Relato: Luna de miel en Bangkok





Relato: Luna de miel en Bangkok


LUNA DE MIEL EN BANGKOK.





Fui por razones de trabajo a Tailandia, donde permanec�
alrededor de un a�o. Me carteaba con mi esposa cada quince d�as. Descubr� un
mundo nuevo de costumbres y sensaciones muy diferentes a los del mundo
occidental. Trat� de transmit�rselo e interesarla para que me acompa�ase en el
pr�ximo a�o pues me prorrogaban el contrato. Marta se resist�a. Era mi segunda
esposa varios a�os m�s joven que yo, y pensaba que no se podr�a adaptar y
extra�ar�a horrores por la lejan�a de sus afectos y sus amigas.


Las cartas eran extensas y minuciosas abordando todas mis
experiencias. Marta, entre otros temas, insist�a no creyendo en mi abstinencia
sexual. Yo me encargaba de asegurarle que la extra�aba y que deseaba que pudiese
compartir la espiritualidad y los ritos sexuales que se practicaban en Bangkok.
Por supuesto omit�a algunas costumbres tailandesas que hac�an hincapi� en el
erotismo y la sensualidad exacerbados por las costumbres de ese ex�tico y lejano
pa�s.


Durante una reuni�n conoc� a Pierre, un hombre mayor que
seg�n sus colegas era el m�s conocedor de los lugares nocturnos donde solo se
permit�a el ingreso de personas selectas. All� se liberaban los instintos y
estimulaban los sentidos y los placeres adormecidos por razones religiosas y
culturales. Congeniamos enseguida y me invit� a sus charlas amenas y profundas
que hurgaban en lo m�s profundo del ser humano. Concurr�an muchas personas
�vidas de desentra�ar los misterios de las relaciones sexuales y el placer que
deb�an gozar los hombres y mujeres durante su vida terrenal.


Finalmente al a�o, Marta se decidi� a viajar con la promesa
de volver si no se sent�a a gusto y, seg�n me confes� luego por la curiosidad de
conocer ese mundo nuevo cargado de misterio y sensualidad que yo le describ�a en
mis cartas.


La esper� en el aeropuerto y la conduje a mi residencia en
las afueras de Bangkok. Era una casona t�pica de los climas tropicales. Se
hallaba rodeada de una frondosa vegetaci�n, a solo cien metros del camino
principal. Sus paredes de material se hallaban recubiertas de madera. El techo a
dos aguas y habitaciones amplias con ventanales que daban a una galer�a y el
imprescindible ventilador de techo para combatir el calor sofocante del clima
tropical, la hac�an confortable y fresca. Era r�stica pero pose�a el encanto de
las construcciones propias de la isla.


Tuvimos un reencuentro magn�fico y entre caricias y besos me
pidi� que le ense�ase lo que hab�a aprendido durante nuestra separaci�n. Me jur�
que me hab�a respetado pero ahora quer�a recuperar el tiempo perdido. Con una
sonrisa le pregunt� si estaba dispuesta a explorar las urgencias y los deseos
dormidos de su cuerpo. Nos abrazamos y me susurr� al o�do que le hiciese conocer
los placeres del amor. Terminamos esa noche con una c�pula intensa donde nos
corrimos varias veces.


El s�bado siguiente invit� a Pierre, el viejo consejero
er�tico a cenar. Antes le hab�a preguntado a Marta si estaba dispuesta a
escuchar al hombre del que le hab�a comentado en mis cartas acerca de su
sabidur�a con respecto a los placeres del sexo. Ella se mostr� entusiasmada
aceptando inmediatamente. La not� ansiosa esperando el momento de conocerlo.
Cuando lleg� Pierre todo un caballero, se deshizo en galanter�as y atenciones
distendiendo el clima, y propiciando el momento para abordar sus conocimientos
sobre las costumbres Tailandesas.


Las preguntas y respuestas se suced�an entre los tres y
Pierre con mucha delicadeza nos instru�a con toda sinceridad, mostr�ndonos la
diferencia de concepto con respecto al pecado y la religiosidad entre los
occidentales y algunas sectas de la regi�n, que hac�an de las relaciones
sexuales un culto al placer.


Marta estaba fascinada con la conversaci�n, que se prolong�
hasta la madrugada y que concluy� cuando nos propuso, al ver la disposici�n de
ambos, visitar y participar de esos ritos paganos. En principio me negu� pero al
ver la determinaci�n de mi joven esposa acced� a ir juntos con Pierre, que nos
har�a de cicer�n.




El viernes por la noche nos invit� a un lugar exclusivo donde
seg�n El nos �bamos a sorprender. Deb�amos estar preparados para observar una
lucha Tailandesa de gran rudeza con un premio para el ganador que nos excitar�a
a ambos, y gozar entonces de una noche inigualable. Yo ser�a el que le
entregar�a el premio al vencedor con la complacencia de Marta quien se mostr�
encantada de ser part�cipe de la velada y complacer al luchador.


El d�a lleg� y en un veh�culo antiguo llegamos al lugar
se�alado. En medio de varias construcciones, se hallaba un recinto amplio y
escasamente iluminado, era el sitio de la lucha Tailandesa. Al entrar, el humo y
el olor dulz�n al opio, creaban un clima especial. J�venes sudorosos y excitados
vivaban a dos luchadores que se golpeaban en medio del tatami. Marta me apret�
la mano y me mir� inquisitivamente con algo de temor. La tranquilic� y segu� a
Pierre que abri�ndose paso salud� a varios espectadores y nos ubic� en un lugar
reservado en la primera fila.


El combate preliminar lleg� a su fin. El ganador golpeado en
su rostro se inclin� ante una muchacha de rasgos orientales y ante nuestro
estupor, el novio le ofreci� su mano ante el aplauso de la concurrencia y
desapareci� del recinto, no sin antes mostrarles la erecci�n de su miembro en
condiciones de satisfacer a una mujer, luego de su feroz pelea. Mi esposa me
mir� intrigada y por lo que percib� excitada ante lo que ve�a.


Aparecieron los luchadores de la pelea final, y luego de
saludarse se acercaron adonde est�bamos y se inclinaron en reverencia, llevando
sus manos a la frente, los labios y el coraz�n.


La pelea comenz� y se torn� encarnizada y brutal. Marta tom�
partido por un trigue�o de rasgos orientales y un f�sico de gladiador. El sudor
empapaba sus cuerpos y el olor del opio fumado en el recinto y el humo que
enturbiaba la vista le daban un aspecto dantesco a la escena. Mi esposa gritaba
y se pose�a alentando a su favorito. Nunca la hab�a imaginado as�. Yo tambi�n lo
vivaba hasta que el adversario de nuestro favorito qued� derrotado y tendido en
el tatami. El ambiente estaba tenso. El vencedor se acerc� a nosotros, se
arrodill� y extendi� su mano hacia mi esposa. La mir� a Marta y a Pierre, quien
con una sonrisa y un movimiento de cabeza asinti� complacido inst�ndome a
continuar con el ritual. Sin pensarlo me incorpor�, y tomando la mano de mi
joven esposa se la ofrec� al vencedor. Un aplauso generalizado reson� en el
recinto, y remedando lo sucedido en la pelea anterior el ganador dej� caer el
slip mostrando sus atributos masculinos. Pose�a una verga descomunal, como jam�s
hab�a visto antes. Qued� impresionado. Marta no se hizo rogar y lo sigui� asido
de su mano, entre aplausos y v�tores de los parroquianos.


Me qued� at�nito y Pierre viendo mi estupor se acerc� y me
asegur� que si era generoso iba a ver y disfrutar con el placer que mi esposa
gozar�a con las costumbres de la secta. Me gui� hasta un bungalow y me situ�
detr�s de un mirador donde pod�a seguir de cerca lo que suced�a en el interior
de una habitaci�n espaciosa, donde ya estaban mi mujer y el luchador. Sentados
en posici�n de buda aspiraban opio por dos tubuladuras, jam�s hubiese pensado
que mi esposa lo har�a. Marta pareci� entrar en trance, se incorpor� y decidida
se arrodill� y tom� con sus manos la verga del luchador y comenz� con una mamada
fenomenal. Jugaba con la lengua acariciando el glande, luego introduc�a el pene
en su boca, entrando y saliendo. Parec�a degustarlo como un manjar. Luego se
ocup� de los test�culos y cuando iba a eyacular lo volvi� a la boca y comenz� a
mamar y tragar el semen que escurr�a por las comisuras a pesar del esfuerzo de
Marta para no dejar escapar ni una gota. Las arcadas al atragantarse con la
leche que flu�a a borbotones de esa pija enorme, me produjeron una calentura
infernal, y comenc� a masturbarme. La imagen de mi esposa en estado de �xtasis
mamando una verga extra�a me excitaron como nunca antes.




Pero faltaba lo mejor. Volvieron a aspirar opio, y el
luchador con un dominio de la situaci�n, la recost� de espalda en una
colchoneta, le abri� sus piernas y le aproxim� un consolador de dimensiones
inusuales montado en un aparato mec�nico que se mov�a reptando y en vaiv�n.
Acerc� a Marta acomod�ndola, introduci�ndolo de a poco en la concha previa
lubricaci�n. Mi esposa comenz� a retorcerse de placer. El luchador se ocupaba de
las tetas y los pezones de Marta que jadeaba y gem�a y con voz entrecortada y le
ped�a m�s violencia seguramente influenciada por lo que hab�a visto en el
tatami. Escuchaba las expresiones de placer de mi esposa ante cada orgasmo que
se suced�a. Marta estaba descontrolada. Jam�s la hab�a visto as�. Le pidi� por
favor que detuviese esa m�quina infernal, y por se�as le dio a entender que
ahora le tocaba a ella.


Se incorporaron y Marta decidida tom� la verga con sus dos
manos y repiti� la mamada anterior. El miembro hab�a adquirido su m�xima
dimensi�n. Era enorme y grueso. Marta se recost� nuevamente y abriendo los
labios de la vulva con sus manos le ofreci� esa concha complaciente llena de
pringosos jugos para calmar su calentura. El luchador no se hizo esperar y
enterr� su verga hasta los test�culos exhalando un suspiro y un grito de guerra
al tiempo que Marta lo abrazaba con sus piernas y gritaba de placer haciendo m�s
�ntimo el contacto. Se movieron sin pausa durante quince minutos. La verga
entraba y sal�a de esa concha irritada por la caricia, y desbordada de semen,
que escurr�a por el perin� hacia el orificio anal. Lo observaba todo desde mi
mirador privilegiado despertando mis pensamientos m�s encontrados. Estaba viendo
a mi esposa como gozaba al ser cogida por un desconocido y me excitaba como
nunca. Me masturb� al ritmo de los amantes y derram� chorros intermitentes de
semen rogando que continuasen con la funci�n.


Parece que hubiesen interpretado mis pensamientos. Luego de
una nueva aspiraci�n de opio, parecieron recuperar la libido y la potencia El
luchador la coloc� de bruces, con Marta apoyada sobre sus antebrazos, que
desencajada y excitada por el deseo, le ofreci� su orificio anal. La saliva, el
semen y los dedos del luchador ampliando el orificio, ayudados por las dos manos
de Marta que separaba sus dos nalgas con la mano, abrieron el camino para la
introducci�n de esa enorme verga. Marta siempre me lo hab�a negado por temor al
dolor, y con estupor comprob� en ese instante la lujuria alcanzado por mi esposa
que se entregaba totalmente.




Pude ver como esa enorme masa de carne se introduc�a dentro
de ese magn�fico culo virgen entre quejidos de dolor y pedidos de clemencia, que
no arredraron al luchador que continu� hasta hacer desaparecer dentro del recto
la verga. Solo pod�a ver como los test�culos golpeaban las nalgas de esa cola
firme reci�n desvirgada y el rubor de las nalgas golpeadas sabiamente para
aflojar el esf�nter. Continu� por un tiempo cabalg�ndola, pero entonces Marta ya
no se quejaba, es m�s lo instaba a continuar con la cogida. Luego de cuatro
horas se ba�aron juntos repitiendo las caricias y se besaron en la boca
sensualmente. Se vistieron y dejaron la habitaci�n. Un rato despu�s nos
encontramos en la residencia donde yo hab�a llegado antes y me coment� su
experiencia sin mayores detalles, como si yo los necesitase. Lo nuevo y
maravilloso que hab�a resultado su noche en ese lugar ex�tico.


A partir de ese momento comenz� mi segunda luna de miel con
mi esposa que me brind� todo lo que aprendi� en Bangkok.



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