Relato: Una joya de mujer





Relato: Una joya de mujer

Hola, me llamo Rafa y acabo de descubrir vuestra web esta
tarde. Lo de contar las vivencias o fantas�as me parece fant�stico y creo que me
voy a animar a contar las m�as. Seg�n mi siquiatra lo de confesarse normalmente
tiene un efecto de catarsis muy importante para la estabilidad emocional, que es
ahora mismo lo que a m� me hace falta. La verdad es que si encuentro alguna
satisfacci�n en este ejercicio seguramente lo repita, es una m�xima en mi vida.


Ahora lo importante es encontrar un punto de partida,
supongo, aunque dada mi naturaleza tendente al olvido, seguramente no podr� dar
un orden ni concierto a las sucesivas entregas, si la hay. Bueno, pues el punto
de partida imagino que no fue otro que mi t�o Alonso, o m�s bien la que es su
mujer, mi t�a Marta �ngeles, unos diez a�os m�s joven que �l y con claras
tendencias s�dicas, s�ficas y compulsivosexuales, algo as� como la ninfoman�a,
pero m�s tendente a la perversi�n, para que nos entendamos. Una joya de mujer,
vamos. El primer recuerdo que tengo de ella creo encontrarlo cuando yo ten�a
unos 11 a�os. En aquella etapa de mi ni�ez yo me sent�a atra�do por todo el sexo
opuesto (antes de que se me olvide: WG Colber, un autor de c�mic muy indicado
para los amantes del sexo incestuoso.


Si alguien tiene ejemplares escaneados, que no dude en
enviarlos a mi direcci�n de correo, en cuanto yo escanee los m�os prometo
entregarlos), y recuerdo que, el d�a que la vi por primera vez, acompa�ada de mi
prima Ang�lica, me result� perturbadora cuando menos. Ella tendr�a entonces la
veintena muy reci�n cumplida y a m� me produjo una sensaci�n muy cortante,
demoledora. recuerdo que no pod�a ni mirarla sin enrojecer de verg�enza -un
punto a mi favor, a fin de cuentas-.


Me pareci� muy alta, con una melena casta�a y ondulada que la
hac�a terriblemente atractiva a mis ojos. En el patio de mi casa estuvo ese d�a
hablando bajo mi atenta mirada, que se perd�a en la sinuosidad de sus caderas
menos cuando lo hac�a en su escote, infinito y promesa de unas tetas muy
generosas, de forma que me llev� toda la tarde con un aire bobalic�n que era un
cuadro. Mis padres alababan el gusto del zorro hermano de mi madre, mi t�o
Alonso, habiendo escogido a una muchacha tan guapa y joven. Aclaro que por aquel
entonces yo viv�a en un pueblo relativamente peque�o, de Espa�a para los
lectores internacionales, y mi t�o hab�a comprado una casa cercana a la nuestra.
Pas� el noviazgo, corto, y se casaron.


Y yo empec� a descubrir el significado de la sexualidad.
Comenzaron las tradicionales masturbaciones y dem�s con revistas que le pillaba
a mi hermano, bendito �l que, supongo, me daba por causa perdida -una reflexi�n
breve: las madres deben ser unas santas, porque, creo, en esa �poca todos
dejamos las s�banas hechas un asco-. Pero hab�a un matiz muy importante que
descubr� con el tiempo, y es que mis fantas�as sexuales estaban ocupadas por mis
primas, mis t�as, incluso mis primos. Siempre recordar� un relato de la revista
intervi� donde se narraba la experiencia que sufri� un padre, aquejado de
impotencia, cuando descubri� que la ni�era de sus hijos se follaba a sus tres
hijos, un ni�o de 12, otro de 9 y una ni�a de 11 y c�mo el espect�culo solvent�
todos sus problemas de disfunci�n er�ctil. El relato era brutalmente excitante y
si alguien lo puede encontrar ver� que es una maravilla para los sentidos, sobre
todo el del tacto, imagino.


El relato era tan bueno que ni tan siquiera recuerdo las
fotos de t�as desnudas que lo acompa�aban. Siempre he sido una persona muy
t�mida y algo gordita, aunque muy despierto y salido, lo reconozco. Mi t�a, as�
como mis primas se convirtieron en un claro objeto de deseo. Incluso mi t�a
Raquel, hermana de mi madre y unos veintitantos a�os mayor que yo me atra�a por
el mero hecho de ser de la familia. Un d�a incluso me dijo, habida cuenta de mis
descaradas atenciones hacia mi prima Ang�lica, que si ten�a pensado casarme con
ella. Esas palabras desmoronaron mis estrategias mejor pensadas para hac�rmelo
con mi prima, adem�s de sumirme en una verg�enza tremenda. Pero me vengu�, vaya
si lo hice. Pero es el momento de volver a Marta �ngeles.


Mi primer escarceo, de lo que luego ha sido una relaci�n,
digamos, estable tuvo lugar, creo recordar -los escritores profesionales dicen
que en este proceso de recordar hay una gran parte de inventiva, as� que no os
cre�is todo lo que escriba porque ni yo estoy seguro de ello-, el verano en que
yo ten�a doce a�os. Cerca de mi pueblo hay un r�o donde mis t�os tienen una casa
y all� pas�bamos muchos d�as de verano. Ese r�o debe estar bendecido por alg�n
tipo de dios de la sexualidad porque lo que he hecho y he visto en aquel sitio
escapa a mi comprensi�n.


No s�lo las relaciones sexuales de todo tipo que all� he
mantenido, sino las que he visto incluso ajenas a m�. Recuerdo un d�a con el
marido de la prima de mi madre en que seguimos el curso del r�o para encontrar a
otros familiares cuando, en una charca, nos encontramos, como �l las defini�
certeramente, a dos amazonas desnudas acarici�ndose muy suavemente sobre una
toalla muy colorida.


M�s por pudor hacia m� presencia, imagino, que por mala idea,
mi t�o se hizo notar y las chicas corrieron espantadas a meterse en el agua. No
s� si �l lo cont�, pero yo me lo guard� para m� y mi entrepierna. Bueno,
reconduzcamos el relato. El caso es que un d�a en el r�o, yo, como ni�o que era,
no quer�a salir ni a tiros del agua, as� que todos se fueron yendo cuando lleg�
la hora de la merienda hasta que me qued� s�lo en el agua. Pero jugar s�lo en un
r�o a m� me aburre pronto, as� que al poco sal� del agua y me encamin� hacia la
casa de campo con paso r�pido para poder comer algo.


Celeridad que disminuy� cuando comenc� a escuchar a mis t�os
en el r�o. Pens� que ser�a una buena oportunidad de jugar un rato m�s y, a�n
m�s, mejor oportunidad de tener cerca de mi t�a y el escueto biquini que luc�a
ese d�a. As� que fui andando por encima de unos riscos para lanzarme al agua en
tromba cuando me encontr� con un panorama que r�pidamente colm� mis fantas�as
sexuales m�s agradables. Los dos se encontraban tendidos en la orilla de un
recodo del r�o, bastante apartado y que dejaba fuera al ojo ocasional. Pero
claro, eso supon�a que el ojo furtivo pod�a aprovechar su privacidad para
disfrutar del espect�culo.


Y vaya si lo disfrut�. Me tumb� sobre una de las piedras m�s
ocultas y saqu� la cabeza lo suficiente como para no perder detalle. Tambi�n me
saqu� la otra cabeza para proceder al est�mulo de rigor, qu� narices. All�
estaba mi t�o con el ba�ador ochentero total, como los de verano azul, en plenos
noventa, bajado hasta la mitad, mostrando su culo peludo al respetable, o sea,
yo. Y en mitad de las piernas de mi t�a, muy morena -del bikini nada supe hasta
despu�s-. El contraste de las pieles era curioso, puesto que mi t�o, a pesar de
tener mucho vello corporal, es m�s bien blaco de piel, caracter�sticas que yo he
heredado, afortunado de m�, mientras que mi t�a luc�a un bronceado muy
espectacular, sobre todo en sus muslos, brillantes por el sudor y el agua, que
perlaban su piel con la ca�da del sol de la tarde. Mi t�o se esforzaba por
moverse r�tmicamente entre las piernas de su mujer, mientras con sus manos
apretaba los pechos, generosos, no me cansar� nunca de describirlos as�.


Mi t�a era un manojo de placer perdida en jadeos y en
suspiros que mi t�o, por obvia verg�enza, le solicitaba, una y otra vez, que
cesase. Uno de los grandes problemas a los que he tenido que hacer frente en mi
vouyerismo, escoptofilia es el t�rmino m�dico, ya sea involuntario o buscado, es
mi falta de agudeza visual. Que soy miope, vaya. �Y no siempre llevo las gafas,
como era el caso. As� que siempre he perdido detalles muy importantes, aunque en
contraprestaci�n, he sido bendecido con un sentido del tacto prodigioso y que
siempre he sabido utilizar en beneficio propioo y ajeno con aut�ntica maestr�a.


El caso es que m�s que cosas concretas, yo ve�a dos figuras
borrosas y completaba el cuadro a fuerza de imaginaci�n y estiramientos del
cuello, con el consiguiente riesgo de que me pudieran ver sin yo darme cuenta
hasta que fuera tarde. Por fortuna, nada de eso pas�, sino que mi t�o continu�
su cogida, magn�fico verbo amigos argentinos, lanzando bramidos roncos a medida
que se acercaba su orgasmo. Yo, como siempre que he optado por las t�cnicas
onanistas, prefer� tom�rmelo con calma y de forma pausada, retardando lo m�s
posible mi final. Cuando mi t�o hab�a descargado sobre mi t�a, vi como se hizo a
un lado, tumbado boca arriba y mi t�a, sin prisa retiraba, ahora lo imagino,
antes supongo que no sabr�a que era, el cond�n de su pene flacido. Acto seguido,
comenz� a masturbarle con la mano, algo que �l pareci� agradecer llev�ndo una
mano a sus tetas y otra a su culo, desde donde inici� a su vez la
contraprestaci�n m�s adecuada. En ese momento, yo ya no pod�a m�s y descargaba
mi escaso esperma sobre la piedra encubridora, ahora improvisada s�bana de mis
urgencias.


Podr�a haberme ido entonces, una vez que la calentura hab�a
bajado unos grados, pero pens� que la velada podr�a deparar alguna que otra
sorpresa, incluso la aparici�n de un familiar que los pillase por ejemplo, sin
reparar en quiz� yo podr�a ser el atrapado. As� continu� con la velada. Y no
tard� en alegrarme de haber optado por permanecer a la espera porque lo que vi
me sirvi� en las sucesivas alemanitas del final del verano. En plena
masturbaci�n, mi t�a acerc� su cabeza y se introdujo el pene en la boca, dando
inicio a una serie de movimientos r�tmicos que consiguieron que mi t�o cayera
hacia atr�s de la forma m�s relajada, con los brazos detras del cuello, como
sinti�ndose amo de la situaci�n, inconsciente del peligro que nos aguarda a
todos cuando alguien te hace una mamada.


Si es que nos gusta el riesgo. Mientras mi t�a continuaba la
felaci�n, acariciaba con una mano los test�culos de su afortunado esposo,
suavemente, hasta que, en un momento determinado, le dio un tir�n del vello
genital, que hizo que mi t�o gritara, entre dolor y placer. Yo pens� en
retirarme, por si alguien hab�a o�do el quejido, pero aguant� un poco m�s, lo
justo como para ver como, en respuesta mi t�o se incorporaba, sujetaba las manos
de mi t�a, mientras �sta se re�a, con una mano por encima de sus hombros y con
la otra mano, comenzaba a penetrarla. Al principio, despacio, pero despu�s con
mayor fruicci�n y celeridad, hasta que meti� parte de su pu�o. Y tiene unas
manos grandes, deb�is saberlo. Siempre he considerado que esa batalla la gan� mi
t�o, porque mi t�a estaba cuando me march� desencajada de placer, lanzando besos
y bocados a los labios y el cuello de mi t�o. Me fui. Qu� remedio, si ya no
pod�a dar m�s de m� a aquella piedra. Llegu� a la casa y merend� con
tranquilidad, pero, para mi desonsuelo, la jornada no hab�a terminado.


Cuando se presentaron los dos reci�n casados, las bromas
entre los mayores eran incesantes, pero yo not� que entre chascarrillo picante y
gui�o sexual, mi t�a me dirig�a una mirada, ahora podr�a decirse de complicidad,
en aquel entonces yo la interpretaba como una clara acusaci�n que me se�alaba
como proscrito dentro de la familia. Pas� el verano, la escuela arranc� y yo
tuve una oportunidad de encarrilar mi sexualidad fuera de las relaciones
incestuosas, al menos con mi familia. Yo me relacionaba con algunos cr�os de un
curso superior al m�o porque eran vecinos de la misma calle y porque yo hab�a
dado el estir�n antes que los dem�s, lo que me hac�a el m�s alto de la clase-era
el pivot del equipo de baloncesto y mido 1,73, as� que imagindad qu� equipo
tendr�amos.


Una vez ganamos un partido-. Pero el que me relacionara con
ellos no he hac�a m�s despierto, al menos en lo que a referencias sexuales se
refiere. Por poneros un ejemplo, un a�o antes, cuando ten�a 12, lleg� una
maestra joven que dec�a a las madres que le daba miedo abrir la puerta por las
noches. Yo le pregunt� a un chico de mi edad que por qu� no habr�a y �l
respond�i� que porque se la quer�an tirar, verbo que para m� significaba por
aquel entonces lanzar algo. As� que no me enter� de nada, pero por prudencia no
profundic� en el ausunto y lo dej� correr -ejem-. Lo dicho, pues ese a�o lleg�
la prima de uno de mis mejores amigos y comenz� el curso con la clase de los de
14 a�os, aunque no lo acab� en nuestro colegio, para desdicha de los
afortunados.


La ni�a, Carmen, era de una frescura insultante, no se
cortaba ante ning�n machito de la escuela y sol�a responder con palabras m�s
soeces y cortantes que las que ning�n ni�o de mi pueblo se hab�a atrevido jam�s
a pronunciar. Seg�n me dieron a entender mi grupo de amigos, la ni�a incluso era
receptiva a dejarse tocar y dem�s, por experimentar m�s que nada, as� que no
pas� un mes desde su llegada cuando los cuatro coleguillas, primo incluido, la
ten�amos como objeto de las m�s diversas pajas. Ella nos mostraba su pubis,
apenas con vello, muy rubio recuerdo, y nosotros la ilustr�bamos con todo tipo
de secuencias masturbatorias, sin pudor por vernos unos a otros.


Aunque claro, yo, como muy poco, me llevaba unos meses con el
m�s peque�o de los mayores, por lo que mi miembro no merec�a m�s que el
calificativo de ap�ndice, como el dedo de una persona adulta, calculo, lo que,
al lado del resto me pon�a en cierta desventaja. Las experiencias primerizas
ten�an lugar, para mayor diversi�n incestuosa, en casa de su primo, donde ella
viv�a, por no se qu� rollo extra�o con sus padres. Por fortuna, los padres de mi
amigo trabajaban los dos hasta tarde, lo que nos permit�a regalarnos con semanas
laborales muy intensas...


La ni�a se mostraba cada vez m�s receptiva a dejarnos
participar de su cuerpo, por lo que las sesiones comenzaron a ser m�s
interactivas, de forma que pasamos de tocarnos y mirar a tocarla y mirar. A las
pocas semanas la ni�a ya nos masturbaba con las manos y, aunque nuestros penes
eran peque�os, la justa proporci�n de sus deditos hac�a la tarea muy compensada.
Su primo, creo recordar, fue el primero en solicitar una felaci�n, que ella
regal� muy gustosa e interesada en probar el sabor del esperma infante. En mi
caso, prefer�a que lo hiciera con la mano, menos arriesgado y placentero si no
tiene mucha experiencia, seg�n mi opini�n.


Los juegos ten�an lugar en el sal�n de la casa, desde donde
pod�amos ver venir a los padres, quienes ten�an que aparcar el coche delante de
la casa y atravesar el patio delantero, por lo que el riesgo era m�nimo y estaba
asumido. Casi siempre �ramos cuatro ni�os los que particip�bamos, aunque el
ocasiones alguno se descolgaba.


Yo, en mi condici�n de menor de todos, era el plato final la
mayor parte de las ocasiones y hasta que no pasaban los dem�s no pod�a difrutar
de la primita, pero, como comprender�is, me daba igual. La diversi�n dur� muchas
semanas, hasta que pas� el invierno y mi fijaci�n por mis primas y mis t�as
creci� en proporci�n aricm�tica a mis eyaculaciones en la ni�a. Pero la cosa se
vino abajo un d�a muy, pero que muy jodido. Por providencia, ese d�a fui al
dentista y no particip� de la microorg�a, aunque siempre he pensado que eso no
me libr� del dedo acusador de mis compa�eros de correr�as y corridas. Resulta
que esa tarde, cuando todos estaban en plena degustaci�n de la ni�a y la ni�a
degustaba todo lo que su menudo cuerpo pod�a, apareci� de improvisto la madre de
mi amigo. La mujer, ante una situaci�n tan dantesca reaccion�, ahora que lo
pienso, con una actitud muy progresista.


Imagino que debi� ser por su condici�n de trabajadora o de
que, en fin, tampoco era nada que ning�n ni�o no debiera hacer mientras descubre
su sexualidad. No se uni� a la fiesta, por si alguno lo ha pensado. El caso es
que apenas mont� el esc�ndalo, me contaron estos, sino que pidi� explicaciones
con clama y poco m�s. No s� si se lo cont� a los padres de los otros o incluso a
los m�os -estos cabrone no perdieron oportunidad para incluirme en el saco de
culpables, los muy judas, estoy seguro-, pero ninguno fue recriminado ni nada
por el estilo.


Pero Carmen, se volatiliz�, a otro provincia, que es como si
estuviera en el otro lado del mundo. Qu� se le va a hacer. Habr�a que volver a
las t�cticas masturbatorias propias y al recuerdo de mi t�a rota por el pu�o de
mi t�o. Aunque en ning�n momento penetramos a la primita y, por tanto todos
segu�amos v�rgenes, el balance fue m�s que positivo. Hab�amos aprendido algunas
cosas sobre las chicas y, en mi caso, creci� mi fijaci�n por las familiares,
aunque no, desde luego, mi genersoidad para con mis amigos, puesto que no estaba
dispuesto, ni de lejos a compartir nada con ellos, a diferencia de mi amigo con
su prima -aunque siempre he sospechado que �l si lleg� ha coger con la ni�a
pecadora, en lo que debe ser un servicio exclusivo para familiares-.


Para ubicarnos, rondar�a el mes de marzo, o quiz�s abril,
cuando comenz� todo. Lo le�do hasta ahora han sido los, digamos, prelimnares.
Ahora es cuando empieza mi aventura con mi t�a Marta �ngeles. Esto s� lo
recuerdo bien. Como os dec�a, ellos viv�an cerca de mi casa y un d�a, por la
tarde, mi madre me encarg� que fuera a casa de mi t�a, que andaba de limpieza en
su casa para que la ayudara a mover unos muebles. Mi t�o, por su trabajo, ten�a
unos horarios muy particulares y cuando estaba en casa, yo al menos as� lo
pensaba, era para dormir. El caso es que mi t�o Alonso no estaba, mi madre no
pod�a ir a ayudarla, mi hermano estudiaba fuera del pueblo, mi padre se
encontraba en el campo, en una granja que tenemos, y yo era lo sufientemente
grande de edad y, sobre todo de cuerpo, como para echarle una mano. Nunca mejor
dichio. Todos los factores encajaban esa tarde como en un puzzle.


En el camino de mi casa a la suya, que recorr�
diligentemente, mi mente bull�a de ideas, a cada cual m�s guarra de lo que pod�a
hacerle si ten�a el valor como para desencadenarlo. �sa era una t�nica en mi
proceder y masturbar, porque en ocasiones hab�a ido a su casa y cuando estaba
sola, imaginaba que me lanzaba y hac�amos de todo, y eso era todo lo que
necesitaba en mis pr�cticas onanistas. Nunca hab�a dado ese paso que yo cre�a
suficiente para tenerla a mis pies o yo a los suyos, como en ocasiones me hizo
estar despu�s. Llam� a su puerta y desde el piso superior me dijo que subiera,
que la puerta estaba abierta. En las camas, pensaba, mientras sub�a los
escalones, lo haremos en las camas porque hay que moverlas y ella se echa y yo
la toco y luego la desnudo y luego me desnudo y bueno, no mucho m�s porque
tampoco hay tantas escaleras. Por fortuna. La visi�n que me esperaba al final de
las remencionadas escaleras fue antol�gica. Aunque quiz� era m�s efecto de mi
calitente mente. En la puerta de ba�o estaba ella, limpiando el suelo, de
rodillas y hacia el interior, de forma que su espectacular culo, que ha crecido
con el tiempo, todo hay que decirlo, asomaba tentador, muy tentador.


El culo, su culo, estaba protegido por una barrera muy
singular de vista, que ojal� hubiera sido X, supongo que pensar�a en ese
momento. Llevaba un pijama verde, algo transparente o desgastado si un pijama se
puede desgastar y que en esa posici�n no llegaba a su cintura, sino que dejaba
algo de las braguitas que llevaba al descubierto. Blancas y con un peque�o
encaje, pero muy distintas a las de la prima de mi amigo, que siempre me
parecieron muy puras, las bragas, ojo.


Tambi�n llevaba una camiseta corta e iba sin sujetador -lo
comporob� m�s tarde, joder, no os adelant�is- por lo que sus tetas apuntaban a
la soler�a marr�n brillante del suelo del cuarto de ba�o sin ning�n pudor y en
toda su extensi�n. Me mir� por encima del hombro y me dijo que esperara un
momento mientras terminaba con esa faena para comenzar a mover... ���las
camas!!! Fue como un presagio, ten�a que ocurrir sin m�s remedio. Era imposible
que algo fallara.


As� que me par� en el descansillo de las habitaciones, desde
donde ten�a la mejor visi�n de su culo, mientras ella me preguntaba por la
escuela para hacer m�s liviana la espera supongo, sin saber que sin decir nada,
yo ya estaba en la gloria. Me preguntaba por los estudio, repito, donde siempre
he sido puntero. Pero mi mente ya no era m�a y ante ese culo yo s�lo pensaba en
tocarlo, lamerlo, correrlo por completo, como hice en un par de ocasiones con la
primita del amigo, pero sabiendo que esta era de mi familia y no de la suya, y
era mayor, tendr�a pelo entre las piernas y unas tetas enormes que por fin
podr�a apreciar en su real y no distorionada por mis ojos dimensi�n. Y esa fue
mi perdici�n. Yo estaba que ard�a y ella estar�a realizando una investigaci�n
sobre el c�ncer porque tardaba una eternidad en levantarse. Alguna glandula de
mi cerebelo segreg� una sustancia que yo confund� con valor y, entonces, hice la
mayor estupidez de mi vida.


Decidido a no dejar pasar la oportunidad y sin sopesar las
consecuencias, me saqu� mi erecto pene, algo m�s crecido, imagino, pero en
absoluto similar al pu�o de mi t�o, y me acerqu� despacio, aguantando la
respiraci�n que golpeaba en mis pulmones, por detr�s de mi t�a, que con el culo
en pompa me esperaba generosamente. Con una mano prendida de mi clavo, la dureza
juro que era similar, deslic� la otra por entre sus bragas y el pijama. La ostia
que me meti� hizo que me cayera de espaldas, me lastimara la mano y perdiera la
erecci�n. Todo en un segundo. Ni la vi levantarse antes de notar un intenso
calor, ahora de otro tipo, por todo el cuerpo, sobre todo en la cara. Las
palabras no las recuerdo, s�lo la angustia que me envolv�a, el est�mago estaba
encogido, la mejilla estaba encogida, el pene estaba desaparecido.


Yo qu� s�. Comenc� a llorar levemente, por efecto de la
bofetada y de la angustia, supongo. Mi t�a, sin embargo, comenz� a
tranquilizarse y me ayud� a levantarme, entre mis sollozos y gimoteos. Lo
primero que me pidi� fue que me guardara el "pajarito". Eso s� que nunca lo
olvidar�. Joder, qu� desprecio hacia mi varonilidad.


Ya ten�a 13 a�os, digo yo que algo abultar�a. Bueno, el caso
que es que me llev� al maldito cuarto de ba�o, responsable de mis desgracias en
�ltima instancia. Eso y la investigaci�n sobre el c�ncer de los cojones.
Sollozos y hipidos eran lo �nico que mi organismo articulaba, pero ella comenz�
a secarme las l�grimas en el lavabo y a preguntarme por qu� lo hab�a hecho.
Adem�s se dio cuenta del estado de mi mano y me la refresc� bajo el agua fr�a
del grifo, lo cual me consol�. Eso y que me asegur� que no le dir�a nada a mis
padres ni a mi t�o Alonso. Eso fue un alivio. Entonces lleg� el momento de
responder a la pregunta fat�dica del porqu�. Lo primero que se me vino a la
mente fue el episodio del r�o, pero claro, no estaba seguro de si eso mitigar�a
o agravar�a la situaci�n.


Entonces, le dije que lo hice porque era muy guapa -eso fue
un gran tanto a mi favor, he descubierto que si una hembra te coje en clara
desventaja y eso el lo primero que le sueltas, tienes gran parte del trabajo
hecho-. Comenc� a describirla como la ve�a en mi mente y, ya puestos, le confes�
que no pod�a sacarla de mi cabeza, que era una muchacha muy bien considerada
entre mis amigos, e incluso baraj� la posibilidad de comentar que fue una
apuesta entre mis amigos, los traidores, como para devolverles el favor. Pero
eso me lo ahorr�.


La mano, mientras tanto, cog�a algo de hinchaz�n y yo
recuperaba mi pene de entre mis test�culos, donde imagino que se hab�a refugiado
de la hecatombe. Entonces decid� contar el episodio del r�o de las narices,
animado por el aire a confesi�n que estaba en el ambiente. Comenc� de forma
vaga, aunque ella pidi� detalles m�s profundos. Qu� tipo de cosas hab�a visto,
qui�n las hac�a a quien. Posturas y dem�s, y tambi�n pregunt� si se lo hab�a
contado a alguien. No. Es nuestro secreto, dijo, y no creo que ese nuestro
incluyera a mi t�o. Entonces sac� mi mano de debajo del agua y me dijo que la
hinchaz�n no bajaba con el l�quido elemento, pero que ella conoc�a otras formas.
Cogi�, en espa�ol, mi mu�eca con ambas manos y le dio un beso. Yo abr� entonces
los ojos como un mochuelo para no perder nada de detalle, y, lentamente, Marta
�ngeles fue deslizando mis dedos, r�gidos por la tensi�n y un poco hinchados,
por entre sus pechos. La desventaja de hacerlo con una ni�a es que no tiene
tetas a edad muy temprana, salvo que se desarrolle muy pronto y ese no era el
caso de la prima de mi amigo.


Dicho de otro modo, no ten�amos fijaci�n por sus tetas y en
nuestros escarceos rara vez se desnudaba o la desnud�bamos de cintura para
arriba. Como es normal, yo no pensaba entonces en el pecho plano de la ni�a,
sino en las tersas tetas de mi t�a, la piel de su est�mago que su camiseta no
consegu�a tapar y finalmente, su vello p�bico, recorrido que hicieron mis dedos.


Electrizante, no hay otra forma de describirlo, miles de
voltios recorrieron mi cuerpo cuando sus manos, m�s grandes que la m�a,
condujeron las llemas de mis dedos por entre sus braguitas. Mis dedos ajenos al
antes maldito pijama verde semitransparente comenzaron a verse rodeados de
pelitos. Era simple piel con pelitos, pero la carga sexual que desprend�an, y
a�n hoy creo que desprende esa zona de la mujer, iba a hacer que me desmayase.
Vaya papel�n hubiera perpretado si me hubiese desmayado en ese instante. Creo
que me la habr�a cortado por lo menos. Pero aguant� la vertical, aunque mi
cabeza seguramente estaba en otro lado, porque tanta presi�n, esta vez positiva,
no creo que sea buena. Recuerdo que mantuvo mi mano quieta en ese punto, justo
antes de los labios vaginales, y que extend� los dedos al m�ximo, como
intentando cubrir el m�yor terreno prohibido posible, tanto a lo largo como a lo
ancho.


Quer�a colonizar aquellas tierras, sin saber que eso era ya
una civilizaci�n muy antigua y multirracial. Hab�an ya pasado muchas
civilizaciones. Pero eso a m� no me importaba, ni ahora me importa. Con simple
precauci�n, l�ase cond�n, estamos a salvo de casi todo -parezco un anuncio del
ministerio de sanidad-.


El caso es que yo hubiera deseado en ese momento ser un
camale�n, no por la lengua, aunque..., sino por los ojos, para poder apartar un
ojo de mi mano, su entrepierna -lo que se ve�a, que no era mucho- y mirarla a la
cara. Cuando consegu� desprender mis retinas de los vellos p�bicos levant� la
mirada y la vi con una sonrisa deliciosa en la cara, mostrando parte de los
dientes. Y entonces, inclin� la cabeza y me bes� en los labios. Fue un primer
beso fugaz, pero muy jugoso, diferente, como todo, a lo hecho con la pobre
Carmen, tan infravalorada frente a una mujer de veintipocos. La mano segu�a
abajo, pero ahora yo prefer�a asentar el asunto de los besos, porque si me besa
en la boca, pens�, que es algo menos espinoso, lo otro puede llegar luego. As�
que me estir� un poco y le devolv� el beso, en iguales t�rminos, muy breve. Aqu�
intervino la experiencia y, dejando la mano p�bica a su libre albedr�a,
confiando en sus tablas, me tom� por el ment� y me dio un beso muy carnoso,
lleno de lengua y saliba, muy dilatado en el tiempo.


Pero, claro, al haber liberado mi mano prisionera y al tener
otra tambi�n a juego, decid� que estaba todo hecho y que m�s val�a tocar y coger
todo lo que pudiera antes de que algo se desmoronara y finalizara el polvo antes
de empezar. Mientras la izquierda se deslizaba por debajo de la camiseta
buscando esas tetas que la derecha hab�a paladeado antes, de forma que descubr�
que no llevaba sujetador, ni falta que le hac�a, la diestra decidi� continuar la
expedici�n espeleol�gica y lo primero que se encontr� fueron los labios
vaginales, algo que not� mi t�a, m�s le vale, y evidenci� con un gemido. Para
entonces yo ya ten�a el pene otra vez a pleno rendimiento. El beso termin�, pero
siguieron otros, todos promovidos por mi t�a -desde ese momento, ese t�rmino
tendr�a siempre para m� otros matices- y en las condiciones que ella quer�a. Mis
manos segu�an a lo suyo, pero de nuevo ella marcaba el ritmo. Yo notaba mi pene
golpeando a la puerta para salir a la calle, pero mi t�a no tuvo constancia
f�sica del hecho hasta que no peg� su cuerpo al m�o, sacando mis manos, para su
desgracia de sus zonas de exploraci�n, aunque fue mi pene el que recog�a el
testigo y se pon�a frente a frente de su mayor objeto de deseo.


Las manos de mi t�a condujeron a mis manos, como si de
lazarillos se trataran, hacia el culo, aquel que despuntaba cuando sub� las
escaleras y primera parte del cuerpo de Marta �ngeles que toqu�. As� que,
anclado a ambos lados del culo, apret�, roc�, gir�, recorr� todo lo que pude
hasta la espera de la nueva orden. Mi t�a pos� sus manos en mi pecho, que ya
comenzaba a poblarse de vello, como descubri� cuando me sac� la camiseta que
llevaba por encima de la cabeza y tras la orden de levanta los brazos. Fuera la
camiseta pens� que ser�a buena idea, en un alarde de liderazgo, quitarle la
suya. Deb� suponerlo.


Las pautas las marcaba mi t�a, de forma solapada, eso s�.
Contuvo mis manos cuando agarraban su prenda, pero en contraprestaci�n me regalo
una nueva entrada a su c�lida entrepierna, esta vez con las dos manos, por lo
que aprovech� para indagar con mayor calma y paciencia, recorriendo toda su
vagina en toda su extensi�n y comenzando a penetrarla. Al fin y al cabo, ten�a
all� diez dedos, en algo los deb�a entretener. En agradecimiento a mi t�a, otro
m�s, debo decir que acompa�� mis caricias con una suerte de gemidos que me
estimularon casi hasta el abismo de mii ropa interior.


Mi respiraci�n estaba ya totalmente descontrolada, as� que mi
t�a decidi� que era el momento de liberar al peque�o protagonista de la velada.
Se arrodill� delante de m� y yo por fin me convenc� de que nada pod�a dar marcha
atr�s a aquella situaci�n, salvo que ella no tuviera condones de mi tama�o,
claro. No pensaba en aquellos momentos en la casualidad que nos llev� a perder a
Carmen y en que pod�a aparecer cualquiera, especialmente mi t�o, que de seguro
no ser�a tan condescendiente como la madre de mi amigo viendo como su hijo se lo
hac�a con su sobrina. Bueno, mi pene estaba ya en la calle, como era su deseo, y
ahora ten�a que hacer frente a las consecuencias, especialmente a las risas de
mi t�a, cruel hasta la saciedad, cuando vio su tama�o. Sin embargo, haciendo de
tripas coraz�n, el peque�o soldado se mantuvo firme ante la adversidad y
demostr� que, al menos, ten�a car�cter.


Cuando sus manos lo rodearon, vendi� cara la victoria. Mi t�a
comenz� a masturbarlo, con mucho cuidado al principio, mientras empezaban las
preguntas, sobre si me gustaba -joder, qu� co�o se puede responder en esa
situaci�n-, sobre si lo hab�a hecho antes -me ahorr� el nombre de Carmen, pero
confes� presionado por las manos inquisitoriales-. Este episodio ejerci� un
efecto positivo sobre mi t�a, que se dio cuenta de que deb�a probar, no bastaba
con lo que yo ve�a, que era mejor que una ni�a de mi edad. Y vaya si lo
demostr�. Termin� de bajar mis pantalones y mis calzoncillos con una mano,
siempre aferrada a mi saliente, y me los sac� junto con los zapatos, dej�ndome
como a la prima de mi amigo, de la que, como os dije, s�lo los interesaba la
mitad inferior.


Las caricias se renovaron -a mi juicio era poco eficiente
usar las dos manos cuando yo hac�a poco hab�a dejado de usar dos dedos, pero...-
y comenzaron a hacerse peligrosas, puesto que por aquel entonces no pasaba del
primero y a dios gracias. Pero ella parec�a que quer�a comprobar mis l�mites y
acerc� su boca. La rendici�n era inminente e incondicional, estaba en
inferioridad y con una tropa de uno muy poco cualificada por lo que no era un
deshonor, sobre todo porque me resist� todo lo que pude. Antes de eyacular, mi
t�a se tom� un respiro para advertirme de que la avisara. Y como pude, eso hice.
Para mi asombro, no se apart�, temerosa quiz�s de que le estropeara el suelo y
la investigaci�n sobre el c�ncer, qu� s� yo, pero el caso es que recogi� mi
semen, escaso imagino, lo sopes� un instante y se lo trag�, mientras yo perd�a
rigidez, tambi�n en las piernas, y dejaba escapar, en homenaje a mi t�o, un
peque�o ronquido. En cualquier circunstancia, aqu� hubiera acabado, como m�nimo
por ese d�a, mi aventura con mi t�a.


Pero los lectores m�s atentos habr�n notado que en el
comportamiento de mi t�a no hab�a signos de sadismo ni nada por el estilo. Hasta
ese momento. Fue engullir mi semen y yo empezar a meditar sobre si le ver�a las
tetas, cuando un cambio radical oper� en las artes sexuales de mi t�a. Lo
primero que hizo, a�n de rodillas, fue soltarme una galleta en las nalgas, con
tal fuerza que por poco me cae. Solt� un m�s que obvio grito y le pregunt� que
qu� pasaba.


Ella se incorpor�, se quit� la camiseta -all� estaban las
tetas por fin. Aunque ya ha tenido dos hijos y el tercero est� en camino, en
aquellos tiempos eran duras, suaves y muy prietas, con pezones carnosos, algo
pronunciados y puntiagudos, pero lo m�s atrayente era que los pezones, m�s que
nacer al final de la teta, la envolv�an. No s� si os queda claro, pero no s�
explicarlo de otra manera. Son parecidos a los de algunos dibujos hentai de
chicas con tetas muy grandes-, la dej� caer a un lado y, antes de que yo pudiera
hacer nada, meti� mi cabeza entre sus pechos, apret�ndome con fuerza y
acarici�ndome el cuello.


Acto seguido, conmigo idiotizado totalmente y sin saber el
objeto de aquellas extra�as pr�cticas, comenz�, ayudada con sus brazos a
restregarme las tetas por las orejas, de forma suave, mientras segu�a con mi
cabeza mirando al frente, sin posibilidades de que la pudiera girar. Su olor era
penetrante, hab�a algo de sudor en su piel, pero segu�a oliendo a vainilla, una
fragancia que todav�a hoy usa. Supongo que lo de ponerse mi cabeza la estaba
excitando, pero yo reemprend�, de forma aut�noma, la exploraci�n de su pubis.
Cuando mis manos volvieron a su vagina, recib� otra torta que me record� a la
primera.


Yo no entend�a nada, pero ella me lo aclar� cuando me dijo
que la que mandaba era ella. Y vaya si lo hac�a. Pero como romp� el encanto de
sus fricciones, me exigi� que recuperara el vigor. Y all� estaba yo, desnudo de
cintura para abajo, con mi t�a desnuda de cintura para arriba, y con un pene que
no levantaba cabeza ni ten�a perspectiva de hacerlo a medio plazo, cuanto menos
de forma inmediata. Balbuce� algunos monos�labos como excusa para justificar mi
impotencia, circunstancial, pero que cayeron en saco roto. Lanz� su mano derecha
hacia mis test�culos, los agarr� con fuerza y apret� lo justo como para que yo
decidiera no moverme mi una micromil�sima. El dolor estaba en la frontera de lo
tolerable, como si ella ya tuviera costumbre de hasta d�nde puede forzar la
situaci�n sin que escape a sus dedos. En esa postura me solt� un ya veremos a
medio camino de expectativa y amenaza.


Con su mano libre me agarr� del pelo y jal� hacia la
habitaci�n de matrimonio. Desde luego, en mis fantas�as hab�a estado muchas
veces en el dormitorio de mis t�os, pero rara vez entr� de verdad y la ocasi�n
ahora deb�a ser esperp�ntica. Por fin, acercados al borde de la cama, solt� mis
test�culos y me lanz� hacia la colcha que cubr�a la cama, quedando yo bocaabajo
a la orden de quieto. As� permanec�, girando apenas la cabeza para ver la escena
que se desarrollaba ante mi culo. Por el rabillo del ojo vi como mi t�a se
deshac�a del pijama verde de las narices y se quedaba con sus braguitas blancas
de encaje. Entonces se inclin� hacia mi culo y comenz� a besarlo y a darle
peque�os mordiscos.


La sensaci�n me agrad� y me fui olvidando del desagradable
asunto de antes, tomando nota, no obstante, de que la iniciativa quedaba en
manos de otros, no en las m�as si quer�a poder tener hijos alg�n d�a. Pero el
sadismo de mi t�a Marta �ngeles volvi� a la carga y me solt� un par de bocados
en las nalgas que me hicieron contorsionarme para ver qu� hab�a pasado esta vez.
Otra bofetada estall� en mi cara, seguida de la advertencia de rigor de que no
me moviera. Creo que mis t�os practican un sexo un poco heavy y que mi t�a llega
a extremos que yo nunca he experimentado cuando se lo hace con su marido.


Con los dem�s es m�s comedida, aunque hay veces que no puede
reprimirse y, en fin, ya os lo contar� m�s adelante. El caso es que ella segu�a
con los mordiquitos y las tortas a mi culo y yo no ve�a la forma de que mi pene
me sacara de aquella situaci�n. Viendo que de verdad no hab�a manera y de que,
para ser mi primera sesi�n lo estaba aguantando est�icamente, dedici� tirar de
un �ltimo recurso. Meti� su mano por debajo de mis piernas, agarr� el pene,
levant� un poco mis caderas, se ensalib� un dedo y me hizo una caperuza que me
puso a mil -creo que lo de caperuza es un t�rmino que le he le�do a Cabrera
Infante, pero no estoy seguro de si en Cuba se dice as�. En Espa�a, no lo s� la
verdad-.


Cuando yo sent� el dedo ensalibado asomarse a las puertas de
mi culo, empec� a apretarlo, habida cuenta de que no pod�a huir a menos que
dejara atr�s a mi �nico soldado. Pero ella me dijo que no apretara, porque ser�a
peor. Pero el instinto es el instinto y hasta ahora ella, matem�ticamente,me
hab�a ofrecido un placer y dos dolores. Pero, por mucha fuerza que hice, el dedo
se abri� paso. Como por arte de magia, mi pene volv�a a estar en forma,
aprisionado por su mano, pero totalmente repuesto. Ventajas de tener pr�stata,
supongo.


Entonces mi t�a sac� su dedo, lo olisque� un poco, se lo
llev� a la boca, me dio la vuelta, me dijo que me apresurase, se baj� las bragas
y me permiti� echar un vistazo a su vagina desde muy cerca. Consciente de la
futilidad de que le hiciera alg�n trabajito m�nimamente decente con la lengua
-creo nunca nos preocupamos de estimular a Carmen, entonces �bamos a lo nuestro-
me aconsej� que la penetrara ahora que a�n duraban los efectos de la viagra
d�ctil.


Su cuerpo, mayor que el m�o por aquel entonces, cay� sobre
m�, eclips�ndome. Baj� sus caderas seguidas de su p�lvis y frot� sus labios
vaginales contra mi glande. Se posicion� para que la penetrara y dej� caer su
peso completo sobre m�. Yo not�, creo, ojal� pudiera haber atesorado ese momento
de por vida y reproducirlo siempre que quisiera, un calor extra�o, muy
agradable, un puntito doloroso, pero sobre todo muy h�medo. Era como cuando
estaba en el r�o al sol y alguien te salpicaba.


Daba mucho gustillo. Mi t�a empez� a mover ligeramente sus
piernas -mucho y se saldr�a mi pene, contra su voluntad, ojo-. Notaba tambi�n
como su vello p�bico se enredaba con mis primeros pelillos, como si ellos lo
estuvieran haciendo de forma aut�noma. Mi t�a se puso en posici�n vertical para
que el movimiento fuera m�s efectivo y llev� mis manos, por en�sima vez a sus
tetas. Aceler� el ritmo cuando vio que yo no estaba para nada, consumido en mi
pene, y esper� a que eyaculara en su interior -lo de los condones todav�a era
para m� una materia nebulosa, m�tica, pero ella tomaba la p�ldora, por lo que no
ten�a problema-.


El segundo orgasmo s� fue doloroso. Pero tambi�n
infinitamente m�s placentero que el primero. Estaba claro que la caperuza era un
m�todo artificial y que yo no me hab�a recuperado, por lo que el dolor estaba
all�. Pero las combulsiones de mi t�a y su vagina mientras descargaba mi semen
en su interior consiguieron paralizarme envuelto en una nube de placer. Entonces
se inclin� sobre m�, me bes� en los labios y en la frente y me desmont�. Se
llev� un par de dedos a la entrepierna y los sabore� mientras me dec�a: "V�stete
y vete, que tu t�o va a llegar. Ya me ayudar�s otro d�a". Promesa que no rompi�.


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Relato: Una joya de mujer
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