Relato: Julieta, la primera experiencia





Relato: Julieta, la primera experiencia

Julieta, la primera experiencia


Por: Luis Enrique Sabino


A sus 18 a�os Julieta no sab�a nada acerca del sexo. S�lo
not� que conforme le iba creciendo un mullido y ligero vello en la entrepierna,
su cuerpo iba adquiriendo otras dimensiones y los hombres en la calle le
prestaban de pronto mucha atenci�n. Era evidente, para quien quisiera
reconocerlo, que en poco tiempo habr�a de ser sacrificada en el altar de la
naturaleza. Ella se indignaba cuando le lanzaban piropos que no entend�a muy
bien, pero pronto pas� del enojo al miedo cuando se vio en la necesidad de
ejecutar escapatorias a gran velocidad.


- Mira nada mas qu� chamaquita tan sabrosa.


- Ven para ac� mi reina, le gritaban.


Un d�a, tuvo que pasar frente a un grupo de trabajadores que
beb�an cervezas en una construcci�n. Ella apresur� el paso, pero con la prisa lo
�nico que consigui� fue imprimirle m�s cadencia a los movimientos de su cadera y
a los pechos que saltaban como peces que quisieran escapar de la prisi�n del
sost�n.


- Qu� nalguitas tan ricas.


- Yo s� me comer�a su caca. - No mames. Mejor chuparle esas
chich�simas que tiene.


- No. A esta reina le mamo toditita la raya.


Julieta, aterrorizada, comenz� a correr, despertando a�n m�s
el instinto canino de los borrachos, quienes se lanzaron como aut�nticos perros
salvajes en pos de la presa, turn�ndose para posar manos y dedos hirvientes por
todo el cuerpo de la cierva en fuga. La persecuci�n se prolong� por m�s de tres
cuadras; en la cuarta, ya nada m�s uno de los ebrios tuvo la fuerza suficiente
para tantear las nalgas de Julieta y luego cay� a la banqueta entre v�mitos de
cansancio. En el zagu�n de la vecindad, Julieta procur� acomodarse un poco la
pantaleta que le hab�an jaloneado bajo el vestido y coloc� uno de sus enormes
pechos en el sost�n que ya no pod�a contenerlo. Luego cruz� por en medio del
patio general hacia la vivienda del fondo, escuchando a sus espaldas algunos
murmullos que dec�an - mamacita. Antes de llegar a la puerta de su vivienda le
sali� al paso, como ven�a sucediendo �ltimamente, la figura larguirucha y
correosa de don Pancho, el compadre de sus pap�s.


- Y ora de d�nde vienes Julietita, mira nada m�s, toda
despeinada, sudada. Acom�date esto mijita, -dijo el cincuent�n, al tiempo que
ajustaba un tirante del sost�n en el hombro de Julieta, pues sobresal�a del
vestido, procurando rozar el pez�n al bajar la mano.


- Fui por las tortillas, don Pancho, pero no abrieron la
tortiller�a y luego empezaron a perseguirme unos alba�iles, por eso tuve que
correr.


- Ah, qu� muchacha, ya te dije que cuando est� yo aqu�, me
avises para acompa�arte. Ándale, vamos por las tortillas al s�per, al fin que
nos llevamos el taxi. Tienes suerte, orita me cay� un dinerito, hasta te compro
tus helados.


- Ay don Pancho, pero es mucha molestia.


- Qu� molestia ni que nada, para eso soy tu padrino, �no?
Dame mi beso y v�monos.


El taxista volvi� a aprovechar la oportunidad de tener cerca
a Julieta. Cuando se aproxim� para besarlo, la ayud� a alcanzar su rostro
levant�ndola de las nalgas. La ni�a sinti� un repentino estremecimiento, pero
atribuy�ndolo a su reciente y desagradable experiencia, no le dio importancia.
Luego agreg�: - voy a avisarle a mi mam�.


- No hombre, para qu� molestas a la comadre, si no vamos a
tardarnos -protest� enseguida don Pancho.


- Bueno -dijo la ni�a y salieron rumbo al s�per.


Afuera los esperaba el taxi. El se�or le abri� la puerta
derecha a la ni�a y ella subi� sinti�ndose al fin segura en la calle y contenta
de poder conseguir las tortillas, evitando as� el castigo de su madre. Llena de
un s�bito agradecimiento le dedic� una ampl�a sonrisa al taxista y �ste le
correspondi� con una caricia en sus piernas descubiertas.


- Y qu� te hicieron esos pinches alba�iles puercos mijita
-pregunt� el viejo, encontr�ndose ya frente al volante


- Ay, no s� qu� les pasa, primero me dijeron un mont�n de
groser�as, entonces me ech� a correr y me siguieron los muy malditos y me
jalaban por todos lados.


- Ah, qu� desgraciados. A ver, d�jame ver si no te hicieron
moretones o algo.


Don Pancho aprovech� la luz roja del sem�foro para explorar
las contundentes piernas de Julieta. Levant� la falda del vestido hasta hacer
visible la punta del calz�n de la ni�a y comenz� a recorrer el interior de los
muslos.


- Me dices si te duele -dijo con un tono extra�o en su voz y
sigui� con la exploraci�n de una manera lenta y suave, procurando acercarse cada
vez m�s a la entrepierna. Julieta volvi� a percibir la sensaci�n rara de hac�a
un momento. Cuando sinti� el dedo �spero sobre su pantaleta no pudo evitar dar
un peque�o salto y dej� escapar un gritito nervioso. El taxista se sobresalt� y
con mayor nerviosismo devolvi� la falda a su lugar original, mirando para todos
lados lo m�s discretamente que pudo hacerlo. Despu�s, mientras volv�an a ponerse
en marcha con la luz verde, carraspe� y pregunt� a la ni�a: - �All� si te doli�
verdad?.


- D�nde


- En tus piernitas bueno entre tus piernitas. Not� que cuando
te toqu� all� te doli�, �verdad?


- Ah es que pues no s�, sent� raro.


Julieta comenz� a sentirse inc�moda, no pod�a explicarse
porqu� hab�a saltado y gritado y prefiri� aceptar la conclusi�n de don Pancho.


- Creo que me doli� creo.


- Bueno mija mira, no ha de ser nada grave, pero hay que
revisarte bien all� para estar seguros.


- Ay, don Pancho, no me da pena.


- �Pena?, pero por qu�. No es nada vergonzoso que un padrino
revise a su ahijada para ver si tiene alg�n da�o en su cuerpo. Adem�s, me
imagino que ya te est�s convirtiendo en una mujercita. �Me equivoco?


- No s� no le entiendo.


- �Qu� mi comadre nunca ha hablado contigo?


- De qu� - Mmm de cuando te sale sangre por all�


Un calor muy fuerte invadi� el rostro de Julieta y sus
mejillas mostraron un rojo encendido, se sinti� descubierta. S�lo una vez le
hab�an mencionado con anterioridad el tema. El a�o pasado, justo antes de que
empezaran los cambios en su cuerpo, durante su dieciochoavo cumplea�os, su madre le
prohibi� ba�arse con sus primos como hac�an cada vez que se juntaban los cinco
ni�os con la �nica prima mujer. Le dijo que pronto se convertir�a en una
mujercita y ya no deb�a ba�arse con hombres, cosa que le caus� gran pesar, pues
se divert�a de lo lindo en esos juegos. Adem�s le hizo una advertencia y un
regalo muy raro. Le dijo que si le sal�a sangre de - por all�, se pusiera una de
esas como toallitas que le regal� en una caja. Y eso fue todo. No recibi� m�s
explicaciones ni se volvi� a tocar el tema en la casa. Posteriormente lleg� a
escuchar cosas que parec�an relacionarse con el tema entre sus compa�eras de la
escuela, pero como no se llevaban con ella por ser estudiosa, la marginaban de
tales conversaciones. Un d�a que estaba orinando vio con terror que la orina se
mezclaba con sangre y comenz� a usar las toallas que le dio su mam�, siguiendo
las instrucciones de la caja. Desde entonces, cada dos meses encontraba una caja
nueva de toallas sobre su cama, disimulada con la almohada.


- �Por qu� te quedas calladita?


Julieta estaba muy confundida. No le gustaba pensar en los
d�as cuando deb�a usar toallas, present�a que era algo malo, algo que deb�a
ocultar.


- Qu� te pasa ahijadita, �dije algo que te molestara?


- No padrino nada s�lo que me da pena.


Al escuchar que la ni�a lo llamaba padrino, s�ntoma
inequ�voco de estarse ganando su confianza, don Pancho redobl� esfuerzos para
convencerla de que deb�a revisarla por su bien.


- Mira mijita, no te apenes, no te preocupes, yo te conozco
desde chiquita. Adem�s no les vamos a decir nada a tus pap�s para que no te
rega�en, ya ves c�mo son mis compadres de disparejos en su car�cter.


- Ay s�, yo no quiero que les diga nada, menos a mi mam�.


- Vamos a jurarlo, no vamos a decirle ni una palabra a nadie,
�de acuerdo?


- S�, de acuerdo, padrino.


En el centro comercial no volvieron a tocar el tema y don
Pancho cumpli� la promesa de los helados para su ahijada; as� que cuando
regresaron al taxi, el ambiente se hab�a destensado totalmente. El cincuent�n
tom� esta vez un camino diferente para regresar a la vecindad.


- �Para d�nde se va, padrino?


- Pues vamos a la casa, pero me voy a meter en un terrenito
bald�o que hay por aqu� para revisarte, �recuerdas?


La tensi�n volvi� a apoderarse de Julieta, no cre�a poder
aguantar la verg�enza de que su padrino descubriera el naciente vello p�bico.
Volvi� a guardar silencio.


Mientras el taxista carreteaba hacia la parte media del
terreno bald�o, Julieta cruzaba y descruzaba nerviosamente sus piernas.


- �Qu� te pasa Julietita? -dijo el hombre al tiempo que
posaba una de sus manazas sobre las piernas de la ni�a, deteni�ndolas.


- No s� Contest� ella t�midamente.


- A ver, a ver. �Qu� no ya hab�amos quedado? Es necesario que
te revise, para ver si no te hicieron alg�n da�o.


- S�, ya lo s� pero me da pena


- Ya te dije que yo te conozco desde chiquita, no tienes nada
de que avergonzarte. Es m�s, como te dec�a, pienso que ya te est�s convirtiendo
en una mujercita y por eso menos debes de sentir verg�enza.


- �Por qu� don Pancho? No entiendo eso.


- Mira, las ni�as que todav�a no sangran, tienen su cosita
entre las piernas bien pelona, se les ve todo porque no tienen vello que le
cubra. En cambio, en tu caso, ya has de tener bastante pelito que te cubre. �No
es verdad?


Si es as�, no debes preocuparte ni avergonzarte. Una especie
de alivio recorri� el interior de Julieta al escuchar las palabras del
cincuent�n, ahora se daba cuenta que era normal el vello creciente en su pubis.
Se sinti� de pronto tan animada que contest� casi sin darse cuenta. - Huy s�, ya
tengo un mont�n de pelitos


Julieta guard� silencio al instante y hasta don Pancho qued�
sobresaltado por la respuesta tan sincera, tardando unos instantes en
recuperarse de la sorpresa; pero una vez repuesto, sus ojos brillaron con deseo
y ya no pudo esperar m�s.


- Me voy a bajar, t� qu�date sentada, orita voy por el otro
lado.


Don Pancho rode� el taxi para abrir la puerta de Julieta
desde afuera y la conmin� a sentarse con las piernas hacia donde estaba �l.


- Mira mija, como que te recuestas en el asiento y sacas tus
piernitas as� as� �brelas mamita


La voz del hombre se hac�a temblorosa y aflautada, era
evidente que apenas pod�a contener su emoci�n.


- Ay padrino me da pena.


- No, olv�date de la pena, en un ratito te reviso y nos
regresamos a la vecindad.


Entonces don Pancho, hincado ante las piernas abiertas de
Julieta, comenz� a subirle el vestido casi con fervor religioso. Pronto apareci�
la pantaleta con figuras de ositos y el hombre tom� los bordes para bajarla con
una expresi�n en el rostro de quien comete sacrilegio. Debajo del calz�n
apareci� un mont�culo de vellos incipientes y h�medos de tal belleza que provoc�
una especie de gemido impensado en el pecho del cincuent�n. Le quit� totalmente
la pantaleta y la llev� a su rostro para aspirar su aroma antes de dejarla a un
lado.


- Ay padrino, qu� pena


Don Pancho ya no pod�a responder, estaba demasiado extraviado
en la contemplaci�n del espect�culo. Comenz� por recorrer lentamente con un dedo
la parte exterior del mont�culo, encall�ndose en las comisuras de la ingle, fue
la primera vez que Julieta cabrille� y trat� de incorporarse, pero �l lo impidi�
posando pesadamente una mano sobre su vientre. Sigui� con su tarea, acariciando
el mullido pelo y jugueteando con un dedo en la estrecha entrada.


- Padrino, ya no me revise, me dan como cosquillas.


A estas alturas, conforme la ni�a protestaba m�s, el hombre
tuvo que aprisionar las piernas de ella con las de �l y necesit� valerse de una
sola mano para acariciarla, pues con la otra sosten�a fuertemente las dos manos
de Julieta contra sus pechos.


- �Padrino, por favor, siento muy raro! Me quiero parar.


La petici�n de su ahijada lo sac� de su trance, se dio cuenta
que necesitaba la cooperaci�n de ella.


- Mira Julietita, d�jate revisar, por favor, ya hablamos de
esto. �No ves que si tienes alg�n da�o y despu�s se dan cuenta tus pap�s, se te
va a armar?


- S�, padrino, pero siento bien raro, de veras.


- Agu�ntate tantito, ya voy a acabar, p�rtate como una
mujercita. Si est�s tratando de pararte a cada rato me voy a tardar m�s y no voy
a poder revisarte bien. Necesito usar las dos manos y con tus berrinches tengo
que estarte agarrando con una y revis�ndote con otra. Por favor ahijada, no te
pasa nada, es normal lo que est�s sintiendo, s�lo d�jate llevar por la sensaci�n
y ver�s c�mo se te quita.


Ya m�s tranquilizada, Julieta dej� que su padrino continuara
acarici�ndole la vagina, pero cada vez se le hac�a m�s dif�cil contener sus
movimientos. Sent�a ganas de cerrar fuertemente las piernas y mord�a las orillas
de su vestido para no dejar escapar los gemidos que le ocasionaba el recorrido
de los dedos del viejo sobre su pubis.


Mientras tanto, Pancho se sent�a cada vez m�s excitado
contemplando c�mo sus dedos se hab�an ido humedeciendo. Con las dos manos
libres, pudo posarlas en sendos labios vaginales y los separ� con suavidad.
Entonces su lengua comenz� el trabajo. Lami� largamente la entrada y luego pas�
a chupar el juvenil cl�toris, que inmediatamente respondi� levant�ndose
en�rgicamente. Julieta salud� el entusiasmo de su peque�o ap�ndice dejando
escapar un gemido gutural y retorci�ndose como pez fuera del agua; todav�a
alcanz� a decir: - �Padrino, padrino, d�jeme, ya no aguanto, creo que me voy a
orinar!


Pancho le sostuvo fuertemente las piernas, como si de ello
dependiera su vida y sigui� chupando como hambriento, sabiendo que su ahijada
estaba a punto de explotar. En tanto, Julieta no cesaba de retorcerse y
quejarse. Fuera de s�, aunque no entend�a nada de lo que le pasaba, dej� de
luchar contra la sensaci�n que le hormigueaba entre las piernas y se abandon�
totalmente a los designios de la boca de don Pancho. Entonces sobrevino la
tempestad y Julieta desencaden� el primer orgasmo de su vida. Apret� con fuerza
la cabeza del hombre entre sus piernas y la tom� con sus manos en un intento de
dirigir los movimientos, mientras emit�a quejidos tan fuertes que Pancho temi�
fueran escuchados. Pero �l tambi�n estaba fuera de s� y olvid� los peligros
empe�ado como estaba en sorber los fluidos amargos secretados por Julieta en
abundancia. Cuando la ni�a se calm� finalmente y se reincorpor� sobre su asiento
con los ojos a�n cerrados, don Pancho, hincado todav�a en el suelo, con la boca
y el bigotillo empapados, pegosteados, cebado sobre su presa, toc� su pantal�n y
baj� la mirada: estaba mojado. Corri� al otro lado del carro y regresaron a la
vecindad.


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