Relato: Embarazada





Relato: Embarazada

Cosas de la vida: a los 21 años
quedé embarazada y sin pareja. Una noche de pasión, un descuido
y… sucedió. El que era mi novio desapareció y ni siquiera
mis padres, que son en extremo conservadores, aceptaron mi estado. Varias veces
me gritaron y me dijeron que me echarían de la casa. Pues bien, antes
de que ellos lo hicieran, me fui yo. Justo por esa época había
cobrado una indemnización por un despido sin causa de una empresa y había
obtenido un nuevo empleo que me permitía trabajar desde mi hogar con
la computadora. De manera que alquilé un bonito departamento en un edificio
frente a una plaza y me fui a vivir sola. O mejor dicho, con el bebé
que venía en camino.


Pronto me hice amiga de Jorge, un señor viudo de más de 40 años
que vivía en el departamento justo debajo del mío. Al principio
sólo nos saludábamos al cruzarnos en el ascensor, después
empezamos a intercambiar algunas palabras hasta que él bajaba en el noveno
piso (yo seguía hasta el décimo). Era muy suave y amable, siempre
me ayudaba cuando yo venía cargada con bolsas del supermercado o algún
paquete en las manos. De vez en cuando tomábamos juntos el té.


Algunas veces me pareció que trataba de espiar mis pechos a través
de mi escote, y en una ocasión apoyó su mano en mi espalda para
ayudarme a subir al ascensor la noté caliente y transpirada. Pero más
allá de esos detalles, que quizá estuvieran en mi imaginación,
nuestra amistad era perfecta. Después de todo él tenía
20 años más que yo, y además yo estaba embarazada. Creí
imposible que hubiera una atracción.


Y no es porque sea una chica fea. Soy mediana a alta, piel blanca, cabellos
pelirrojos y antes del embarazo era muy delgada. Ahora eso ha cambiado, como
se imaginarán. Él, en tanto, era de cabellos muy oscuros, bigote
y muy velludo, por lo que podía ver cuando vestía camisas mangas
cortas.


Una tarde llegué con fuertes mareos. Ya estaba en el séptimo mes
de embarazo y eso solía sucederme. Jorge estaba en la entrada del edificio,
me vio tambalear y se ofreció a acompañarme. Tuve que apoyarme
en él para no caerme.


Detuvo el ascensor en el noveno piso. "No puedes quedarte sola en este
estado", me dijo. "Ven a mi casa, te daré una taza de té".


Me senté en un sillón y dejé que me atendiera. La verdad
es que no estaba en condiciones de hacer nada, el mareo era muy fuerte. El té
que me sirvió, con mucho azúcar, me hizo sentir un poco mejor.


-Andrea, estás muy transpirada por el mareo -me dijo Jorge- ¿Quieres
darte un baño? Te sentará muy bien, ya verás.


La verdad es que eso era lo que necesitaba en ese momento. Cuando sentí
el agua caliente de la ducha sobre mi piel me invadió una sensación
de bienestar y abandono.


En eso sentí que se abría la puerta del baño.


-No te asustes, soy yo que vengo a traerte una toalla -me tranquilizó
Jorge.


La ducha estaba detrás de una puerta de vidrio traslúcido, que
permitía adivinar las siluetas. Me cubrí un poco con las manos
pero enseguida me di cuenta de que mi vecino no podía ver nada, aunque
tal vez sí imaginarse mucho.


Salí del baño envuelta en la toalla con una profunda sensación
de bienestar y un cansancio enorme. Jorge no dejaba de ser amable conmigo.


-Recuéstate un poco en mi cama, te hará bien.


Lo hice, y de inmediato me dormí profundamente. Cuando desperté,
a través de las ventanas entraba la oscuridad de la noche. Jorge estaba
a mi lado,

observándome.


-¿Estás mejor? -preguntó- Hablaste mucho en sueños
pero no te preocupes, sólo cosas incoherentes. No me revelaste ningún
secreto tuyo.


Sonreí, un poco confundida. Intenté acomodarme mejor en la cama,
por accidente las sábanas se deslizaron hacia abajo y mis pechos quedaron
al

descubierto. Mis mejillas enrojecieron.


-Vaya Andrea -dijo él con tranquilidad- ¿Te han crecido mucho
los pechos verdad? Por el embarazo, digo…

-Sí -respondí, tratando de parecer natural- Todavía no
me acostumbro a verlos así.


-Tendrás mucha leche para dar seguramente.


-Creo que sí. De hecho, ya me salen algunas gotas.


-Andrea, eres una niña preciosa -sonrió él, y me dio un
beso en la mejilla. Era la primera vez en siete meses que un hombre hacía
eso. Jorge era tan cálido y yo me sentía tan bien que le devolví
el beso.


-Sabes una cosa Andrea, mi esposa murió antes de que pudiera quedar embarazada.
Espero que no te ofendas si te pido algo: ¿me dejas acariciarte

la pancita? Es algo que siempre quise hacer, tocar la panza de una mujer embarazada
a la que quisiera mucho. Claro, eso si no te ofendes.


Fue tan tierno al pedirlo que no pude negarme. Entonces tiró la sábana
más abajo y dejó mi vientre y parte de mis muslos al descubierto.
Es decir, me tenía desnuda delante de él.


-Qué sensación hermosa… siempre quise hacer esto -suspiró
Jorge mientras pasaba su mano caliente por mi vientre abultado. Lo recorrió
completamente, a veces acercándose a mi vagina pero sin llegar a tocarla.
Había algo muy sensual en sus caricias. Mi piel estaba tirante y estremecida.


-¿A ti también te gusta verdad? -preguntó. Hice que sí
con la cabeza- Claro, tú también estás sola, nadie te ha
hecho esto nunca. ¿Has visto que lindo es?

Su mirada estaba profundamente fijada en la mía.


-Voy a decirte otra cosa, Andrea. Otra fantasía que me hubiera gustado
cumplir con mi mujer… tomar leche de sus pechos… yo sé que
te pido mucho, pero me gustaría tanto…

Me asusté, mi corazón palpitaba a mil por hora. ¿Adónde
terminaría todo esto? Pero al mismo tiempo no podía negar la excitación
que me provocaba. Después de todo, embarazada así como estaba,
yo seguía siendo una mujer. Una mujer con una vida sexual muy intensa
que se había interrumpido de pronto y que desde hacía siete meses
no estaba con un hombre. Claro que,

¿era ese el momento de interrumpir la abstinencia?

Jorge seguía sentado en la cama a mi lado, y yo seguía allí
desnuda. Como no contestaba, él tomó uno de mis pechos con su
mano y se inclinó hacia él. Cuando sus labios capturaron mi pezón
derecho se me escapó un fuerte gemido. Mi vecino succionaba, suave al
principio, más fuerte después, y me mordía con ternura.


-Ah, ya brota leche de tus tetas -dijo con un tono decididamente caliente- y
es exquisita.


Mamó por largo rato de mis dos pezones, que estaban duros y estirados.
Yo empecé a perder el control, y no me importó que una de las
manos de Jorge hurgaran en mi vagina. En estos siete meses me he masturbado
varias veces, pero nunca logré el placer que me provocaban los dedos
de mi amigo.


Jorge se quitó la camisa, el pantalón y el bóxer. Tenía
un pene no muy largo pero sí grueso, rígido, y la pelvis cubierta
de vello abundante y oscuro.


-Este es otro de mis sueños -dijo, y empezó a pasarme el pene
por todo el vientre sin dejar de acariciar mi clítoris. Por la punta
le salía un líquido

ámbar que dejó una huella brillante en mi panza.


Después lo pasó por mis tetas. El roce del glande contra mis pezones
fue tremendamente excitante para mí, hizo que me arqueara en la cama.
El líquido seminal se mezclaba con la leche que me brotaba.


Finalmente acarició mis cabellos rojizos y apuntó con su formidable
barra de carne hacia mi boca. No hicieron falta palabras. Abrí los labios
y me lo tragué.


Sabía a macho caliente, un gusto muy distinto al de los chicos de mi
edad con los que había estado. Nos pusimos de costado en la cama en posición
de 69, y él comenzó a lamer mi vagina hasta provocarme un orgasmo.
El primero en tanto tiempo, y el más intenso de mi vida.


-Eres una niña preciosa -repitió él- Si te hubiera conocido
antes, yo mismo te habría embarazado.


Mamé con más fuerza, casi con desesperación. Tenía
un tronco durísimo, sabroso, y yo estaba muy excitada.


Jorge me volvió a colocar boca arriba, abrió mis piernas y se
arrodilló entre ellas, sujetando su pene con una mano.


-Me da miedo… ¿no me harás daño? -pregunté
genuinamente asustada.


-No te preocupes, lo último que deseo es lastimarte -respondió
él con una sonrisa.


Con la cabeza de su verga rozó mis labios y mi clítoris. Yo estaba
encendida, quería sentirlo dentro a pesar del miedo. Sentí claramente
cuando Jorge apoyó la cabeza entre mis labios y empujó un poco.
Entró.


-¿Ves mi niña? No hay nada que temer… sólo gocemos.


Su verga gruesa y rígida se deslizó entro mío, favorecida
por mi abundante lubricación. Jorge se movía hacia atrás
y hacia delante, lento, profundo.


-Ah, mi niña, mi niña embarazada -repetía- Qué placer
cogerme a mi niña con su panza enorme.


No tardé nada en tener otro orgasmo y liberé todo mi goce en un
grito. Casi al mismo tiempo Jorge sacó su verga de mi vagina y lanzó
gruesos chorros de semen sobre mi vientre.


Desde esa vez comenzamos a tener sexo a diario, y en varias posiciones distintas.
Gracias a la suavidad de Jorge perdí el miedo, lo hacíamos de
costado, o yo sobre él, y también dejé que me cogiera en
cuatro. Además a mi amante maduro le encantaba que le diera leche, sujetando
mi pecho con la mano y apretándolo para que el pezón saliera apuntado
hacia delante. Se lo metía en la boca con delicadeza y me provocaba intensos
orgasmos mamando así. Yo, por mi parte, tomé muchas veces de su
leche.


Mi relación con Jorge continúa. Tuve mi hijo y al poco tiempo
él me dejó preñada otra vez. Mi panza está creciendo
y pronto tendré leche en los pechos para darle de tomar. De paso he descubierto
que el sexo estando embarazada lo disfruto más y me resulta muchísimo
más intenso.


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