Relato: El Ansia





Relato: El Ansia

La filosof�a se presta para todo. Yo s�lo le encuentro raz�n
de ser si �sta te sirve para descubrir algo importante que te ata�e en lo
personal. En ese sentido siempre he sido ego�sta. Tal vez alg�n d�a deje de
serlo, pero ser� cuando tenga mi interior m�s o menos resuelto, no ahora que
tengo miles de preguntas por resolverme y cientos de necesidades haciendo fila a
mi coraz�n y mente.



S� que a este respecto muchos se preguntan, generalmente
envueltos en la auto compasi�n: "�D�nde estoy?, �De d�nde vengo?, �A d�nde
voy?". Yo en cambio no s� que pensar de mi, pues mi pregunta es m�s simple:
"�Estoy?". Estas preguntas le calan a cualquiera, y a m� especialmente, me
definen.



Yo vivo con Ramiro por conveniencia, pues no me simpatiza
casi nada. Nuestro negocio requiere de mucha confianza, o visto de otro modo,
requiere de tanta desconfianza que no se puede dejar a los socios lejos ni un
momento, luego hay que vivir con ellos, para no darles tiempo de nada. Ha sido
productivo, tal vez por eso vale el mal trago que cuesta. El que nuestro negocio
sea redituable es el principal aliciente, y el segundo, que es solamente
espor�dico, dos o tres meses al a�o nada m�s, y siempre aislados.



�l dice que yo estoy enfermo de onanismo. Es cierto, siento
un placer verdadero con la masturbaci�n, aunque no creo que sea eso lo que le
moleste, pues, �Acaso alguien espera otra cosa que no sea placer cuando se
masturba?.



Mientras dura nuestro negocio no podemos tener mujeres, lo
que me da por pensar que ello orilla al propio Ramiro a tener que masturbarse
con toda la culpa del mundo. Lo imagino sentado en la tasa del retrete con la
pija en la mano derecha y mir�ndose fijamente al espejo que est� frente a la
tasa. Con la otra mano seguramente sostiene alguna de las revistas Pirate que
tiene regadas por toda la habitaci�n, cuidando de usar su dedo gordo como
separador para que no se cierren las p�ginas y dejarlas fijas en la foto en que
una rubia es empalada analmente mientras viste un pulcr�simo vestidito blanco
que la convierte en una doctora de l�tex. La cirujana �por atribuirle una
especializaci�n-, que tambi�n tiene la boca ocupada con una enorme verga entre
los labios cuidadosamente pintados, deja en claro que ni la m�s ruda embestida
que le den en la traquea har� que esos lentes Armani que trae puestos se muevan
un �pice. La p�gina contraria expone ya a nuestra linda doctora puta con los
cristales de sus lentes humedecidos de esperma, el cual decae hasta sus mejillas
perfectas. El ba�o blanco no parece alterarle en nada, de hecho, su cara es
inamovible y mira a la c�mara como si se trajera algo con el camar�grafo e
ignora a los dos sementales que est�n a su lado, como columnas de un templo,
erguidos m�s all� del pensamiento.



Volviendo a Ramiro. A �l le ha de parecer algo muy triste
tener que masturbarse cuando lo que quiere es tener una mujer empinada ah� sobre
su cama. El que no pueda llamar ni siquiera a una prostituta le encabrona en
muchos niveles. Se pone furioso consigo mismo y me adjudica mucho de su furia a
m�. As� es �l, impulsivo y malhumorado. No puede, sin embargo, matarme ni
prescindir de mi. Necesita a alguien como yo, loco natural, idealista,
imaginativo. Yo necesito a alguien como �l, impulsivo, salvaje, demente. Le
emputa tener que masturbarse.



Lo imagino sentado a la orilla del retrete con su revista en
la mano y su verga en la otra. Su d�bil imaginaci�n es suficiente para captar el
morbo b�sico de la pornograf�a que ve. Detecta que la enfermera est� muy buena,
que tiene un culo de lujo y unos pechos tersos y grandes, y que es una
profesional de la medicina. Esto �ltimo lo asocia con alg�n tipo de curaci�n.
Eleva su vista al cielo y agradece a Dios que haya puesto en los seres humanos
el deseo. Lo agradece porque gracias a este deseo un tipo como �l, sin mayor
virtud que haber nacido con una verga poco m�s grande que el promedio nacional,
pueda tener sometida a toda una profesional de la medicina a la cual no le
sirven sus a�os de estudio para remediar el furor intrauterino que la invade una
vez que le florece el puter�o en el alma. Bendito deseo que vuelve animales a
los seres m�s sutiles y hace competentes a los m�s brutos.



Cuando su verga comienza a manar la leche piensa en dos
cosas. La primera, que un d�a de �stos comprar� un atril de alambre �justo como
el que yo tengo pero no le presto- para colocar ah� su revista, lo que le dar�
la libertad de oprimirse el pene con las dos manos para extraer la mayor
cantidad de semen y olvidarse de una vez por todas del problema de no tener
d�nde colocar la revista durante la eyaculaci�n. Segundo, que vierte su esperma
en la carita blanca y perfecta de la doctora, siendo superior a ella en todo.



Sin duda Ramiro se molesta porque algo en su interior le dice
que yo me masturbo mejor que �l. Que hay algo que a �l no le contaron que hace
que yo goce el doble con una meneada de pija. �l no lo entiende. Se emputa m�s
cuando ve que me dirijo a nuestro min�sculo ba�o de hotel cargando conmigo mi
atril y una revista en la cual he seleccionado s�lo las mejores fotos.



�l me mira y me dice:





Eres un pinche enfermo. Toma, te presto mis revistas.


No gracias, llevo lo m�o.


Con una puta madre, j�latela con algo normal.






Prefiero no discutir la normalidad que puedan tener sus
revistas, especializadas en el fetichismo y la dominaci�n, plagados de lencer�a
freak, de gat�belas, vampiras putas, botas alt�simas de tacones alt�simos,
piercings y l�tigos, despu�s de todo, su mente no le ser�a suficiente para
comprender el tipo de revista que yo llevo al ba�o. Es cierto, es dif�cil de
acreditar lo "sano" de mi excitaci�n, pero yo la encuentro coherente.



A veces me ha dado por imaginar que se me enjuicia por
masturbarme con mi revista personal. Imagino al fiscal diciendo al jurado:
"Se�ores. Mi acusaci�n pretende demostrar que el ciudadano Gonzalo Rambal es
culpable del delito de morbo. Pese a que el objeto de la acusaci�n es demasiado
evidente, respeto el hecho de que merece un juicio justo, por lo que dejar� a su
consideraci�n que lo analicen, aunque no creo que haya argumento que le salve
siendo que fue detenido en flagrancia masturb�ndose mientras ve�a una revista de
"pornograf�a" hecha por �l mismo en la cual ha coleccionado avisos que piden
ayuda para la localizaci�n de gente desaparecida. Con ello se demuestra su falta
de escr�pulos al excitarse con la desgracia ajena. Las familias de la gente que
ha desaparecido no s�lo deben sufrir la tragedia de no encontrar a sus seres
queridos, sino que encima han de padecer la noticia de que enfermos como �ste
encuentran excitante, libidinoso, los rostros de aquellos que han dejado de
estar con nosotros. Miembros del jurado, pedir� un castigo ejemplar para este
hombre que me da m�s pena que indignaci�n."



Imagino al jurado diciendo: "�Es cierto lo que ha dicho el
fiscal?", y yo, "As� es". El jurado pondr�a cara de sorpresa para luego
mascullar: "Creemos que est� perdido, pero que siga el juicio".



Afortunadamente no me ha tocado comparecer ante un tribunal
as�, ni a ning�n otro. Es cierto. Entro al ba�o y coloco el atril de alambre
sobre la tapa del tanque de agua del retrete y coloco en �l la revista, sin
abrir todav�a. Bajo la cubierta que protege la tasa. Me desnudo completamente.
Para mi la masturbaci�n no es un acto furtivo del cual me apene, es m�s, ni
siquiera es una actividad aislada o de poca importancia. Me doy mi tiempo.
Coloco un incienso de s�ndalo en el cuarto de ba�o para crear la atm�sfera. Me
doy una ducha para sentir mi cuerpo limpio. Salgo de la regadera y me seco
completamente. Me siento sobre la cubierta protectora de la tasa del retrete con
el pecho en direcci�n al tanque de agua, es decir, me siento en el retrete de
espaldas, con las piernas abiertas hacia los lados, dando la cara al muro. Entre
el muro y mi vista est� el atril con mi revista cerrada. La abro y selecciono
alguno de los rostros.



Hoy tocar� el turno a Gabriela M�ndez Chac�n. 27 a�os de
edad. Se�as particulares, tiene un lunar rojo y grande a la altura de la nuca y
se extiende hasta debajo del cuello, cabello negro, tez clara, ojos color caf�
claro, boca gruesa, nariz afilada. Se le vio por �ltima vez el d�a s�bado 23 de
octubre. Portaba uniforme escolar. Falda gris con detalle a cuadros, blusa
blanca y su�ter color rojo tejido a mano. Sufre eventualmente de desordenes
psicol�gicos y p�rdida de la memoria. Informes, proporcionarlos a la familia
M�ndez Chac�n a los tel�fonos 523 435 242598. Se agradecer� cualquier informe
que permita su localizaci�n. La foto la muestra como se describe. Es una foto de
alguna fiesta, ella se ve arreglada con un vestido que, pienso, es de uso
inusual para ella. Su cara es fresca, inocente, profundamente triste para estar
en cualquier fiesta. Han recortado la persona que le acompa�a, supongo que para
efectos del anuncio. La foto no est� muy bien iluminada, como todas, y revela
que la imagen es un trozo de la vida de alguien.



Pienso que ella no me es indiferente, que est� aqu�, conmigo.
Ri�ndose conmigo. Que a mi lado no est� perdida, sino encontrada. Ver la foto me
transporta a su lado. En mi mundo la gente no se pierde sin raz�n. Rechazo la
idea que hubiese sido llevada a alg�n terreno bald�o y ultrajada por un grupo de
hombres que luego de violarla la guardan en un costal de patatas para luego
enterrarla en alg�n sitio, o quemarla; rechazo tambi�n que haya sido presa de
alguna organizaci�n dedicada al tr�fico de �rganos y que la hayan destajado en
m�ltiples partes humanas listas para la venta; detesto tambi�n la idea de que
hubiera tenido un novio malintencionado del cual la familia no tuviera
conocimiento y que �ste la hubiera convencido de marcharse con �l, para luego de
disfrutar de su cuerpo en los hoteluchos intermedios en los cuales durmieran en
su camino a Tijuana, la vendiera a un tratante de blancas o sencillamente la
matase.



Todas esas posibilidades dignas del infierno en la tierra se
desvanecen porque para m� Gabriela es simplemente un ser humano que estando
perdido es encontrado. La gente pasa a lado de los letreros que imploran ayuda
para encontrar desaparecidos y la mayor�a no los ve porque se siente feo
mirarlos, no porque el dolor sea un dolor por la persona, sino que duele ser
responsable y lejano c�mplice de una p�rdida. Quienes los ven lo hacen s�lo para
enterarse de la tragedia ajena, pero olvidan los rostros al instante. Para m� en
cambio, tales letreros me hablan de gente que no concibo de otra forma sino
viva, gente que le importa a otra gente, gente que ten�a costumbres ahora
abandonadas por la desaparici�n.



Y comienzo a masturbarme al calor de pensar que ella est�
aqu�, que no se ha ido, que est� aparecida, que su arribo es bienvenido. Nunca
m�s ser�s ignorada, nunca m�s no ser�s nadie. La gente no pasar� de largo a tu
lado sin notarte, porque eres Gabriela, aquella que habiendo dejado de ser
regres� siendo. Y ese ser bello, grandioso, maravilloso que eres me tender� su
mano para que sienta la alegor�a de su voluntad y juntar� su pecho al m�o para
demostrar algo que ya s�, que respira, que est� viva, animada. Cada zumbido de
su sangre al andar por las venas ser� notado por m� y su movimiento me
representar� el encuentro. Yo por mi parte no ser� el mismo, pues habr�a
encontrado la vida, y la vida me habr�a encontrado a mi. Cuando ambos tenemos un
orgasmo simult�neo, mi cuerpo se estremece de sentir sus brazos toc�ndome la
espalda. Me mira y en sus ojos advierto agradecimiento, un agradecimiento que no
depende de m�, sino de la vida misma. Nos hemos permitido hallarnos, nos hemos
dado. Al final de nuestro idilio casi siempre lloramos.



Me doy otra ducha. Cada gota es una l�grima del mundo que yo
transformo en roc�o. El amar me ha dado autoridad sobre las cosas y es por eso
que el orden establecido me importa muy poco. Gabriela ha estado conmigo s�lo
tres meses y casi no busco a nadie m�s.



Termino mi ritual. Mi masturbaci�n ha durado m�s de veinte
minutos. Ramiro no lo soporta.



En venganza, tal vez, me informa que le toca decidir d�nde
cenar. Elige, tal como esperaba, un caf� bohemio donde canta un tr�o. Los
elementos que influyen para tal elecci�n son que �l y yo detestamos la m�sica de
tr�os y que adem�s se fuma mucho. La m�sica de tr�os se me hace por dem�s
aburrida y obsoleta, y si encima los ejecutantes son un colegio de pendejos que
no se saben las canciones y tratan las guitarras como el vientre de sus suegras,
peor. El humo del cigarro invade la totalidad del lugar en el cual tampoco se
come muy bien. En tal lugar canta tambi�n un cabr�n brasile�o. No se sabe
ninguna canci�n y berrea de la forma m�s horrible que haya yo escuchado. Ha de
ser amigo del due�o, pues nada justifica su mala vocaci�n de cantautor.



Ramiro es un ser muy extra�o. Previo a nuestro trabajo
siempre se sumerge en un masoquismo sin igual. Es un fumador empedernido que
antes de cada trabajo deja de fumar cerca de tres semanas. Ello lo pone nervioso
y especialmente malhumorado, as�, cuando llega el momento decisivo es un cabr�n
fuera de s�, sin control alguno. Dejar de fumar lo vuelve m�s d�bil en todos los
sentidos. Suda a mares y constantemente tose. Enciende cigarrillos en casa para
no fumarlos, lo mismo en el coche. Tenerlos tan cerca y no poder poseerlos le
pone todav�a m�s loco. Luego entonces, ir a un sitio bohemio como �ste en el
cual la gente chupa sus cigarros con escasa pasi�n lo pone como un energ�meno.



Las pl�ticas que tenemos gira casi siempre en lo mucho que le
gusta fornicar y fumar, que fumar fornicando es lo mejor que existe, que luego
de una buena comida no hay como fumar, que al cagar hay que hacerlo fumando, que
al ligar hay que hacerlo usando un cigarrillo como luz hipn�tica, que hay que
sentir el humo por la tr�quea, que un cigarro en ayunas revive y uno al cierre
del d�a arrulla, que cada acci�n vital puede mejorarse fumando; as� empieza,
luego empieza a quejarse de lo mierda que es el mundo sin el cigarrillo, y
sobreviene otra cascada de descripciones.



Me platicaba que su mejor experiencia sexual era con una
morena que siempre sab�a como volverse ella misma de humo �de tabaco, por
supuesto- e invadirlo. Ella dominaba el arte de llenarse la boca de humo para
luego engullir la verga de Ramiro, quien gozaba de la lengua traviesa y del
vac�o de humo que quedaba entre lengua y paladar. Que �l podr�a estarla
barrenando con las piernas abiertas y ella, con esas manos dulces que ten�a, le
encend�a los cigarrillos y le daba de chupar a los pitillos, que disfrutaba de
las mamadas de co�o si iban envueltas en humo. Cuando hablaba de ella le sal�a
lo poeta, un poeta que desde luego no era. Recuerdo haberle escuchado en una
ocasi�n decir: "Nos entrelazamos en una nube de humo que se transform� en una
nube del cielo. Fabricamos nuestra propia nube y nuestro propio cielo", nunca
m�s le escuche algo m�s brillante.



La falta de tabaco lo alteraba en todos los sentidos. Dejaba
de ser el mismo y pasaba a ser un monstruo.



El d�a en que ten�amos que llevar a cabo nuestro plan
est�bamos en perfecta forma. Yo vest�a un precioso conjunto de pantal�n de lana
gris y un saco del mismo color y tela, debajo una camisa de algod�n y una
corbata con rayas rojas y azules. Lentes oscuros de Mossimo y el cabello peinado
hacia atr�s con un poco de fijador. Los zapatos eran demasiado sofisticados y
c�modos para ser nuevos.



Debajo del saco llevaba tambi�n un par de armas de fuego, por
si se ofrec�a, aunque esperaba que no. Era d�a de pago. Ramiro iba vestido al
m�s puro estilo mercenario, con un abrigo que ocultaba un par de armas de alto
rendimiento. Nuestro plan era bastante sencillo. Hab�amos bajado al drenaje para
provocar una enorme fuga de agua que s�lo pod�a repararse abriendo la acera que
quedaba afuera de una sucursal bancaria. La zanja que har�a la Direcci�n de Agua
Potable era algo que las empresas de seguridad nunca prev�n. Como al gobierno le
vale madre la seguridad de la gente en las zanjas, tambi�n ocurrir�a con el
personal que transporta valores. Unos segundos de distracci�n permitir�an a
Ramiro acabar con un par de guardias y arrebatarles las bolsas de dinero. �Para
qu� robar un banco si puedes robar a un par de hombres que cargan el mismo
dinero?



La zanja estaba hecha y para cruzar al banco hab�a que
recorrer un puentecillo de madera algo estrecho. No se necesita ser un genio
para saber que no se puede disparar armas y a la vez hacer equilibrio. Un
andamio colgante estar�a acomodado justo encima de d�nde habitualmente se
estaciona el cami�n de valores. Al momento de la operaci�n yo activar�a
electr�nicamente un dispositivo que har�a caer sobre el cami�n blindado una
manta de metal que convertir�a a dicho veh�culo en un huevo de hierro sin voz ni
voto. Ramiro se encargar�a del resto. Es decir, calmar, como Dios le diera a
entender, a los dos guardias que estuvieran cruzando el puentecillo de madera
con dos millones de pesos que un supuesto cliente �yo con otro nombre- retirar�a
ese d�a en efectivo previa mentira de que pagar�a un secuestro.



El movimiento deb�a durar menos de un minuto, tiempo en que
yo pasar�a encima de un auto SEAT con excelente poder y que adem�s es muy
ordinario en la Ciudad de M�xico. Recoger�a a Ramiro y nos perder�amos para
siempre luego de que lleg�ramos a una calle antes del Teatro Metrop�litan,
elegida por lo c�ntrica y que goza de gran discreci�n dado que hay unas obras de
construcci�n interminables. El ser humano m�s cercano estar�a encima de una gr�a
muy alta.



Ocurri� tal como lo planeamos. Dos polic�as bajaron del auto
blindado con mirada de perdonavidas, cargando cada uno sendos rifles. Lo gorila
se les quit� al tener que cruzar el puentecillo dejado por la Direcci�n de Agua
Potable, pasando a ser de malos a ni�os. La manta met�lica cayendo encima del
cami�n les hizo no s�lo voltear, sino caer en la zanja. Ramiro fingi� salir del
cajero arrebatando la bolsa del dinero, peg�ndole un tiro a uno de los guardias
en la mano y aplacando al otro de una patada en la cabeza. Todo fue tan r�pido
que los dos guardias no supieron ni c�mo ocurri� todo. Ramiro trep� al coche con
el dinero y abri� en canal la bolsa para arrojarla por el cristal del auto, por
aquello que la bolsa fuera en s� misma un localizador. Coloc� el dinero en otra
bolsa. Llegamos hasta donde estaba el otro auto, cuidando de no estacionarlo en
un lugar en que llamara mucho la atenci�n pero id�neo para que los ladronzuelos
de coches nos ayudasen a "perder" la evidencia.



La calle elegida era ideal. En ella se llegan a estacionar
personas desesperadas que no encuentran d�nde estacionarse. El riesgo es que te
roben el auto. A nosotros eso nos conven�a.



Una vez que dejamos el SEAT, fuimos a un estacionamiento y
tomamos otro coche m�s modesto. Sin embargo, algo ocurri� una vez que dejamos el
auto en la calle desierta. Entre los escombros de las construcciones, en una
cueva de concreto, estaba en cuclillas una mujer dando vueltas a algo que
calentaba en un comal de l�mina que yac�a encima de un peque�o fuego. Me apart�
de Ramiro para ver mejor. Su cara me era en extremo familiar. No at� cabos de
inmediato porque Ramiro me asi� del brazo, record�ndome que la vida y libertad
de ambos depend�a de lo r�pido que nos esfum�ramos. Pero mi mente se qued� all�.



Llegamos por fin a un motel. Yo romp� la costumbre de ver en
el noticiero la noticia de lo que hab�amos hecho y tambi�n quebrante la pol�tica
de no salir al menos en 24 horas despu�s del atraco. Hab�a un motivo poderoso.
La chica primitiva de la cueva de concreto era ni m�s ni menos que Gabriela. La
reconoc�a por ese brillo triste en sus ojos.



No era del todo seguro regresar a un sitio tan cercano a
cualquier parte del plan. Tampoco era seguro dejar a Ramiro a solas con todo el
dinero. Sin embargo una inquietud poderosa me jal� en direcci�n a Gabriela. Me
cambi� de ropa, me puse un pantal�n de mezclilla y una camisa de manga corta,
cambi� de lentes y de peinado.



Una vez que llegu� cerca de la calle que buscaba omit� dar al
taxista la indicaci�n de que se detuviera justo all�, para no despertar
sospechas. Me baj� m�s adelante, frente a unas librer�as, y camin�. Al virar la
esquina me sobresalt� porque en medio de la calle estaban unos seis agentes de
la polic�a. Uno de ellos sujetaba a un pobre infeliz al cual le preguntaban con
la t�cnica criminal�stica acostumbrada: "A ver hijo de tu chingada madre, �D�nde
dices que te "encontraste" el carro, puto?". "Aqu� mero". El polic�a, a fin de
evaluar la certeza de la respuesta le dio un golpe en el vientre para luego
preguntar, "�Seguro?". Al fondo de la calle, y en unos harapos indescriptibles,
caminaba aquello en que se hab�a convertido Gabriela M�ndez Chac�n. Para llegar
a ella ten�a que atravesar el enjambre de polic�as.






�No ves que no se puede pasar?


Disculpe, simplemente voy con aquella dama.






El polic�a volte� y vio que aquello a lo que yo llamaba dama
era una mujer indigente que caminaba con esa falta de aplomo que s�lo tienen los
retrasados mentales. Volte� con sus compa�eros como para buscar la aprobaci�n
para golpearme por mentiroso, pero nadie le prestaba atenci�n. Se escuch� que el
ladr�n de autos se les quer�a escapar. Supongo que le habr�an matado si no
hubiese estado yo ah� en mi calidad de ciudadano decente. Una bola de polic�as
alcanzaron al delincuente y lo atiborraron de golpes. Mi gorila personal me
dijo:



- Anda pues, ve con tu princesa. �Pero a la de ya cabr�n!



Yo corr� en direcci�n de Gabriela. Vest�a con unas chanclas
diferentes una de otra, la de la derecha m�s rota que la de la izquierda.
Llevaba un par de calcetas color morado y una falda roja. Ol�a un poco a orines,
de manera que no quise ni imaginar sus calzones �que s� los llevaba, a juzgar
por un el�stico feo que se ve�a a la altura de la cintura- , la blusa era una
blusa gris por la mugre, encima llevaba un su�ter rojo. Su cabello era
considerablemente m�s corto que en la foto, su lunar y su rostro inconfundibles,
por mucha mugre que llevaran encima.



�C�mo dirigirme a ella? No dije nada, s�lo su nombre. Le
sonre� y le tom� de la mano, ella se dej� llevar. Hab�a cambiado mucho desde la
�ltima vez que hab�amos estado juntos. La saqu� de aquella calle no sin revirar
en direcci�n al gorila que me hab�a detenido. �l, y otros de ellos, me miraban y
se re�an. Estaban seguros de que estaba loco por acercarme a una mujer as�.



La sub� a un taxi y la mirada que el conductor me lanzaba por
el retrovisor ya me anunciaba la tormenta que vendr�a una vez que llegara a la
habitaci�n y Ramiro me viese entrar con Gabriela en semejantes condiciones. El
taxista me miraba como diciendo: "Pinche cabr�n, te vas a aprovechar de la
loquita s�lo porque est� buena". La mirada del tipo del motel tambi�n fue
elocuente al respecto. Seguro que en su vida ha visto de todo, padres de familia
respetables acompa�ados de trasvestis, se�oras acompa�adas de un tr�o de negros
alquilados, dos lesbianas, un par de gays, alg�n grupo de swingers, pero de
cierto, nunca hab�a visto que alguien llevara a aquel motel una chica loca y
visiblemente podiosera, y sobre todo, que la tomara de los hombros con esa con
que yo la sujetaba.



Haber avanzado con ella desde el centro hasta el motel en que
est�bamos hab�a sido para m� un ejercicio de exploraci�n interior. Estaba ah�, a
lado de un ser encontrado. Estaba ella ah�, demostrando la certeza de todos mis
pensamientos.



Cuando entr� por la puerta con ella a mi lado, Ramiro no hizo
m�s que gritar un tremendo Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! Pues no exist�an
palabras que condensaran todo su sentir. Una hora tardamos en discutir como
ser�an las cosas, que fue el mismo tiempo que tuvo Gabriela para darse un ba�o.
Supongo que ella recordaba como vivir, aunque no estaba muy segura de existir.
Por lo tanto, un buen ba�o si pod�a darse ella misma, e incluso entender muchas
de nuestras palabras, aunque no las entendiese del todo, o al menos eso pensaba
yo.



El trato que ten�amos Ramiro y yo era el de permanecer juntos
una semana despu�s de los atracos, para asegurar que ninguno de nosotros
correr�a a comprar un auto en efectivo o hacer una tonter�a. A pesar de que
ramito pensaba que esto de traer una chica desconocida y demente era
precisamente una tonter�a, consinti� en que nos fu�ramos a otro motel que
tuviera habitaciones m�s familiares, de esas que tienen un cuarto salvaje junto
a otro m�s delicado para los hijos, para estar separados pero juntos.



Gabriela se puso alguna ropa m�a de sexo indistinto,
enti�ndase pantalones deportivos y camiseta. Ya limpia se ve�a radiante. Ramiro
incluso puso cara de que no era mala idea tenerla entre nosotros, aunque una
mirada m�a bast� para aclarar que �l no tendr�a nada que ver con ella. Una vez
instalados en el otro motel, me llev� a Gabriela a algunas tiendas a comprar
algo de ropa que le sentara mejor, asimismo la llev� a alg�n restaurante para
que comiera.



�ramos como mudos. �bamos del brazo a todas partes, en
quietud. Yo era feliz, inexplicablemente feliz. Me sent�a pleno y no hac�a m�s
de 24 horas que hab�a ido a encontrarla.



Durante la cena, ella habl� por vez primera. Su voz era
grave, su textura, sin embargo, sutil.



- �Porqu� haces todo esto?





Te quiero mucho m�s de lo que eres capaz de entender.


�Qu� sabes t� de mi entendimiento?


No lo s�. Lo �nico que s� es que est�s aqu� a mi lado y
ello me pone feliz.






Mirarla me conmov�a por completo. Verla dar una mordida a su
comida, o tomar entre sus labios la pajilla. �C�mo es que la gente desaparece?,
�C�mo es que estando ah�, cerca de nosotros, puede no existir?. No me explicaba
c�mo un d�a la dejaron ir de su casa para que pasara a perderse.



Por la noche nos recostamos en la cama y advert� que mi
cuerpo no le era indiferente. Me miraba pero yo no cre�a su vista, me tocaba
pero yo no cre�a su tacto, la ten�a a ella pero no la cre�a. Poco a poco se fue
apoderando de m� aquella vieja emoci�n de encontrar, y pude verla al margen de
lo que pensaba de ella, de mis juicios respecto de ella y comenc� a percibirla
en cuanto que era, ella, real.



Su historia personal se transform� en un presente condensado
y nada hab�a en ella que yo ignorara, pues su existencia completa se resum�a en
c�mo sonre�a y se mov�a, en c�mo respiraba. Comenc� entonces a disolverme en sus
ojos, a ser parte conocida. Ella me encontraba. Por momentos me sent� como aquel
que est� en un panfleto que pide ayuda para localizar a alguien extraviado, y
era yo la persona desaparecida, yo quien estando cerca no hab�a sido notado
nunca.



Comenc� a besarla teniendo el cuidado de no perderme de
ning�n detalle de ella. Su cabello ol�a tan bien. Con la lengua recorr�a la
orilla de su lunar rojo, su marca �nica. Miraba sus ojos y descubr�a que el peso
de su mirada me gustaba, que la encaraba sin miedo, que m�s que ventana del alma
mis ojos eran la puerta que da a un resbaladero que termina en mi coraz�n, donde
quien se resbala cede a su bombeo y se funde con mi sangre para acabar en cada
rinc�n de m�. Sus pechos eran tiernos, bellos, fragantes. Su vientre una
delicia. Su sexo era en definitiva un nido en el cual uno querr�a yacer hasta la
muerte. Sus piernas eran algo robustas y terminaban en un par de pies que no
cans� de besar. Cuando abri� sus piernas para recibirme yo me fund�
absolutamente en ella.



Esta uni�n era mucho muy superior a aquella uni�n que
hab�amos tenido cuando ella no estaba. La am� de la �nica forma que s�,
entregado absolutamente, ciego y ajeno a todo.



Al d�a siguiente salimos por la ma�ana Gabriela y yo. A
nuestro regreso, estaban en la puerta de la habitaci�n un par de se�ores, hombre
y mujer. Cuando vieron a Gabriela corrieron a abrazarla. Ella les mir�, primero
con incertidumbre, luego con ternura.



- Gracias al cielo- dec�a el se�or- este buen hombre nos ha
hecho encontrarla.



La iron�a era que el buen hombre de que hablaban era Ramiro.
El se�or le extendi� al cabr�n de Ramiro dos billetes de quinientos pesos,
mismos que �ste recibi� sin culpa alguna. Los billetes no pagaban ni siquiera la
ropa que ella llevaba puesta. �C�mo decirles que no pod�an llev�rsela porque era
m�a?



La subieron a un coche. Yo la separ� un poco para hablar con
ella, quien me habl� con un tono diferente a aquel con que la conoc�. Su voz
grave se hab�a transformado en una voz de una ni�a de diez a�os. "Son mis pap�s"
dec�a. "�Quieres irte?", le pregunt�. Dijo que s�.



La semana infernal de despu�s del atraco por fin concluy�. Yo
ya estaba harto de oler el humo de los cigarros de Ramiro. Supe que nunca m�s
trabajar�a con �l. Desde luego no se lo dije, ya que ser�a darle a desear mi
mill�n de pesos, y vaya que mi vida valdr�a mucho menos que eso si consideramos
que mi inteligencia ya no estar�a nunca m�s a su servicio.



Decid� ir a buscar a Gabriela, aprovechando que su domicilio
no era un misterio para m�. Toqu� a la puerta y me abri� su madre. "Ah. Es
Usted" me dijo. Me cuestion� el motivo de mi visita. Se sorprendi� de escuchar
que quer�a hablar con Gabriela, supongo que bas�ndose en la creencia de que ella
no era una chica con la cual pudiera hablarse. No sab�an d�nde estaba.
Descubrieron que estaba en el comedor.



La impresi�n que me daba era que Gabriela estaba en su casa
pero no exist�a realmente, es decir, en medio de aquellos muros estaba de todas
maneras desaparecida. La hab�an encontrado, es cierto, pero ello no ten�a ning�n
m�rito porque obedec�a al deseo de curar una culpa, la culpa de perderla, de ser
"malos padres", pero no por ella. �Para qu� la quer�an ah� si nadie sab�a qui�n
era realmente?.



La visi�n del mundo apareci� ante m� de nuevo. La gente est�
sola la mayor parte del tiempo. La gente esconde su real ser a los dem�s, no lo
comparte, y por ello nunca es encontrado. Los dem�s no admitimos la idea de
acercarnos. Dentro de las casas es posible que haya varios ausentes, varios que
no est�n, varios condenados a no ser hallados nunca.



Un par de horas a solas con Gabriela me fueron suficientes
para encontrarle sentido a la vida. Llegamos a un acuerdo. Su madre tir� al
suelo un plato cuando le ped� a quemarropa la mano de su hija. Me mir� como a un
pervertido, comenz� a echarme de su casa, como si me dijera que su hija estaba
bien as�, desaparecida.



Tuve que ser insistente, hablar de que estaba dispuesto a
formar un hogar juntos y dem�s, dej� entrever que ten�a dinero para encargarme
de todo, comenz� a ceder.



Han pasado algunos a�os a lado de Gabriela. Los mismos que
han transcurrido desde que quem� mi revista hechiza. Ignoro si el resto del
mundo ha decidido no estar, si ha encontrado la dicha en el hecho de estar
ausente. Lo que s� es que Gabriela me ha encontrado a m� y yo a ella, que no
somos desconocidos, que sabemos que en el mundo, en este inmenso mundo, hay al
menos una persona que nos conoce bien. Me enternece pensar que cuando se perdi�
cursaba el primer semestre de bachillerato, a los 27, y que ello, para un ser
tan especial como ella, era un logro inmenso.



La raz�n se le va, luego regresa, y yo estoy siempre a su
lado. El amor permanece y no puede depender de c�mo ves o dejas de ver el mundo.
Es la �nica seguridad que me queda, la �nica que he buscado realmente.



En el pasado me invad�a el ansia de saberme ausente, no
encontrado. El ansia ha desaparecido de la mano de una loca, a la cual la raz�n
no le significa nada. En eso coincidimos, la raz�n no nos gusta.


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Relato: El Ansia
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