Relato: Pederasta



Relato: Pederasta


EL PEDERASTA




No s� si ser� capaz de
expresar por medio de palabras la diferencia que hubo en el interior de mi mente
entre el feliz, alegre y contento paseo ma�anero, que hab�a iniciado, en el iba
jugando con mi perrita, haciendo tonter�as al saberme solo y lo que al final
aconteci�, por la atroz visi�n que tuve que presenciar, sufrir y soportar.


Cuando ocurri� lo que narro, han pasado tres a�os desde
aquello, ten�a una perrita pastor vasca del Gorbea, color canela, que respond�a
al nombre de Chiqui, que ha sido el animal m�s bueno y noble que he pose�do. Si
hubiese sido, cuando en casa estaba Lord, un perrazo pastor alem�n, de pelo
sedoso y largo, osado y valiente, que me segu�a sumiso y obedec�a mis �rdenes,
seguro otra cosa hubiera ocurrido.


Una ma�ana que no ten�a colegio, sal� a pasear acompa�ado de
Chiqui, que saltaba alegre, feliz y alborotadora a mi lado. Al llegar al puente
del r�o Piles me apoy� en su barandilla, de hierro pintada de blanco, y dej�
reposar tranquilamente mi mirada alrededor. Estaba dudoso hacia donde dirigir
mis pasos. A mi me gusta m�s el camino del mar, se respira mejor, al estar en
una zona abierta al horizonte y adem�s la vista hacia la bah�a y acantilados del
litoral gijon�s, la considero m�s bella que la del parque, pero s� que a Chiqui
le priva la lleve hacia la zona de �ste, llamada Parque Ingl�s, en la que hay
hierba y �rboles y dejan entrar y corretear libremente a los perros, donde se
divierte mucho m�s, porque conoce que a base de ladridos y caranto�as que hace
alrededor de m�, ante otra diversi�n mejor, me obliga a jugar con ella.


Estoy situado enfrente de la l�nea de la ciudad y la playa de
San Lorenzo, a mi izquierda, se el parque donde vivo y llevar� a Chiqui, a la
derecha, despu�s de la curva que dibuja el camino, aparece el paseo hacia el mar
abierto, verde y azul a la vez, intranquilo y movedizo siempre.


Intento satisfacer ambos deseos. Contemplar durante un breve
rato el paseo del mar, sin hacerlo f�sicamente y despu�s dirigir mis pasos hacia
el parque, que nos espera fresco y cercano.


Contemplo un pato negro de mar que se zambulle y desaparece
en las profundidades, cerca de una gran roca que emerge del agua, debe ser un
buceador extraordinario porque tarda tanto en aparecer, que me parece se ha
ahogado.


Cerca de m�, como a cincuenta metros, por encima de la misma
barandilla en que me apoyo, aparecen extendidas las ca�as de los primeros
pescadores. Hoy no hay muchos. Debe de ser temprano a�n. Los cuento, son ocho.
Algunos, pacientes, esperan que el tir�n del hilo o movimiento del corcho, les
se�ale la picada, otros impacientes, levantan de vez en cuando el sedal, porque
han notado un movimiento o porque les ha parecido verlo.


En el paseo del muro, el que est� junto a la orilla de la
playa, que a�n tiene trozos mojados por la humedad de la noche, varias personas
hacen footing y otras pasean indolentes al naciente sol, vi�ndoles pasar
corriendo o se asoman a la barandilla, como estoy haciendo yo, mirando por
encima de la arena de la playa, al cercano y hoy tranquilo mar.


La marea est� bajando, calculo faltan por lo menos dos horas
para la bajamar completa, porque ya las aguas han dejado descubierta m�s de
media playa, que suele quedar tapada de agua cuando est� en pleamar.


Cuando la marea est� totalmente baja la playa de San Lorenzo
tiene un kil�metro y medio de larga, los �ltimos quinientos metros de arena, el
agua los cubre completa y r�pidamente al subir la marea, entonces la playa
desaparece y desde el paseo uno se imagina estar ante un mar abierto. En pleamar
la parte arenosa solo mide 900 metros.


Hay un rompeolas al otro lado de la ciudad cerrando el
puerto, pero no existe enfrente de la playa. No lo necesita. Las aguas se
acercan a Gij�n, vivas, a mar abierto, hacen olas altas elevando su picacho de
espuma, que aprovechan los muchos surfistas que siempre hay en esa parte, para
morir enseguida en la bah�a, mansas, sobre el ocre y fino arenal.


Satisfecha mi mirada por haber contemplado durante un rato el
oc�ano, inicio el camino del parque, con Chiqui saltando gozosa a mi lado, al
notar la direcci�n que tomamos. Al atravesar el puente, para dirigirme al
parque, contemplo desde la acera, el caudal del r�o Piles. Est� medio vac�o al
haber bajado ya bastante la marea y aparece medio enterrada, entre la arena del
fondo, una jaula de hierro que sirvi�, siendo nueva, para pescar centollos y
entre las aguas retenidas, en un peque�o charco debajo de donde pasamos, un
retel hundido junto a uno de los pilares que sostienen el puente, que habr�
perdido alguna noche un pescador de angulas que se pudre medio cubierto por los
restos de sedimento que acumula el r�o.


Un grupo de mubles se arremolinan ante un sumidero que hay en
la pared de enfrente para poder devorar, tragones, todo lo que aparece por all�
de desechos de la ciudad, mientras bandadas de gaviotas vuelan y se entrecruzan
por las cercan�as del desag�e del r�o al mar, para obtener su almuerzo ma�anero,
con algunas palomas mezcladas con ellas, que pican sobre la arena lo que estas
han abandonado.


Inicio mi andar por la verde hierba del parque tirando una
gastada y mordida pelota de tenis, que llevaba previsor, a mi leal acompa�ante,
que la alcanza, la muerde y devuelve porque a�n no se considera cansada y tiene
ganas de jugar. Cuando la someto a suficientes carreras y pretende descansar,
tengo que ir por ella y recogerla de entre sus patas.


El d�a, lo recuerdo muy bien, era soleado, aunque fresco.
Corr�a una agradable brisa que ve�a del mar que hab�amos dejado atr�s. Hab�amos
cruzado, jugando de esta forma, todo el Parque Ingl�s diagonalmente y cuando
llegamos a la esquina de la Feria de Muestras regres� porque no quise salir a la
carretera, donde mi alocada perra pod�a hacer cualquier cosa inesperada y darme
un fuerte disgusto.


En vez de regresar por el camino que existe, medio asfaltado,
jalonado de bancos de piedra sin respaldo, donde nadie se sienta nunca por lo
inc�modos, hasta una gran rotonda donde se instalan los circos cuando vienen a
la ciudad y el rastro de los domingos, si tienen ocupado su lugar habitual por
cualquier otro evento, lo hice paralelo a la alambrada de separaci�n que hay
entre el parque de Isabel la Cat�lica y la Feria de Muestras.


Para reforzar la endeble separaci�n que podr�an ejercer unas
simples hileras de alambre de espino, hab�an dejado crecer, a ambos lados,
diversos arbustos que formaban con sus ramas enmara�adas una protecci�n
suficientemente ancha y alta para no permitir saltar f�cilmente quien tuviese
intenci�n de penetrar subrepticiamente en el recinto ferial a robar lo que
dejaban, sin retirar, los poseedores de stand entre exposici�n y exposici�n.


Cuando la feria no est� abierta, hay por lo menos tres
guardas, uno en cada puerta de entrada, desde donde hacen guardia
permanentemente en unas garitas. En la entrada principal frente a la pasarela
sobre el Piles que la une al parque, en la carretera del Infanz�n y una tercera
ante una puerta en la que pon�a Entrada de Materiales, mirando tambi�n al caudal
del r�o Piles, cerca de donde nos hab�amos vuelto Chiqui y yo.


Junto a esta garita sab�a hab�a un perro peque�o pero de una
mala leche terrible, tambi�n este conocimiento influy� en mi vuelta. Me hab�a
sucedido una vez que pas� por all�, no estaba el guarda, vi al cabr�n del perro,
pintas negras sobre piel blanca, parado, cercano a la reja de entrada mir�ndome
de una manera retadora. Se me ocurri� aceptarle la mirada, mir� alrededor para
comprobar si me hallaba solo e imitando a esos vaqueros de las pel�culas que se
miran en duelo a muerte y gana quien sea m�s r�pido sacando su revolver, para
retarle, hice una especie de acercamientos y retiradas alternadas, haciendo que
mi imaginario revolver estuviese en mis manos m�s r�pido que un rayo, porque al
saberme protegido por la verja de hierro, me consideraba en una posici�n
totalmente ventajosa ante el chucho, que me miraba de una manera fiera,
dej�ndome ver sus dientes, pero sin ladrar.


Lo que yo no sab�a era que en la parte inferior de la puerta
de hierro, llena de filigranas, no hab�a mirado hacia all�, hab�a unas
circunferencias de adorno por las que le cab�a su peque�a cabeza, que creo que
el animal s� conoc�a suficientemente. Me dej� retarle varias veces para
confiarme y en una de ellas, que me hab�a acercado tranquilo y le estaba
haciendo burla desde el exterior, sac� la cabeza por el hueco de una de las
circunferencias y consigui� morderme la pierna. Despu�s se retir� hacia atr�s y
no me volvi� a hacer ni puto caso. Menos mal, que como he dicho, no era de raza
demasiado grande, aunque me hizo sangre, me doli� y coje� durante un largo rato.


Como la zona por la que volv�amos no era la mejor para seguir
tirando la pelota y tampoco a Chiqui creo le interesaba lo hiciese, la guard� y
continu� avanzando tranquilamente con la perrita pegada a mis pies.


Quien tuviese la obligaci�n de cortar la hierba y maleza de
esta parte del parque, no lo hab�a hecho, lo que ocasionaba que estuviese muy
poblada y alta, suficiente como para que mi perrita se pudiese esconder sin ser
vista entre ella.


Avanzaba pisoteando la hierba de una manera ostensible.
Imitaba lo que hab�a visto hacen los soldados rusos al desfilar, levantaba
excesivamente primero una pierna y la lanzaba hacia abajo con la planta del pie
paralela al suelo, aplastando la alta vegetaci�n del lindero y m�s tarde la
otra, hac�a lo mismo.


Adem�s de divertirme, mientras andaba de esta manera tan
especial, consegu�a tambi�n asustar, por el ruido que hac�a, a cualquier peque�o
animal que estuviese escondido, principalmente pensaba en las ratas, que por la
cercan�a de los stand que proporcionan comida durante los eventos feriales,
pudiesen proliferar por all�, en busca de restos de alimentos.


Lo que asust� con esta peculiar manera de andar no fue a
ning�n animal irracional, sino a un vil, asqueroso y repugnante ser racional,
que vi tumbado boca abajo, sobre el cuerpo de un chiquillo, no mayor de nueve
a�os, al que se le ve�a perfectamente la cara enrojecida por el llanto, con unos
ojos desorbitados de terror y una boca taponada por un trapo blanco, que presum�
era un pa�uelo.


Este ente, no quiero ni puedo denominar persona, ten�a los
pantalones bajados hasta los zapatos, por lo que se le ve�a un asqueroso y
blanquecino trasero, unas peludas y escu�lidas piernas al aire y una cabeza de
pelo largo y muy negro, que desaparec�a totalmente encima del cuerpo del ni�o,
que estaba de espaldas, tumbado sobre la hierba.


Qued� moment�neamente parado. Mis pies se hab�an quedado
pegados al suelo. El aire de pronto se me hizo tan espeso que no pod�a entrar en
mi abierta boca, por lo que sin querer comenc� a jadear, igual que mi perrita,
que a mi lado, se hab�a parado mir�ndome por ver mi reacci�n para obrar en
consecuencia. Notaba en las sienes los golpes de mi coraz�n y mi rostro sinti�
de pronto un excesivo calor, un aumento de temperatura que me sofocaba y
ahogaba.


No s� si era asco o miedo lo que estaba sintiendo, solo
recuerdo, que aterrado, me sent�a ahogar. Conoc�a lo suficiente sobre el sexo
para saber lo que aquel mal bicho estaba intentando hacer al ni�o y de pronto
sent� que pod�a ser yo el que me encontrase en su lugar o que se iba a volver,
agarrarme, desnudarme e intentar hac�rmelo a m�.


En el colegio, a la edad que yo ten�a, pasaba de los trece
a�os, a estas personas que pod�an hacernos mal a los chicos, las llam�bamos
simplemente maricones, despu�s cuando yo mismo he sentido atracci�n hacia seres
de mi mismo g�nero, he sabido que maric�n, aun usado en el tono m�s despectivo,
significa otra cosa, no es tan bajo y ruin como la palabra pederasta.


Esos seres tan asquerosos, para m� personas que poseen una
sexualidad desviada, son capaces de violar lo mismo a un ni�o como a una ni�a de
tierna edad, para satisfacer sus bajos instintos. Son despreciables y no tienen
nada que ver con los muchos homosexuales que poblamos la tierra, que simplemente
tenemos una sexualidad diferente a otros seres que nos acompa�an.


Al notar el individuo mi presencia, volvi� su rostro por lo
que se medio volte�, inclin�ndose y entonces contempl� enteramente el cuerpo del
ni�o, al que le hab�a bajado los pantalones y entre la rosada y blanquecina piel
de sus muslos, asomaba los solo iniciados genitales p�beres, con un peque�o
pene, como si fuese uno de los dedos de su mano, que hubieran puesto all�,
mirando hacia arriba.


Un terrible alarido naci� dentro de mi pecho pugnando por
escapar, pas� finalmente por mi garganta, consigui� salir al exterior, en
libertad y se expandi� grandioso y vocinglero por todo el �mbito del parque.
Seguro que fue escuchado a gran distancia. El vicioso, nervioso ante mi grito,
intent� levantarse pero se atropell� con los calzones, no acertando a hacerlo
mientras yo, roto el dique de mi seca garganta, lanc� un nuevo y lacerante
chillido seguido de otro y otro mayor.


No ped�a socorro, no solicitaba ayuda, solo chillaba y
chillaba, hist�rico, dejando escapar toda la terrible presi�n que se hab�a
formado en el interior de mi pecho, al haber contemplado at�nito y asustado,
aquella abominable escena que se estaba desarrollando ante mis ojos.


Chiqui asustada por mi vocer�o, comenz� tambi�n a ladrar con
desespero, no le atac�, no estaba acostumbrada a hacerlo, cosa que lament� en
ese momento, solo ladr�, intentaba hacer ruido y me estaba preguntando, mediante
estos ladridos, qu� me pasaba para gritar de la manera que lo estaba haciendo,
aunque creo que el asqueroso individuo no sab�a esto y quiz� pens� que le iba a
morder.


Cuando pas� todo, pens� mal�volo, que si hubiese sido mi
Lord, aquel culo y piernas al aire que vi, seguro se hubieran llevado unos
buenos mordiscos.


Por fin aquella escoria, no quiero decir humana, consigui�
levantarse, subirse de un empell�n la ropa que le imped�a andar, y salir
corriendo, agarr�ndola con sus dos manos, para evitar se le volviese a bajar. En
su precipitaci�n no pudo evitar, que por su a�n abierta bragueta, quedara
asomando una asquerosa barra de carne amoratada, que bamboleaba en su huida,
hasta que la pudo guardar.


El ni�o, quitado de su boca el pa�uelo, lloraba en el suelo
en silencio con hipidos entrecortados y cuando arrodillado le abr� mis brazos,
se cobij� en ellos, abraz�ndose convulso a mi cuello, mientras mis manos sub�an
hasta su lugar sus azules pantalones, que hab�a bajado aquel malvado, que veo al
volver la cabeza, ha conseguido llegar hasta unos chalet cercanos, que atraviesa
por sus lindes, para salir hasta la carretera del Infanz�n, por donde se perder�
para siempre.


Prefiero atender y calmar a este asustado chiquillo, que
correr gritando tras el hombre fugitivo, porque pienso, a�n muy aterrado y
miedoso que al darse cuenta de mi edad puede volverse y atacarme a m�.


El ni�o tarda bastante tiempo, abrazado a m�, que mientras
golpeo acariciadoramente su espalda, que el llanto, el miedo de sus ojos y los
suspiros entrecortados cesen y cuando la respiraci�n del infante se acompasa un
tanto, le pregunto como se llama.


-Carlos - me dice con voz d�bil.


Permanecemos despu�s sentados en el mismo sitio largo rato y
sin soltarse de m�, miedoso y mirando a la lejan�a, porque teme ver aparecer de
nuevo a su verdugo, me cuenta que vive en unos chalet adosados que hay cercanos,
que aquel hombre le hab�a preguntado, cuando estaba saliendo de su casa, c�mo se
iba al campo de f�tbol del Molin�n, que est� all� mismo frente a nosotros, y que
al separarse para se�al�rselo, le hab�a tapado la boca y llevado con �l a la
fuerza, casi a rastras.


Tengo que hacerme el valiente ante aquel chiquillo aunque
dentro de m� siento un terror casi id�ntico al que �l tiene, pero el chiquillo
se siente protegido por un chaval "mayor" que ha hecho huir a quien le estaba
haciendo da�o al que abraza y da las gracias de tal manera, que hace salir de m�
unas fuerzas que en mi interior sab�a no pose�a.


Acompa�� al chico, cuando se calm�, hasta la entrada de la
urbanizaci�n donde viv�a. Pens� recordarle tuviese cuidado en lo sucesivo, pero
desist� de hacerlo, cre� que con lo que hoy le hab�a ocurrido era suficiente
lecci�n para el pobre chaval�n.


Tampoco me atrev� a recomendarle si deb�a o no contar en su
casa lo pasado, decidir� �l, pens�.



- Al no ocurrir nada sobre su cuerpo, solo un terrible susto
probablemente ser� mejor que se lo calle, como seguro hubiese hecho yo, si
hubiese sido el agredido.


Lo �nico que conseguir� es volver a recordar los horrendos
momentos vividos, que le quiten la libertad de salir y que si sus padres lo
denuncian, pase a engrosar la larga lista y las estad�sticas de los menores que
son objeto de violaciones porque la polic�a, salvo alg�n reincidente, no los
atrapa y cierra y separa estos asquerosos entes de los que somos, aunque
homosexuales o gays, personas y seres totalmente normales
.




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Relato: Pederasta
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