertes gru�idos y
profundos bramidos. Se separa la descoyuntada y llorosa colegiala se
desploma al suelo.


Al
momento la ponen a cuatro patas. Aferrando las estrechas caderas de la
peque�a con ambas manos, el segundo hombre hunde su enorme verga entre las
carnosas nalgas infantiles, bien adentro, profundamente. La ni�a se retuerce
crispada por el intenso dolor. Llora a mares, a l�grima viva. Es enculada de
manera salvaje y brutal, con fogosos, vigorosos y ardorosos golpes. El
primer hombre, arrodillado ante ella, arranca la mordaza para hundir su
pringoso, convulso miembro en la retorcida y crispada boca. No terminan
hasta que no eyaculan dentro del inerme cuerpo de la ni�a. La colegiala se
desploma. Entonces se levantan, visten y arreglan sus ropas. Narcotizan a la
violada colegiala. Arrancan el ascensor que para en un piso. Llenos de
alegr�a, muy contentos, salen de �l, riendo a grandes carcajadas. La pobre
chiquilla sangra copiosamente, desmayada y desvanecida sobre el suelo.





II. Cr�a de siete a�os justos, rubia y sonrosada
como un angelote, de tierno, dulce y muy ani�ado rostro, c�ndida, pueril,
candorosa, inocente, aparece sentada en un banco, entre dos hombres, que
llevan los pantalones desabrochados y ca�dos a los pies. Las dos manos de la
peque�a son firmemente asidas, son vigorosamente apretadas, oprimidas,
estrujadas alrededor de los dos enhiestos miembros viriles. Los hombres
menean las manos infantiles de arriba a bajo, sin parar, frotando las
tiernas palmas de manera en�rgica, fogosa y fren�tica. La ni�a viste blusa
escolar, de escuela primaria, teni�ndola enrollada alrededor de la estrecha
cintura. Sus blancas bragas permanecen bajadas, alrededor de las
pantorrillas. Solloza a l�grima viva, con grandes y cristalinas l�grimas.
Gime sin parar, jadeante. Al fin, las dos tiesas vergas lanzan, hacia
arriba, potentes chorros de copioso semen, lechoso y viscoso, pringando las
diminutas manos y las mangas de la criatura, que mira atemorizada y asustada
a los r�gidos pr�apos. A continuaci�n, ya en otra secuencia, aparece, en
primer�simo y primer planos, el rostro inocente y dulce de la peque�a.



Cinco
enormes penes son frotados con fuerza contra el pelo, la cabeza y los
ruborizados mofletes de la criatura. Al final, los cinco miembros viriles
eyaculan copiosamente, derramando el lechoso y viscoso semen, pringando y
mojando los miembros infantiles frotados. Entonces un enorme pene negro se
hunde en la boquita abierta y jadeante de la peque�a, bien hasta el fondo,
forzando, a la jovenc�sima actriz, a abrir los labios y separar los dientes
como si estuviera en el dentista. El turgente, macizo falo entra y sale,
hundi�ndose profundamente dentro de la peque�a boca, frotando los ros�ceos y
babosos labios, los inmaculados dientes, arrastrando afuera gran cantidad de
fluida baba infantil. De repente eyacula. Entonces se extrae el convulso
miembro, ensalivado, pringado, babeado. La nena tose estrepitosamente,
expulsando bocanadas de copioso esperma. Su tierno, dulce rostro est�
sofocado, ruborizado, mojado de l�grimas, pringado de lechoso y viscoso
semen viril. Hilos de pegajoso esperma resbalan de su pelo sin parar,
untando el dulce rostro infantil............






III. Chiquilla de nueve, diez a�os a lo sumo,
aparece sobre un escabel bajo, sin respaldo. Viste corta t�nica blanca, de
la antigua Roma, que deja al desnudo sus estrechos hombros y uno de sus
p�lidos pechos. Porta una guirnalda de blancas flores sobre la rubia cabeza.
Reposa muy abierta de brazos y piernas. Sus mu�ecas y tobillos est�n
firmemente encadenados a grilletes fijos. Dos sonrientes senadores romanos
aparecen en escena. Acarician y besan a la ni�a en la cabeza, pelo y
mejillas. Dan una orden. Entran en escena dos corpulentos esclavos negros,
altos y fuertes, de cuerpos imponentes, de �bano, atl�ticos. Est�n desnudos
de pies a cabeza. Arrancan, sin contemplaciones, la braga de la peque�a
v�ctima, reci�n comprada en el mercado de esclavos. Enrollan la faldita de
la t�nica alrededor de la angosta cintura. Uno de los negros comienza a
frotar su abultado, duro y reluciente b�lano contra la cabeza, el pelo, la
cara, las mejillas, los labios bucales de la v�ctima.




El otro esclavo negro
est� arrodillado entre los muslos infantiles. Con fruici�n lame y repasa el
sexo lampi�o, ensalivando profusamente el cl�toris, la peque�a vulva, las
tiernas ninfas. A una orden de los senadores, el primer esclavo hunde el
enorme falo negro en la peque�a boca infantil, ahogando, asfixiando,
sofocando a la peque�a con la palpitante y estremecida carne de �bano. Se
hunde profundamente dentro de la c�lida y babosa boca. Entonces el segundo
esclavo se aprieta contra la cr�a entre los muslos infantiles. Comprime y
presiona el abultado b�lano contra la peque�a vulva. De una salvaje y
certera embestida de caderas, hunde el enhiesto falo negro en la vagina
infantil, bien adentro, hasta el fondo, desgarrando la apretada, angosta,
suave y tierna carne imp�ber, haciendo sangrar profusamente a la ni�a. Esta
da un grito horrible, tremendo, aterrador, espantoso. Crispada y retorcida,
punzada y aguijoneada por el enorme dolor, clava e hinca los peque�os
dientes en la convulsa y palpitante carne de �bano. El violador brama con
delirante placer. Siente el estremecido falo firmemente sujetado, apretado,
clavado, comprimido por los peque�os dientes. La ni�a es salvajemente
violada por ambos orificios, en impetuosas arremetidas, hasta que los
jadeantes, sofocados esclavos eyaculan copiosamente, bien adentro. Los
jubilosos senadores aplauden entusiasmados.








IV. Mujer de mediana edad, de costosas prendas y
joyas, espera sonriente, sentada sobre la cama de un dormitorio. Un hombre
descansa a su lado. La puerta se abre. Dos ni�as, de diez (o nueve) y doce
(u once) a�os, son empujadas adentro. La puerta se cierra. Es un burdel
infantil. La mujer se levanta para desnudarse por completo. El hombre la
imita. Las peque�as obedecen la orden de ella. Se quitan todas las prendas:
las cortas camisetas de tirantes, los ce�idos y apretados shorts, las
diminutas bragas de colores. Las ni�as sonr�en. Est�n muy avergonzadas,
sonrojadas y abochornadas. A una orden se sientan en dos sillas juntas, lado
a lado. El hombre y la mujer atan fuertemente, con correas, las manos y los
pies de las chiquillas, al respaldo y las patas de las sillas. Las ni�as se
dejan. No oponen resistencia. Est�n asustadas, nerviosas. Los dos adultos se
arrodillan frente a los temblorosos infantes. Con fruici�n lamen, chupan,
mordisquean, besan, maman y chupetean las peque�as vulvas infantiles. Los
dedos de los adultos pellizcan y retuercen los diminutos pezones sonrosados.
Son asimismo bien ensalivados y chupados, al igual que los redondos y
peque�os ombligos. Las dos sonrojadas ni�as est�n ya excitadas. El rojo
carm�n de la mujer se ha disuelto y diluido con la abundante saliva,
pringando los imp�beres y tiernos genitales.



El
hombre empuja su macizo miembro viril entre los entreabiertos labios y los
menudos dientes de la m�s peque�a. Sujetando la cabeza de la cr�a con ambas
manos no encuentra resistencia alguna al horadar y taladrar la boca
infantil con el enorme pr�apo. La mujer se monta a horcajadas sobre la mayor
de las dos ni�as, y comienza a restregar sus henchidos pechos contra el
enrojecido rostro. Con gran habilidad inserta el abultado pez�n en la boca
infantil, y obliga a la chiquilla a mamar y chupar como si fuere un beb� a�n
no destetado. La mujer da gemidos de desmedida satisfacci�n. Termina muy
excitada. Ahora es el turno de la otra ni�a. Repiten la operaci�n. El hombre
clava el empalmado miembro viril en la peque�a boca infantil, lo m�s
profundo que se puede. Embiste y empuja una y otra vez, sin parar un
instante. Las grandes manos varoniles aprisionan y aprietan la peque�a
cabeza de la chiquilla. La mujer est� muy satisfecha. Desatan a las cr�as.
Se levantan nerviosas, tr�mulas, muy avergonzadas y enrojecidas, muy
sofocadas.




Babosean abundante saliva. Han de tumbarse juntas sobre la cama, de bruces,
posando el bajo vientre sobre las almohadas, permaneciendo con los carnosos,
p�lidos y lindos culitos muy prominentes, abultados y abombados. La mujer se
ata a la cintura un gran olisbo. El hombre se agita el miembro con gran
vigor. Se tumban sobre las temblorosas, atemorizadas bardajes imp�beres,
aplast�ndolas contra el colch�n. Las p�rvulas gritan y gimen de dolor. Y as�
los dos adultos enculan a las cr�as, sin importarles el intenso dolor que
sufren. Cuando el hombre eyacula la pareja se levanta para intercambiarse
las v�ctimas. Las peque�as sodomitas son enculadas de forma fren�tica y
vigorosa, en apasionadas, ardientes, fogosas embestidas, en fieras y feroces
arremetidas. La mujer r�e enloquecida, enardecida, exaltada. Enculan
animosamente. El apasionado hombre derrama chorros en el angosto culito,
babeando de intensa felicidad. El film termina......







V. Chiquilla, de once o doce a�os, posa sentada
sobre el bajo vientre de un joven negro, muy alto, fuerte y corpulento, que
permanece acomodado sobre una silla de madera. La joven viste tan s�lo un
corto top de tirantes, de color blanco. No lleva bragas. Sus manos y pies,
sus tobillos y mu�ecas, est�n firmemente atados con cuerdas y correas, tanto
a las patas como al respaldo de la silla. El negro la est� sodomizando con
su enorme miembro viril, largo, gordo, duro, enhiesto, erecto, tieso,
grueso, de �bano, de dimensiones monstruosas. La ni�a sufre terriblemente.
Llora a l�grima viva, a mares. Gime y solloza desesperada. Su boca se crispa
y retuerce. Su menudo, ligero cuerpo se convulsiona y yergue estremecido.



El
experimentado negro la encula por largo tiempo, durante un cuarto de hora,
con embestidas lentas, suaves, pero muy profundas, muy punzantes,
obstinadamente, sin detenerse para descansar. En cada honda y lacerante
arremetida, el monstruoso falo casi desaparece por entero dentro del culo de
la chiquilla, que aparece dislocado, distendido, desgarrado, dilatado,
descoyuntado, rasgado, a punto de reventar. El borde del ano infantil est�
amoratado y tumefacto, es viol�ceo. El hombre muerde las mojadas y empapadas
mejillas infantiles, dejando profundas marcas de sus colmillos. Dentellea
las peque�as orejas. Retuerce y tortura las tiernas tetillas por debajo de
la corta camiseta. La chiquilla sufre terriblemente. Se queja
lastimosamente. Se retuerce y convulsiona, de lacerante dolor, sobre el
encantado adulto. Llora y solloza sin parar, derramando copiosas l�grimas.
Cuando el violador se derrama en el desgarrado culo infantil el film
finaliza.





VI. Hombre de mediana edad, completamente desnudo,
espera sonriente, sentado en el borde de la cama, en un dormitorio. La
puerta se abre. Una ni�a (de once a doce a�os) y otra ni�a (de diez a once
a�os) son empujadas adentro. La puerta se cierra. Las cr�as est�n
atemorizadas, asustadas. Es un burdel infantil. Est�n completamente
desnudas, de pies a cabeza. Se tapan los genitales con las peque�as manos.
El hombre les manda arrodillarse entre sus peludas piernas. Ellas obedecen
sin rechistar. A una en�rgica orden, las dos peque�as masturban y felacionan
simult�neamente el miembro viril, que pronto se yergue completamente r�gido,
tieso, enhiesto. El hombre gime con intensa satisfacci�n. Est� muy, muy
contento. Entonces ordena a la menor de las chiquillas tumbarse boca arriba
sobre la cama, con las piernas bien abiertas y separadas. La ni�a mayor ha
de colocarse un cintur�n del que pende estable un falo artificial de
mediano tama�o.



La
chiquilla mayor debe tumbarse boca abajo sobre la expectante peque�a. El
hombre, con la verga bien enhiesta, se tumba sobre ambas cr�as,
aplast�ndolas con su corpulento, pesado y peludo cuerpo varonil. El hombre
manipula el falo artificial y lo dirige hacia la vaginita de la menor. Lo
clava y encaja bien adentro, hundi�ndolo por completo. La infanta, ya
experimentada, comienza a moverse sobre la cr�a, hundiendo, penetrando e
incrustando su artificial pene en el angosto conducto, en la estrecha
vaginita infantil. El hombre est� muy contento de la experiencia de la
peque�a bardaje. La excitada cr�a aprieta y estruja, con las rodillas y los
muslos, las estrechas caderas de su peque�a amante. Suspira y jadea
deliciosamente, sintiendo intenso placer. Sonr�e encantada. El hombre ya no
puede aguantarse. Con fuertes embestidas logra clavar y hundir el enorme
miembro viril dentro del culito de la chiquilla mayor, entre las p�lidas y
tiernas nalgas infantiles.



El
baboso hombre viola a la indefensa cr�a hasta derramarse delirantemente. Las
fogosas, apasionadas, vigorosas arremetidas del hombre empujan y clavan, una
y otra vez, el enhiesto y r�gido pene infantil muy adentro de la angosta y
tierna vagina. En una posterior secuencia, en el mismo "menage � trois", la
enculada bardaje infantil sodomiza a la inm�vil chiquilla, tendida de
bruces. Cuando el hombre eyacula en el culito de la mayor no se resiste por
m�s tiempo. Bruscamente empuja y aparta a la reventada peque�a a un lado. Se
acuesta y tiende sobre la cr�a, aplast�ndola con su pesado y corpulento
cuerpo. Clava la "estaca" en la peque�a vagina infantil sin respeto alguno.
Enco�a a la ni�a con vigorosas embestidas, de manera encendida, desenfrenada
y apasionada. Para la pobre criatura ya no es un placer. Es un
aut�ntico suplicio. El miembro viril es mucho m�s grande y gordo que el de
su amiga mayor. Duele terriblemente. Es un dolor insoportable, lacerante,
punzante, intenso. Llora y solloza a mares. Gime y grita lastimosamente, de
manera horrenda y sobrecogedora. Se retuerce convulsivamente, con gran
impotencia y sufrimiento. El viejo cincuent�n est� muy, muy encantado. Babea
y babosea por el intenso y delirante goce sexual.







VII. Peque�a de doce a�os, a lo sumo, espera en el
sal�n de su casa, acompa�ada de su "madre". Viste inmaculado vestido blanco
de primera comuni�n (o bien uniforme colegial). Llaman a la puerta. Cuatro
hombres de mediana edad saludan a la "madre" y entran en casa. Hablan
amistosamente. Los hombres no quitan los ojos de la chiquilla, que espera
avergonzada, muy sonrojada, en completo silencio. Los hombres dan varios
billetes de dinero a la "madre". Entonces entran todos en el dormitorio. Los
adultos se desnudan por completo y comienzan a menearse y agitarse los
miembros viriles. Poco a poco se vuelven duros, r�gidos, tiesos y enhiestos.
La cr�a ya est� esper�ndolos. Permanece arrodillada a cuatro patas sobre la
cama, con la cara escondida entre los codos, reposada sobre la colcha. La
mujer, completamente desnuda, felaciona y masturba a los hombres, de dos en
dos. La peque�a no lleva bragas. Espera quieta e inm�vil sobre la cama, con
la falda arremangada sobre los desnudos p�lidos lomos, con el prominente
culo bien abombado.



Uno a
uno, los cuatro hombres follan y enculan a la infanta, a voluntad, con
fuertes sacudidas y vigorosas embestidas, hasta derramarse bien dentro,
mientras agarran, con ambas manos, las estrechas caderas infantiles. La
mujer se afana en masturbar y felacionar a los hombres. Despu�s, los cuatro
clientes se dividen en
dos grupos, de dos cada uno, y as�, por turnos follan a la p�rvula
simult�neamente, ocupando tanto su boca como su vagina y ano. La peque�a
gime de dolor, lastimosamente. Los encantados hombres limpian sus pringosos
penes con la falda del vestido de la ni�a. En otra escena, la misma
chiquilla posa arrodillada sobre la silla, con la cara ocultada entre los
brazos, con los codos apoyados en lo alto del respaldo. La falda pringada,
de su vestido de primera comuni�n, est� enrollada, atada alrededor de
su estrecha cintura. La "madre", tambi�n arrodillada en la silla, justo
detr�s de su peque�a "hija", la encula por largo tiempo, mediante un olisbo
ajustado a sus anchas y firmes caderas femeninas. La ni�a gime y solloza
atormentada, dolorida. Llora a l�grima viva, a mares. Se queja
lastimosamente todo el tiempo.



Los
cuatro mismos clientes han pagado para contemplar la maternal violaci�n
anal. Aplauden con ganas. R�en encantados. La "madre" masturba a su
"peque�a" mientras embiste y arremete con pasi�n, furor y violencia. En la
siguiente escena, ante los cuatro hombres, la peque�a es enco�ada por su
"madre" que usa el mismo olisbo. La mujer est� tumbada boca arriba, y la
chiquilla montada a horcajadas sobre el bajo vientre de la adulta, teniendo
el falo artificial bien insertado, introducido y ensartado dentro de la
vagina. La mujer empuja hacia arriba con �mpetu y fuerza, clavando,
ensartando a la infeliz cr�a.





VIII. Sobre una cama deshecha descansa, recostado boca arriba, un
hombre corpulento y robusto, cincuent�n, calvo, velludo. Dos ni�as, una de
diez u once a�os y otra de ocho o nueve a�os, se afanan en mamar, chupar,
engullir, succionar, relamer y chupetear su enhiesto y enderezado miembro
viril, repas�ndolo de arriba abajo con sus mojados labios, con sus carnosas
lenguas. La m�s peque�a, de diminuta boca de pi��n, se esfuerza y atarea con
el redondo y turgente glande, que apenas cabe entre sus tiernos labios bien
abiertos. Lo ensaliva copiosamente, lo empapa de fluida baba, dej�ndolo bien
brillante y reluciente. La otra chiquilla, m�s diestra y veterana, lame y
chupetea los peludos test�culos varoniles, as� como la ra�z y el tronco del
henchido, r�gido, tenso pr�apo. A una se�al del complacido hombre, las dos
cr�as dejan de mamar y chupar. Sus peque�as manos agarran el grueso,
enderezado falo. Lo sacuden, agitan y menean de arriba abajo, sin parar
siquiera un instante. Se divierten de lo lindo. El hombre hace otra se�al.
La chiquilla mayor ya sabe lo que tiene que hacer. A horcajadas, bien
separada de muslos, se monta sobre el bajo vientre del hombre. Con una
mano agarra la enorme verga y la inserta despacio en su peque�a vagina. Una
vez bien adentro, la cr�a comienza a balancearse y mecerse de arriba abajo,
como si fuera una experta amazona, apoyando las manitas sobre el peludo
pecho del encantado adulto. Cabalga con potentes sacudidas de caderas. El
enhiesto miembro desaparece en el interior de la vagina infantil una y otra
vez, a velocidad cada vez mayor.



Las manos del
hombre palpan las carnosas nalgas, manosean los regordetes gl�teos de la
peque�a prostituta infantil. La otra cr�a no pierde el tiempo. Sujeta en su
peque�a mano un enorme falo artificial. Debe obedecer lo mandado. As� que,
sin dudarlo un instante, lo empuja, lo inserta, lo hunde, lo clava bien
dentro, del dilatado y distendido ano varonil. Debo agitarlo y sacudirlo sin
parar, friccionarlo, rozarlo, frotarlo contra el ancho y expandido recto
varonil. La chiquilla mayor, que s�lo viste calcetines blancos y corta
camiseta colegial n�vea, as� como un lazo blanco en lo alto de la cabeza,
cambia r�pidamente de orificio. Esta vez toca el turno al lindo culo.
Agarrando el enorme pr�apo por la ra�z, lo clava y hunde en su angosto,
ce�ido, estrecho y apretado ano. Grita, gru�e y a�lla de intenso dolor, pero
est� ya un tanto acostumbrada.



Queda bien
empalmada y encajada a la enorme verga. Est� bien empalada y ensartada. Y
as� fornica con el encantado cincuent�n, quien babosea de delirante placer
carnal. La experta prostituta infantil monta a horcajadas sobre el hombre,
cabalg�ndolo con vigorosos, fogosos, impetuosos, ardorosos, incansables
golpes de nalgas. Copiosas y grandes l�grimas resbalan sin parar sobre las
ruborizadas, enrojecidas mejillas de la peque�a. La experimentada ni�a -
prostituta solloza y llora de dolor, gimotea y suspira de sufrimiento, se
queja, gime y se lamenta lastimosamente. El ardiente y apasionado cincuent�n
empuja sus caderas, su pelvis hacia arriba, una y otra vez, con el fin de
facilitar la labor de la cr�a m�s peque�a. El agrandado y expandido ano
varonil es forzado, violado salvajemente por la infatigable, entusiasmada
y emocionada p�rvula. El excitado adulto goza mirando la cara de enorme
sufrimiento de la chiquilla mayor, empapada de copiosas l�grimas.








IX. Tres ni�as cautivas,
hermanas de diez, once y doce a�os (o bien de siete/ocho, nueve y diez a�os
tan s�lo) aguardan juntas en el h�medo y oscuro calabazo. Visten tan s�lo
cortas y ligeras t�nicas de esclavas. Van a ser martirizadas horas m�s
tarde, en el anfiteatro. Es la imperial �poca de Ner�n. Como la ley
romana es determinante, y prohibe el suplicio, el martirio de ni�os
v�rgenes, los soldados pretorianos, carceleros de las peque�as, deciden
desflorarlas y desvirgarlas antes de que sea demasiado tarde. Las sacan
brutalmente de la celda. Sujet�ndolas con firmeza, ejecutan el sorteo ante
las miradas aterradas y asustadas de las pobres inocentes v�ctimas. No hay
esperanza alguna para ellas. Los tres palos m�s cortos se�alan a sus
afortunados poseedores. Ellos tres van a ser los dichosos violadores. Las
llorosas ni�as son arrastradas al soleado patio trasero. Colocan tres
peque�as cruces en aspa, de madera, sobre el suelo, una junto a la otra. Las
cr�as son r�pidamente desnudadas de pies a cabeza. Sus peque�as t�nicas son
arrancadas violentamente, sin compasi�n. Los afortunados carceleros ya est�n
desnudos por entero. Sus r�gidos y enhiestos miembros viriles palpitan y
convulsionan libremente. Se los menean con ardor, se masturban con frenes�.
Las aterradas chiquillas gimotean todo el tiempo, lloriquean sin
parar, muy asustadas. R�pidamente son, de manera violenta, colocadas
boca arriba sobre las tres peque�as cruces de madera. No hay salvaci�n para
ellas. Sus menudos bazos y piernas son estirados y separados con brutalidad.



Las
manitas y los diminutos pies son fuertemente atados, amarrados, con cuerdas
y sogas, a las aspas de las cruces. Apenas pueden moverse. Los
sonrientes afortunados se acercan a las cruces. Se masturban furiosamente
ante las miradas aterradas de las criaturas, sobre los lindos, dulces y
tiernos rostros infantiles, abochornados, ruborizados y enrojecidos,
empapados, mojados y ba�ados de copiosas, fluidas y cristalinas l�grimas,
que se derraman sin cesar. Muy excitados, con los falos muy enderezados y
levantados, se acuestan al un�sono sobre las indefensas cr�as. Las aplastan
contra las cruces, con sus cuerpos robustos, pesados, fuertes y corpulentos.
Las ni�as resoplan y resuellan angustiadas. Gimen y gru�en de dolor,
gimotean y balbucean lastimosamente. Sus peque�as espaldas sudorosas son
hincadas y clavadas a la madera astillada, caus�ndoles cortes, heridas y
rasgu�os. Los otros carceleros se agachan junto a las peque�as hermanas para
no perderse el excitante y lujurioso espect�culo. Se masturban
fren�ticamente, con verdadera pasi�n, justo encima de las lindas caras
infantiles, surcadas por abundantes y copiosas l�grimas cristalinas.



Al fin,
las ni�as son bien desvirgadas y desfloradas, y experimentan enormes
sufrimientos, como nunca antes en sus cortas vidas. Los afortunados soldados
las violan salvajemente. Las empalan, ensartan, atraviesan y horadan
salvajemente. Las embisten y clavan con ardorosos y fren�ticos fuertes
golpes de caderas y nalgas. Cuando finalmente se derraman dentro de
las desgarradas, ensangrentadas vaginas infantiles, se derrumban extasiados,
sudorosos, jadeantes, con los rostros llenos de radiante felicidad. Otros
compa�eros toman r�pidamente su lugar. Una vez desvirgadas, las pobres ni�as
pueden ser violadas a placer. A�n resta mucho tiempo hasta el martirio. Por
turnos de tres hombres, las pobres peque�as hermanas son violadas
vaginalmente, a la vez, al mismo tiempo. Cada una de las tres hermanas es
salvajemente enco�ada por otros dos miembros viriles m�s, terminando
inundadas, anegadas, rebosantes, empapadas y pringadas de copioso semen.







X. Ni�a girl-scout de once o doce a�os pasea sola
por el bosque, cerca del campamento infantil de verano. Se entretiene con
las mariposas y los p�jaros. Es un magn�fico y soleado d�a de verano. De
repente dos viejos vagabundos se abalanzan y saltan sobre ella, la sujetan
violentamente, le amordazan la boca, y la narcotizan con un pa�uelo. En la
siguiente escena, la cr�a aparece de pie, de espaldas a la c�mara, llorando
a l�grima viva, a mares, con el soberbio cabello suelto y despeinado. Es el
interior de una peque�a caba�a del bosque. Viste tan s�lo blancas bragas
lisas y calcetines blancos de girl-scout. Sus manos, levantadas bien arriba,
est�n firmemente amarradas con cuerdas que cuelgan del techo. Aparecen los
dos viejos vagabundos. Est�n completamente desnudos. R�en a carcajadas,
plenamente satisfechos y contentos. Se mofan groseramente de la peque�a.
Entonces, en un gesto brusco y violento, tiran con fuerza de las peque�as
bragas hacia abajo, apareciendo el hermoso, p�lido, carnoso y tentador culo
de la chiquilla. Febrilmente lo manosean, lo pellizcan, lo soban, lo
estrujan, lo aprietan a placer. Insertan sus huesudos y largos dedos en el
ojete virginal, y los menean bien adentro, con fogosas sacudidas, con
vigorosas embestidas. La nena chilla agudamente, grita lastimosamente,
derrama abundantes l�grimas. Sustituyen los r�gidos dedos por un
enorme pepino de campo. El dolor se hace m�s intenso, punzante, lacerante y
abrasivo.



La ni�a
se retuerce desesperadamente, se agita convulsivamente, lacerada, punzada y
crispada por el insoportable dolor. En las siguientes escenas es ya
doblemente violada por los dos viejos vagabundos, a placer, sin resistencia
alguna, en la m�s absoluta indefensi�n. La pobre v�ctima permanece todo el
tiempo atada de pies y manos a los barrotes de la cama, vistiendo �nicamente
los blancos calcetines. En la primera secuencia, aparece ella
arrodillada a cuatro patas, mientras los dos hombres la violan
simult�neamente, el primero por la boca, y el segundo tanto por el ano como
por la vagina, de manera alternada. En la segunda secuencia, la
peque�a v�ctima aparece tendida boca abajo, sobre uno de ellos, mientras que
el segundo hombre est� acostado boca abajo sobre ella, aplast�ndola contra
su propio compa�ero. Es entonces cuando la peque�a es sometida a doble
violaci�n, simult�nea, tanto vaginal como anal. Y por �ltimo, en la
tercera secuencia
, la pobre cr�a yace tendida boca arriba sobre un
viejo, quien fuerza y viola su trasero desde abajo, mientras que el
segundo vagabundo la enco�a desde arriba, estando acostado sobre la pobre,
infeliz y desdichada girl-scout.







XI. Chiquilla colegiala, de doce a trece a�os, entra
atemorizada en una sala del orfanato. Ha sido cogida en falta grave durante
las clases vespertinas. Al final de la jornada escolar debe recibir el justo
correctivo. La han sorprendido masturbando a una de sus compa�eras, por
debajo del pupitre, durante una de las clases. Estaban ambas con las bragas
deslizadas y medio bajadas bajo las amplias faldas escolares. Adem�s es
reincidente. Debe recibir un muy severo castigo, una inolvidable disciplina.
Cuatro maestros y la directora del orfanato la esperan con ganas. Nada m�s
entrar, con la puerta cerrada tras de s�, la insultan, la abochornan con
palabras crueles, con groseros calificativos. Le ordenan desnudarse por
completo. La pobre colegiala, permaneciendo de pie, profundamente
avergonzada, enrojecida y abochornada, se desprende de la falda, la
blusa, las blancas bragas, y finalmente los zapatos. Quiere quitarse los
calcetines blancos de algod�n, pero se lo impiden. Se acercan a ella. Le
sueltan y desatan el pelo, que cae, en cascada, a lo largo de su lisa
y p�lida espalda. Se lo despeinan, se lo enmara�an. Entonces la atan, de
manos y pies, a dos columnas paralelas. Sin esperar a m�s tiempo, la azotan,
la flagelan, la fustigan con varas, con l�tigos, en las nalgas, muslos
y espalda, en medio de salvajes gemidos, en medio de delirantes bramidos,
con fogosidad inusitada. La chiquilla llora a mares, se convulsiona
violentamente, de pies a cabeza, chilla lastimosamente, grita
desesperadamente.




Finalmente la desatan, la ponen a cuatro patas sobre el suelo. Los adultos
ya est�n completamente desnudos. Le advierten que el aut�ntico castigo
comienza ahora mismo. Dos profesores se arrodillan. Uno delante de ella, el
otro justo detr�s. Nota las manos sudorosas del segundo asir firmemente sus
estrechas caderas. Entonces la violan doblemente. El primero ya ha hundido
el enorme falo en su abierta boca. Embiste fuerte, muy adentro, golpeando la
garganta de la ni�a sin piedad alguna. El segundo clava su enorme verga en
el ano infantil. Va y viene dentro de su trasero, le hace un da�o
insoportable y terrible. Cuando eyaculan se levantan. Otros dos profesores
toman su lugar. Su boca es de nuevo ocupada por tr�mula y gorda carne viril.
Esta vez perdonan su culo. Es brutalmente enco�ada, con fuertes y vigorosas
acometidas. Terminan inundando los orificios infantiles. Ahora es el turno
de la directora. La cr�a mira aterrada el monstruoso artificio que pende de
las anchas caderas femeninas. Es un enorme olisbo, muy grande, muy gordo,
r�gido, erecto, tieso, enhiesto, muy duro y recio. Es amarrada por los
cuatro hombres, que se emplean a fondo en sujetar firmemente a la
desesperada colegiala. La mujer se arrodilla justo detr�s. Aferra las
estrechas caderas infantiles. Sin vacilar hunde y clava el enorme artificio
entre las tiernas nalgas, entre los deliciosos gl�teos. La mujer r�e con
ganas, muy contenta, satisfecha. Encula enloquecida, con entusiasmo.








XII. Sobre la
cama deshecha de un dormitorio, dos ni�os varones, de nueve y diez a�os
exactos, fornican a la vez con una cr�a de no m�s de once a�os, ante la
mirada complacida y entusiasmada de un cliente del burdel infantil. El
cincuent�n est� completamente desnudo. Se masturba acaloradamente mientras
contempla, con enorme deleite, la lujuriosa exhibici�n. La chiquilla aguanta
serenamente las impulsivas acometidas de sus dos peque�os compa�eros,
permaneciendo en el medio, con las piernas bien abiertas y separadas,
tumbada de bruces sobre el mayor. Es violada simult�neamente. Sus dos
orificios son henchidos, al mismo tiempo, por los dos penes infantiles. La
m�s peque�a verga perfora y dilata su ce�ido, apretado, angosto ano.
La cr�a suspira, jadea y gime deliciosamente, enormemente excitada. Est� muy
contenta y encantada. Los peque�os jadean encendidos y acalorados. El hombre
no puede aguantarse por m�s tiempo. Sube a la cama y bruscamente echa a un
lado al cr�o m�s menudo. Quiere estrenarse con la chiquilla.



Se
acuesta de bruces sobre la pareja. Aplasta y revienta a los dos peque�os con
su robusto, corpulento, fornido, macizo, recio cuerpo viril. Los dos ni�os
resoplan y resuellan, estrujados por el pl�mbeo y pesado hombre. El
chiquillo est� ya exhausto y extenuado. Ha dejado de embestir, de
empujar. Jadea velozmente, sofocado y asfixiado por el gran esfuerzo. La
ni�a mira horrorizada hacia atr�s, hacia la cara del hombre, en cuanto
siente el abultado, gordo b�lano plantado entre sus apartados y separados
gl�teos, y empujado vigorosamente contra su esf�nter, contra su ojete.
Chilla y a�lla espantosamente cuando el enhiesto y grueso falo perfora,
taladra, fuerza, viola y horada su ardiente culo, cuando el r�gido,
tieso y carnoso pr�apo ensancha, expande, dilata y distiende el angosto,
ce�ido, apretado, estrecho recto. Bien empalada, ensartada y clavada, la
ni�a sufre terriblemente al ser enculada por el robusto hombre, quien
babosea de intenso placer.



La
martirizada cr�a gime, solloza, lloriquea, suspira lastimosamente, sufriendo
lacerante, punzante, intenso dolor. Abundantes grandes l�grimas recorren sus
ruborizadas y empapadas mejillas. La peque�a se debate, crispa, retuerce,
contrae, agita y zarandea desesperadamente, estrujada, despachurrada,
aplastada por el hombre. Ensarta, clava y empala a la infeliz chiquilla como
si fuese un pollito al horno. Al fin termina el suplicio para la pobre ni�a.
El babeante cincuent�n se derrama copiosamente, pringando y colmando el
ce�ido culo infantil de lechoso, caliente semen.........







XIII. Sentados en un sof� un hombre cuarent�n, dos
ni�as, de ocho y diez a�os justos, y un ni�o de apenas nueve a�os,
contemplan aburridos los dibujos animados de la tele. Supuestamente son
padres e hijos. Est�n solos en casa. Es verano. Los ni�os est�n de
vacaciones estivales. Hace tanto calor que todos ellos visten tan s�lo
calzoncillos y braguitas blancas. El hombre se levanta para traer una cinta
de v�deo. La inserta en el aparato. Para agradable sorpresa de sus peque�os
hijos se trata de un film pornogr�fico. Los rostros infantiles se tornan
alegres, alborozados y regocijados. Aparecen en pantalla dos lindas
actrices, arrodilladas ante el enorme pene de un joven negro sentado.
Lo maman con fruici�n. Las encantadas ni�as suspiran emocionadas. No quitan
los ojos de la pantalla. Escudri�an con gran deleite. El encantado
padre se quita los calzones. Su miembro viril aparece erguido, enhiesto y
levantado. Las chiquillas se abalanzan sobre el r�gido falo. Lo empu�an
apasionadamente. Pelean entre ellas. Como casi siempre vence la mayor. La
cr�a m�s peque�a protesta airadamente. Se queja y lamenta con enojo, con
gran enfado y rabia.


El hombre es muy comprensivo. A�pa al ni�o para bajarle y
quitarle del todo los diminutos calzoncillos blancos. El peque�o, menudo
pene del cr�o se exhibe erguido, r�gido, tieso y enderezado. El enrojecido
chiquillo se sienta de nuevo. La peque�a se contenta al momento. Se
arrodilla entre las piernas de su supuesto hermano. Chupa, lame, repasa con
satisfacci�n la peque�o verga. La ni�a mayor ensaliva y leng�etea el
enhiesto miembro viril de arriba abajo, sin olvidarse de resquicio alguno.
La cr�a est� m�s que entusiasmada. Sobre la pantalla una de las j�venes
actrices cabalga a horcajadas sobre el enorme, enhiesto pr�apo negro. La
otra actriz encula y sodomiza a su compa�era con un falo artificial,
agarrado firmemente. El padre se�ala la pantalla a su ni�a. La
chiquilla observa atentamente. Comprende al momento. Con emoci�n se monta a
horcajadas sobre los genitales de su adorable pap�. Se abraza a �l con
pasi�n. El hombre ayuda, a la ni�a, a introducir la r�gida verga en la
peque�a vagina infantil. La peque�a hace un expresivo moh�n de dolor.
Suspira y gime lastimosamente. Pero no es la primera vez. Est� un tanto
acostumbrada.



Con ardor, denuedo y br�o, la fervorosa chiquilla se
mueve, agita, mece y balancea de arriba abajo, sin parar un instante. El
gozoso pap� perfora el angosto ano infantil con el dedo gordo, el
pulgar. A un lado, la infanta m�s peque�a imita a su hermana mayor con
arrebato. La cr�a est� a horcajadas sobre el jadeante y sudoroso chiquillo.
La tentadora p�rvula suspira excitada con los ojos cerrados. Se mueve
fren�ticamente de arriba abajo, con el pene infantil bien ensartado en su
diminuto ojete. El hombre eyacula copiosamente. La ni�a mayor se desploma
sobre el sof�. Est� exhausta, sofocada, extenuada. Jadea, resopla y resuella
estrepitosamente. El hombre quiere m�s. Est� encendido. Espera a que los
peque�os terminen agotados. Agarra a la cr�a con delicadeza. La asienta
sobre sus genitales. La p�rvula ya sabe lo que le espera. Colabora con el
adorado y querido pap�. Con ambas manos aparta y separa sus gl�teos al
m�ximo.



El enhiesto pr�apo es empujado bien adentro, empalando,
taladrando y rellenando el angosto ano infantil, con tr�mula, compacta,
recia, maciza y dura carne viril. La ni�a solloza y gime, llora y gimotea,
lloriquea y suelta fluidas l�grimas cristalinas. La peque�a aguanta como
puede el punzante, lacerante, hiriente, agudo, intenso dolor. A�n no est�
acostumbrada y habituada, pero, poco a poco, lo est� cogiendo gusto.
El adorable pap� estruja las peque�as tetillas, pellizca y retuerce los
diminutos pezones. Mordisquea, relame las orejas y los mofletes de la cr�a.
El hombre encula a la infanta de manera delicada y suave, cari�osa y tierna,
con lentas embestidas, siempre profundas y hondas. Los hermanos mayores
contemplan anonadados la enculada. Est�n alelados, boquiabiertos, arrobados,
embelesados. Se agachan para escudri�ar c�mo el enhiesto pr�apo es empujado,
una y otra vez, en el hinchado, turgente ano infantil, c�mo se hunde en cada
embestida, desapareciendo casi por entero en cada arremetida. La cr�a mayor
chupa, lamisca y mama con fruici�n el tieso y empinado pene del
chiquillo. Ya sabe lo que debe hacer. Lo recuerda el adorado pap�. Se
monta a horcajadas sobre el ruborizado, sonrojado ni�o, agarr�ndose al
respaldo del sof�. Al momento se mete el tieso, delgado, flaco y enjuto falo
infantil en la rezumante, pringada vaginita, muy adentro. Lo cabalga
fren�ticamente. Por fin el hombre eyacula dentro del culito de la ni�ita. Lo
satura y atiborra de caliente leche viril....��.







XIV. Un hombre elegante, cincuent�n, llama a la puerta
de un piso particular. Una se�ora le abre. El hombre pasa. Se cierra la
puerta. En el sal�n de estar, acomodados en sillones, charlan animadamente
mientras beben alcohol. La mujer toca un timbre. Al poco tiempo, entran
cuatro ni�as de nueve, diez, once y doce a�os. El sujeto no quita ojo de las
chiquillas, que aguardan juntas sentadas en el sof�, quietas, modosas,
silenciosas. El hombre dice que a�n no se ha "cepillado" a la p�rvula. No la
ha "catado". Le encantar�a pasar toda la noche con ella, a solas. Ma�ana no
tiene que madrugar. No hay escuela. Las ni�as mayores suspiran aliviadas.
Sonr�en alegres. La cr�a tiembla de pies a cabeza. Es un cliente especial,
muy raro, seg�n ha o�do de las ni�as mayores. La mujer exige a la peque�a
acercarse al cliente.



La cr�a
se levanta diligente para arrimarse al forastero. Se coloca de pie entre las
rodillas del cliente. La ni�a viste una ce�ida camiseta que deja al desnudo
su ombligo redondo, su hinchada y linda barriguita. La mujer le manda
desabrocharse la bragueta del ajustado pantaloncito hasta el �ltimo bot�n.
La azorada y embarazada cr�a obedece sin rechistar, sumamente avergonzada,
abochornada, ruborizada. El encantado adulto no lo piensa dos veces. Alarga
la rolliza mano para escurrirla por la abierta bragueta. Para su grata
sorpresa la linda peque�a no lleva bragas. El complacido hombre soba, palpa,
estruja, pellizca, toca, manosea, roza y acaricia los lampi�os, imp�beres
genitales a placer, y, por m�s tiempo, los lindos, blandos, tiernos,
pulposos, carnosos gl�teos de la temerosa, tiesa, nerviosa ni�a. Le encanta
la chiquilla. Es mona. Tiene un lindo, precioso, delicioso culito� Se queda
con ella toda la noche. Con vigor la mujer tira del pantaloncito hasta abajo
del todo, hasta los temblorosos tobillos de la infanta. El hombre r�e
encantado. Se levanta, atrapa la menuda mano de la p�rvula y se la lleva a
su dormitorio. La nena se tropieza a menudo con los tirantes, tensos,
estirados pantaloncitos, arrastrados por el suelo, enroscados alrededor de
sus menudos pies desnudos.



La
azorada, aturdida chiquilla mira hacia atr�s, a la se�ora, a las ni�as
mayores. Camina vacilante, perpleja, apurada, insegura, desorientada,
confusa, temblorosa. El cliente magrea las nalgas de la cr�a a placer. La
puerta se cierra. Ya en el dormitorio infantil, el hombre pide a la peque�a
que se quite el pantaloncito y la camiseta. La ni�a obedece r�pido. Le exige
que se postre sobre manos y rodillas en la cama. La p�rvula acata sin
rechistar. De repente el cliente ata apretadamente una gruesa, opaca, negra
venda sobre los ojos de la cr�a. La inm�vil, quieta, inmovilizada chiquilla
tiembla de pies a cabeza. Jadea ruidosamente. El hombre agarra las menudas
manos y las junta sobre la enjuta espalda, bien atr�s. Las ata firmemente
con una gruesa cuerda. La peque�a tiembla a�n m�s. El cincuent�n se desnuda
r�pido. Agita y menea su ya enhiesto miembro. Se arrodilla justo enfrente de
l estremecida ni�a. Rudamente tira de las dos coletas infantiles hacia bien
arriba. La cr�a grita de dolor. Le duele mucho. Entonces el hombre hunde y
clava el r�gido, tieso falo dentro de la crispada boca infantil. Apretando y
estrujando con ambos manos la peque�a cabeza, el hombre viola la boca de la
chiquilla en fuertes, fren�ticas embestidas, golpeando, machacando, con su
abultado y duro b�lano, el gaznate infantil. La ni�a llora, solloza,
lloriquea. Copiosas l�grimas resbalan sobre sus empapadas, ardientes
mejillas. No puede soltarse. El b�lano varonil es golpeado una y otra vez
contra la garganta de la p�rvula.



El
enorme falo asfixia, sofoca y ahoga a la infeliz nena, quien, desesperada e
impotente, respira silbante por los peque�os orificios nasales, llenos de
mocos. Nunca antes hab�a sido violada de esa salvaje manera por la boca. Por
fin termina el suplicio. El adulto gru�e muy excitado. Ahora se acomoda
justo detr�s de la infanta. Coloca la almohada sobre el colch�n. Ordena a la
imp�ber que se tienda de bruces, con la tripita justo encima del coj�n.
Entonces se acuesta sobre la p�rvula, aplast�ndola, revent�ndola contra el
colch�n. La chiquilla resopla y resuella asfixiada, sofocada. El adulto
clava y ensarta el enhiesto falo entre las lindas, carnosas nalgas
infantiles, tan hondo como le es posible, insertando el tieso, r�gido pr�apo
hasta casi los test�culos. Tras unas pocas fuertes y apasionadas embestidas,
se derrama entre gritos delirantes, de desacostumbrado placer sexual,
inundando el angosto culo infantil con copiosos chorros de viscoso semen,
lechoso, pegajoso y caliente. El hombre est� entusiasmado. El culo de la
ni�a es realmente angosto, estrecho, ce�ido, apretado, constre�ido.
Ciertamente la han dado por culo muy pocas veces, s�lo contadas con los
dedos de una mano. Se explica bien que haya sido desvirgada por el trasero
hace pocos meses, a los ocho a�itos tan s�lo. La peque�a es un aut�ntico
regalo. Es tan linda, pueril, ani�ada, mona....



Sin esperar tiempo, apenas restablecido y reposado, el
cliente nuevamente aplasta, destripa y revienta a la infeliz ni�a contra el
duro colch�n de la menuda cama infantil. El hombre machaca, traspasa,
ensarta, empala el precioso culo. Esta vez dura m�s tiempo. Se reserva las
fuerzas. Encula despacio y suave, pero tan hondo y profundo como le es
posible, sin escatimar sufrimientos, dolores y da�o a la chiquilla. Le
encanta sentir c�mo la cr�a llora, solloza, gime, lloriquea, gimotea, se
lamenta, suspira y se queja del insoportable dolor. La cuitada nena no puede
moverse, tan bien maniatada y despachurrada que est�. La peque�a de
nueve a�os fue enculada hasta el mediod�a, por diez veces, en la manera m�s
depravada, humillante y vergonzosa. La encantada se�ora entra en el
dormitorio infantil al amanecer, con un suculento desayuno para el hombre.
El apasionado cliente no se inmuta. Sigue ensartando el apetitoso culito de
la inerme, indefensa, maniatada infeliz chiquilla, con mayor entusiasmo y
fogosidad a�n. La desvalida ni�a de nueve a�os ya no lleva venda. Sus
ruborizados mofletes est�n empapados de copiosas l�grimas. Lloriquea a
mares. Gimotea de insoportable sufrimiento. A mediod�a, el jubiloso,
regocijado cliente pag� bastante dinero....







XV.
Dos hombres brasile�os esperan en una casa. Uno de ellos es cincuent�n, el
otro es sexagenario. Son viejos amigos. Est�n completamente desnudos. De
repente llaman a la puerta. Abren. Llega la vecina que esperan. Es una linda
ni�a, morena y bronceada, de apenas diez a�os. Cierran la puerta. La
chiquilla est� muy contenta, alegre y risue�a. Al fin va a conseguir lo que
m�s ha anhelado durante toda una aburrida semana: un poco de dinero, unas
nuevas bragas blancas, y, sobre todo, sabrosas, apetitosas, suculentas
golosinas. Mira hacia la mesilla. All� est�n sus m�s preciados deseos. R�e
contenta y feliz. Desde los siete a�os los dos encantadores viejos la han
atiborrado de estas deliciosas golosinas. A cambio de los dulces, del escaso
dinero y de las bragas a estrenar, la ni�a ya sabe lo que debe hacer. Se
abre la funci�n. Permaneciendo de pie frente a los desnudos veteranos, la
risue�a cr�a se desnuda lentamente, de forma lasciva, cimbreando y moviendo
las enjutas caderas, sensualmente. Los hombres r�en encantados mientras se
sacuden y agitan los penes. Primero se despoja de las sandalias, despu�s del
corto vestidito estival, y, al fin, de las inmaculadas, blancas bragas. Los
hombres silban alborozados. La chiquilla quiere quitarse la blanca cinta, de
lo alto de la cabeza, para soltarse y despeinarse la lisa, fina, suave,
larga y morena cabellera.



Los
viejos lo impiden. Despu�s, y como de costumbre, la ni�a coloca los menudos
pies desnudos sobre una silla, para que los adorables vecinos los metan
dentro de peque�os, cortos, ce�idos calcetines blancos. Los hombres se
sientan juntos en el borde de la cama. La chiquilla se arrodilla en el
suelo, justo enfrente de ellos dos. Con ambas manos masturba fren�ticamente
los dos falos a la vez. Su peque�a boca salta de un b�lano al otro. Sus
jugosos labios chupetean con fruici�n los dos abultados, ensalivados
glandes, pringados de rica crema de chocolate. Su ros�cea, tierna lengua
relame y repasa los enhiestos miembros viriles, de arriba abajo, sin dejar
resquicio alguno. Tambi�n lamiscan los velludos, peludos y gordos
test�culos, henchidos de abundante leche seminal. Los viejos est�n a punto
de desocupar, de descargar. La peque�a es ya tan experta como una prostituta
madura. Mama y chupa mucho mejor que a los siete a�os, cuando empez� todo,
comentan entusiasmados los dos viejos. Bruscamente aparten la cabeza de la
cr�a. �sta protesta con un gracioso moh�n. A�n queda algo de sabrosa crema
de chocolate sin saborear. Obediente, la ni�a se da prisa en arrodillarse, a
cuatro patas, sobre la cama, con el lindo culito bien levantado y erguido,
bien respingado.




Los encantados viejos se colocan arrodillados sobre la cama. El primero
hunde su enderezado falo en la peque�a boca de la cr�a. El segundo agarra
con ambas manos las estrechas caderas, y as� clava el r�gido pene en la
vaginita infantil. Los dos viejos comienzan a dar fuertes embestidas,
vigorosas arremetidas, fornicando a la peque�a p�rvula por ambos orificios a
la vez. El menudo, delgado, peque�o cuerpo desnudo de la chiquilla es
movido, mecido, Meneado, mecido y bamboleado, una y otra vez, de forma
obstinada. La tierna chiquilla aguanta las apasionadas acometidas. Est� ya
acostumbrada, aunque le sigue doliendo, pero bastante menos que al
principio, hace ya un a�o justo.



Se
derraman copiosamente dentro de los dos orificios. Cambian de lugar para
seguir viol�ndola en id�ntica posici�n. Al terminar, colocan a la chiquilla
tumbada boca arriba, con las piernas bien levantadas y separadas, estiradas
hacia atr�s. Amarran las manos y los pies de la ni�a a los barrotes del
testero de la cama. Uno tras otro la enco�an, aplast�ndola y revent�ndola.
La chiquilla gime y solloza de dolor, pero soporta bien las arremetidas de
los apasionados vecinos. En esta posici�n, los enhiestos pr�apos son
profundamente clavados y ensartados en la peque�a vagina infantil. Como de
costumbre, su angosto virginal ojete es violado por el otro hombre. Pero
ahora le duele mucho m�s de lo habitual. No puede saber qu� cosa es
empujada, sacudida y meneada dentro de su culito. Es muy dura, maciza,
gorda, gruesa, rolliza y compacta. No es el asiduo dedo pulgar. Es
mucho m�s grande. El ojete escuece y punza bastante.


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Relato: Secuestro y primeras experiencias (2)
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