Relato: La mujer de mi vecino



Relato: La mujer de mi vecino

Vivo en un bloque de pisos donde
habitamos cuatro matrimonios. Es una comunidad donde todos nos llevamos
bien, pero, en especial, el matrimonio que vive enfrente nuestro y nosotros.
Nos conocemos desde apenas hace dos meses, pero siempre salimos juntos
los fines de semana, y algunos días de diario. Él y yo, además,
somos compañeros de trabajo, pero he de reconocer que me llevo mejor
con su mujer.



Es una chicha simpática,
de unos 30 años, delgada, con pecho más bien pequeño,
pero de cintura para abajo, el cuerpo mejora, ya que tiene un culo firme
y apretado, y unas piernas como a mí me gustan, largas y macizas.
La verdad es que, entre ella y yo, nos encargamos de amenizar las veladas
de los cuatro cuando salimos por ahí, contando cosas graciosas y
metiéndonos con todo el mundo. Su nombre es Eva, y el de su marido
Emilio. El de mi mujer es Mari, y el mío Fran.



Sé que ella me gusta, nunca
he intentado nada, porque la tengo como una de tantas mujeres que me gustan,
sólo para eso, para mirarlas y contemplarlas. Yo no sé si
a ella le gustaré, pero la verdad es que nos llevamos muy bien,
y no hay día que no entre en mi piso a decirle algo a mi mujer.



Muchas veces, cuando ella entra,
estoy yo en un cuarto aparte, haciendo cosas con el ordenador. Ella, cuando
no me ve en el salón, siempre pregunta a mi mujer por mí,
y entra, hasta el cuarto del ordenador, para ver lo que estoy haciendo.
Miramos juntos páginas de Internet, comentamos cosas, y yo cuando
la tengo cerca, intento poner mi brazo de tal manera que, con mi codo,
pueda tocar alguna parte de su cuerpo. Yo siempre estoy sentado y ella
detrás de mí, de pie. Cuando quiere escribir algo, tiene
que hacerlo sobre mí, y yo noto cómo apoya sus tetas sobre
mis hombros.



También noto, cómo
cuando estamos sentados, y estamos hablando los cuatro, que ella si está
a mi lado, y cada vez que me dirige la palabra, pone la mano sobre mi pierna,
como el que no quiere la cosa. Además, muchas veces, cuando su marido
trabaja en un turno diferente al mío, a mí me gusta invitarla
para que tome café en mi piso, con mi mujer y conmigo, y así
pasar la tarde hablando de nuestras cosas.



Me gusta siempre sacar conversaciones
sobre ropa interior, o temas parecidos que me pongan cachondo, para así
poder saber algo más de sus intimidades. Un día por ejemplo,
le dije que a mi mujer le había comprado un tanga color morado,
y ella empezó a contarnos que ella tenía muchos, de varios
colores. Pero que normalmente se los ponía en verano, y cuando iba
a fiestas. Le gustaba vestir bien por dentro tanto como por fuera. Así,
que yo me imaginaba que cada vez que salíamos a dar una vuelta,
y ella iba vestida elegantemente, seguro que llevaría debajo lencería
bonita y erótica.



Otro día, Eva, vino a mi
casa para ayudarle a mi mujer a depilarse las piernas. Yo estaba en el
sofá viendo la tele, y ellas a lo suyo. Mi vecina se probaba a menudo
la maquinilla en sus piernas y para ello se subía el pantalón
del chándal hasta las rodillas. Yo le miraba las piernas, intentando
imaginarme el total de las mismas, y sobre todo su parte alta. En unas
de las veces ella me dijo:



- Fran, toca mis gemelos y verás
cómo deja esta maquinilla las piernas de suave" -



Yo le toqué la parte de la
pantorrilla y noté que tenía las carnes de la pierna muy
blandas.



- Tienes las pantorrillas flácidas,
¿eh? - le dije yo.



- Sí, la verdad es que no
estoy muy contenta con mis piernas. Son muy gordas y poco prietas- me contestó.



- No creo que sea así. Además,
a algunos hombres les gustan las piernas como las tuyas.



La verdad es que ella se veía
unas piernas muy feas, pero yo creo que no estaban nada mal. Me ponía
cachondo ese tipo de piernas, macizas, sin llegar a ser gordas y flácidas.
Subí la mano hasta sus muslos, eso sí, por encima del chándal,
para comprobar si por aquella zona eran iguales.



- No, por aquí arriba las
tengo algo más duras- me dijo Eva.



Era verdad, yo lo único que
quería era tocarle las piernas como fuera.



En otra de las reuniones, que tuvimos
los cuatro en mi piso, ella y su marido nos enseñaron unos vídeos
que habían grabado en unas vacaciones. Eva tenía el mando
a distancia y, siempre que salía ella, paraba la imagen y la rebobinaba
para que la viéramos otra vez.



- Mirad, veis, aquí estamos
en la playa de Torrevieja, - ella aparecía en bikini en la pantalla,
- ves Fran, cómo mi cara engaña, parezco delgada vestida,
pero mira que cuerpo tengo de cintura para abajo. - me dijo dirigiéndose
a mí.



Estaba delgada de cintura para arriba,
como he dicho, pero, de cintura para abajo, estaba maciza, no gorda como
ella se creía. Además, su culo era firme y enhiesto.



Salía otra imagen, vestida
con un traje de chaqueta. La paraba y rebobinaba para que la viésemos
mejor. La verdad es que estaba muy elegante.



Cierto día, quedamos los
cuatro para ir a la capital de la provincia, a comprar algunas cosas. Nos
fuimos en mi coche. Cuando ellos salieron, pude ver a Eva vestida con una
chaqueta gris, una camisa de color fucsia y una falda hasta las rodillas
color gris, a juego con la chaqueta, y una raja en un lateral. Llevaba
puestas unas medias negras, que simulaban un dibujo de red, y calzaba unos
zapatos negros, con un tacón de tamaño mediano.



Eva se sentó en el asiento
trasero detrás de mí, y su marido Emilio, detrás de
mi mujer. Cuando llegamos a la capital, y cada vez que nos bajábamos,
todos salíamos del coche, y la última en hacerlo era Eva.
Yo miraba a través de la ventanilla, y entonces ella procedía
a bajarse del vehículo, y al hacerlo, podía ver por la raja
que llevaba en la falda, gran parte de sus piernas cubiertas por aquellas
medias que me ponían a cien. Como tuvimos que hacer varias gestiones,
fueron muchas las veces que nos subimos y bajamos al coche. Todas las veces
que nos bajábamos se repetía la situación. Yo, como
ya lo sabía, me bajaba extremadamente rápido, para adelantarme
a ella, pero siempre era igual, aunque me bajara despacio, ella permanecía
un rato en el coche, hasta que a mí me veía de pie, junto
a su ventanilla. Yo notaba que cada vez eran más exagerados sus
movimientos, y cada vez podía alcanzar a ver más parte de
su pierna. Claro que todo esto puede ser que sólo estuviera en mi
mente, a mí me gustaba pensar que ella lo hacía adrede, pero
la realidad era que tan sólo era casualidad.



A la hora de comer, nos fuimos al
McDonalds. Emilio entró en el servicio, y Eva se quedó con
nosotros. Ella le estaba contando a mi mujer algo sobre la ropa que llevaba
puesta, así que como a mí me interesaban esos comentarios
me uní a la conversación.



- ¿Has visto Fran, qué
medias más chulas llevo? - me dijo al verme interesado.



- Claro, están guapas, esas
son de las que a mí me gustan. Con dibujos grabados en forma de
red fina.



- No son grabadas - me dijo, mirando
a mi mujer. - Es que llevo puestas dos medias. Me puse las de red primero,
pero creí que iba a pasar frío y me puse un panty negro encima.



Esta revelación, unido a
que se subió la falda por encima de las rodillas, para dejarme ver
mejor las medias, me puso bastante cachondo. Me gustan mucho las medias
de las mujeres, y la verdad es que éstas, en sus piernas, eran preciosas.
Miré el trozo de pierna que hay por encima de las rodillas que me
mostró. No estaba yo acostumbrado a ver esta parte del cuerpo, ya
que casi siempre, lo máximo que le veía era hasta las rodillas,
ya que imperaba la moda de las faldas largas.



Comimos y decidimos ir al cine.
Yo caminaba detrás con mi mujer, y delante iba Eva y su marido.
No podía evitar fijarme en ese culo prieto, que había debajo
de la falda, y que se movía insinuante a cada paso que ella daba.
Entré el último en la sala, y no sé cómo se
las apañaron, pero, de los cuatro asientos que cogimos, los dos
centrales nos tocaron a Eva y a mí. La película estaba interesante,
pero era larga. Llegado a un momento de ésta, Eva, se ve que estaba
incómoda, subió sus piernas para quedarse sentada sobre ellas,
de manera que sus rodillas tocaban mi mano, que estaba apoyada inocentemente
en el brazo común de su sillón y el mío. No puede
seguir el resto de la película, sólo me concentraba en los
dedos de mi mano izquierda, que estaban en contacto con sus rodillas. Miré
hacia abajo, y con la claridad que daba la imagen en la pantalla, pude
apreciar que la falda se le había subido un poco al adoptar aquella
postura. Las medias de red, a la altura de la rodilla estaban muy estiradas.
Notaba claramente en mis dedos, el suave tacto de los panty, y las ondulaciones
de las medias de red que llevaba debajo. Tuve otra intensa erección,
otra de tantas que había tenido aquella tarde.



Cuando salimos del cine, ya había
oscurecido. Íbamos, mi mujer y yo, comentando la película,
y escuchaba a Eva decirnos a todos desde atrás:



- Joder, qué punto, ahora
tengo calor en las piernas con tantas medias. -



Cuando nos íbamos a subir
al coche, Eva se metió esta vez por la puerta contraria, de manera
que quedó sentada en el asiento posterior al de mi mujer. Le dijo
a su marido:



- Es igual, ahora cuando salgamos
a la carretera me subo la falda. Con la oscuridad no se me ve nada. -



Salimos, y yo sentí, cómo
cuando estábamos ya en la oscuridad, Eva se subía la falda.
El ruido que ésta hacía, al rozarse con las medias, era inconfundible.
También escuché empezar a respirar profundamente a su marido,
por lo que deduje que se estaba quedando dormido. Empecé a pensar
en todo ello, y no me podía concentrar en la conducción.
Estaba deseando de pasar por algún pueblo, donde hubiera luz, y
mirar hacia ella, para ver sus piernas. Sabía que llevaba la falda
recogida del todo.



Después de varios kilómetros,
por fin avisté un pueblo. Miré a mi mujer, que viajaba a
mi lado y dormitaba, mientras escuchábamos la radio. Emilio también
parecía estar completamente dormido. Al llegar a la travesía
se iluminó algo más el interior del coche, y yo, sin cortarme
un pelo, giré la cabeza un poco hacia mi vecina Eva, simulando comprobar
si también dormía. Ella iba mirando por la ventanilla, callada.
Aproveché para bajar la vista, y pude ver, todavía algo en
sombras, las piernas de Eva descubiertas hasta medio muslo. En ese momento,
ella también giró la cabeza, y nuestras miradas se encontraron.
Yo, rápidamente, volví la cabeza hacia la carretera algo
decepcionado. Me había imaginado que llevaría la falda subida
hasta arriba, del todo, iba todo el camino imaginándome el panorama
que tenía detrás de mí, y cuando por fin puedo comprobarlo,
veo que tan sólo lleva al descubierto medio muslo.



Hice el resto del camino hasta el
pueblo con un sabor agridulce. Desde que la conocí, no hago nada
más que pensar en cosas que no son, que sólo están
en mi cabeza. A cada gesto que ella hace, me creo que se me está
insinuando, y que todo lo que hace tiene una intención oculta. La
lástima es que eso sólo está en mi cabeza.



Al llegar al pueblo, Emilio se despertó.
Me dijo que lo dejara en la oficina donde trabajamos, a pesar de que eran
casi las nueve de la noche. Emilio quiere ascender de puesto y sé
que lleva varias semanas trabajando en un proyecto, al que se dedica fuera
de horas. Varios son los días que terminamos en la oficina, cuando
tenemos turno de tarde, y me tengo que volver solo a casa, porque él
prefiere quedarse un par de horas más.



- No te preocupes por mí,
que ya cenaré un bocadillo en el bar de al lado, tardaré
un par de horas. Tengo que terminar el trabajo esta semana, y voy muy retrasado
- dijo Emilio a su mujer.



- No pasa nada cariño, yo
te esperaré levantada. Si quieres, te espero para cenar juntos.



- No, cena tú. Creo que hoy
llegaré un poco tarde a casa.



Mientras Eva hablaba con su marido,
que ya estaba abajo, de pie junto a su ventanilla, yo aproveché
para volver a mirarle las piernas. Mientras hablaba con él, ella
se estaba bajando la falda hasta las rodillas. Volví a sentir el
roce de la falda con las medias, y ya sólo podía ver lo poco
que me enseñaba la raja lateral de la falda.



Llegamos a casa, y aparqué
el coche cerca de la puerta. Mi mujer y yo sólo habíamos
comprado algunas cosas, pero Eva y Emilio habían hecho la compra
para el mes, y llevaban el maletero de mi coche hasta arriba de bolsas.



- Ayuda a Eva a meter las cosas
dentro - me dijo mi mujer, viendo que Eva no podía con una caja
de leche.- Yo mientras me voy a duchar, y voy a ir haciendo la cena.



Cogí la caja de leche y la
llevé dentro del piso de Eva. Ella iba delante de mí, con
cuatro bolsas cargadas hasta el tope. Las dejó bruscamente en el
pasillo, y se dispuso a entrar en su dormitorio.



- Deja la caja en la cocina, por
favor, Fran- me dijo ella.



Al dejar la leche donde me había
dejado, y al volver a salir de la cocina para ir al coche a por más
bolsas, pasé por la puerta de su dormitorio. Miré disimuladamente
a través de la puerta que estaba entreabierta, y pude ver a mi vecina
de espaldas con la falda subida, de tal manera que sólo tapaba su
potente culo, bajándose los panty. Observé un segundo más
la operación, y observé que, debajo de dichos panty, llevaba
unas medias de red, que le llegaban hasta la parte alta del muslo. Antes
de que se volviese y me viera, salí otra vez hasta el coche, pensando
en esas macizas piernas que acababa de ver, adornadas con esas medias de
red que me estaban poniendo tan cachondo durante toda la tarde.



Cuando volví a entrar otra
vez con más bolsas, vi a mi vecina, que llevaba los panty en la
mano, cruzando el pasillo que conducía hasta la cocina para entrar
en el cuarto de baño, que estaba enfrente de su dormitorio, y meterlos
en un armario que tenía allí, donde guardaba parte de su
ropa interior. Como no sabía dónde poner las lechugas que
ella había comprado, entré en el cuarto de baño para
preguntarle dónde ella las guardaba.



- ¡ No, entres, qué
estoy meando! - me dijo cuando ya me encontraba en el interior. Salí
rápidamente golpeado por aquellas voces, pero se me quedó
grabada en la retina aquella imagen. Eva estaba sentada en el water, con
la falda subida del todo, ahora sí que la tenía subida, y
no como en el coche, y las bragas las tenía en los tobillos. Pese
a aquella postura, no pude alcanzar a verle el coño, porque lo tapaba
con la falda, pero poco me faltó. Yo seguí metiendo bolsas
en su cocina, y pasé varias veces más por la puerta del cuarto
de baño, pero ésta ya estaba cerrada.



Cuando ella salió, noté
que en su cara había cierto aire avergonzado.



- ¿Me has visto algo? - me
dijo en cuanto llegó a la cocina donde yo estaba guardando algunas
cosas.



- No te he visto nada. ¿No
ves que ha sido muy poco tiempo?. Es que no me imaginaba que estuvieras
meando, como tenías la puerta entreabierta.



- No pasa nada. No cierro la puerta
porque no me importa que me vean desnuda, pero, que alguien me vea meando,
no me había pasado nunca, y me he asustado. - me dijo ella.



- ¿Qué pasa, que ya
te había visto alguien desnuda alguna vez por casualidad? -le pregunté.



- Bueno, algunas veces ha coincidido
que ha venido visita, y yo me he estado duchando, y al ir los amigos de
mi marido con él a la cocina, a tomar unas cervezas, yo he tenido
la puerta entreabierta, y me han visto a medio vestir.



Ella me contaba esto mientras se
agachaba a colocar las cosas en los muebles de abajo. Yo la miraba a ella,
desde esa posición cenital, y me imaginaba que ésa es la
imagen que tendría de ella si me la estuviera mamando.



- La verdad es que tú llevas
toda la tarde intentando verme algo, y por fin lo has conseguido - me soltó
Eva, de sopetón, mientras se dirigía al salón a coger
más bolsas. - ¿Crees que no he notado como te bajabas del
coche, rápidamente, para ver mis piernas mientras yo me bajaba?



- ¿Yo?. Pero si eras tú
la que te quedabas la última para bajar. - le contesté mientras
iba detrás de ella



Ella siguió hablando, ignorando
lo que yo acababa de decir.



- Si lo que quieres es ver esto,
sólo tienes que pedírmelo. - acto seguido, se sentó
en el sofá y se subió la falda hasta la cintura, mostrándome
sus largas piernas, vestidas con sus medias de red, y sus bragas negras
semitransparentes, con dibujitos, que dejaba intuir su vello púbico.



Yo quedé atónito ante
aquella escena. Pero duró poco. Rápidamente volvió
a bajarse la falda.



- ¿Ya? - pregunté
yo deseoso de poder seguir contemplándola.



- Ya te he dicho que si quieres
verlo, me lo tienes que pedir.



- Por favor, súbete la falda
otra vez.



- ¿Por qué?- preguntó
ella sonriente.



- Porque quiero ver tus maravillosas
piernas y tus excitantes bragas- le dije decidido.



Ella, sonriente, se volvió
a subir la falda y mostró nuevamente sus bragas.



-¿ Te gusta lo que ves?



- Me encanta. Tienes unas piernas
que me vuelven loco. Me excitas mucho. - y, sin poder aguantarme más,
me arrodillé y puse mi mano en su muslo, sobre aquellas medias de
red. Ella pareció incomodarse y se retiró un poco. Me sujetó
mis manos por las muñecas y me dijo:



- ¡ Oye, que te doy la mano
y te tomas el brazo!. Yo sólo te he dicho que puedes mirar, pero
no tocar.



Pero ya era tarde para ella, yo
estaba verdaderamente excitado y no podía más. Deshaciéndome
de su presa, le cogí las piernas por las pantorrillas y se las separé,
mientras la terminaba de tumbar en el sofá. Ella empezó a
resistirse y a forcejear. En esa postura, le pude ver mejor la entrepierna,
y, decidido, aparté las bragas a un lado para poder ver su almeja.
La tenía rasurada en la zona de los labios, lo que a mí me
terminó de enloquecer.



- No, Fran, yo no quería
ponerte así. Simplemente quería que miraras mi cuerpo, que
me dijeras si te gustaba, pero esto no lo podemos hacer, los dos estamos
casados. - suplicaba ella mientras intentaba zafarse de mí.



- Ya es tarde Eva. Yo no me puedo
contener, tienes un cuerpo irresistible.



A pesar de sus forcejeos, logré
meter un dedo en su coño, y fue como si se hubiera paralizado de
golpe. Cesó en su forcejeo y comenzó a calmarse.



- ¿Te gusta esto verdad?-
le pregunté yo.



- Sí, Fran, claro que me
gusta. Pero no debemos hacerlo.



- Entonces dime que pare. - le dije
inquisitivo, a lo que ella contestó:



- ¡ Méteme el dedo
hasta lo más profundo de mi coñooo!.



La había convencido, y se
estaba empezando a excitar, igual que yo. Noté cómo, poco
a poco, su coño se iba mojando.



- Vamos a la cama. Quiero follar
contigo en la cama de mi marido. - me sugirió ella. Los dos nos
levantamos y fuimos, entre achuchones y roces, a su dormitorio.



Allí, ella comenzó
a desnudarme. Me quitó salvajemente la camisa y me bajó los
pantalones. Quedé en calzoncillos. Después, ella comenzó
a desabrocharse la camisa. Se la quitó y dejó al aire un
hermoso sujetador negro de encaje. Su pecho no era abundante, pero era
muy bonito. Localicé la cremallera de su falda y se la bajé.
A continuación, ésta calló por su propia inercia,
y allí quedó su cuerpo semidesnudo: en sujetador y bragas
negras, y con las medias de red hasta la parte alta del muslo. La giré
para contemplarla por detrás y vi, con fascinación, que no
eran unas bragas lo que llevaba, sino un tanga, que se le metía
entre las dos piernas insinuantemente. La apreté contra mí,
y mi polla tiesa, a través de mis calzoncillos, le metió
la tirilla del tanga un poco en el interior de su hermoso culo.



Se zafó un poco de mí,
y se desabrochó el sujetador. Quedaron sus tetas al aire, ni pequeñas
ni grandes, pero con un pezón muy oscuro y una areola grande para
el tamaño de aquellos senos. Se terminó bajando el tanga,
y pude ver que llevaba el coño rasurado al cero, a excepción
de una pequeña mancha de pelo, que se había dejado en la
parte superior de su raja.



Se acercó a mí y me
quitó los calzoncillos. Se puso de rodillas, delante de mí,
y comenzó a chupar suavemente el largo de mi polla, recorriendo,
con la punta de su lengua, la vena gruesa que tengo en ella. Yo, mirándola
desde aquella postura, me acordé de cuando minutos antes estaba
casi en aquella postura en la cocina, pero vestida. Las mamadas cada vez
eran más exageradas, y comenzó a succionar mi capullo. Al
rato ya se la metía entera, y se la sacaba rítmicamente para
volver a engullirla entera. El placer era máximo. Nadie me la había
comido como me la estaba comiendo ella. Todo ello, se unía a la
tensión que teníamos, al pensar que su marido podía
venir de un momento a otro, y mi mujer, pronto vendría preguntando
por mí para la cena.



Ella se levantó y se inclinó
sobre la cama, apoyando sus manos en el filo de ésta. En esa postura
me mostraba su gran concha, ya roja y mojada, y su hermoso culo. Yo me
agaché detrás de ella, y comencé a pasarle la lengua
a lo largo de toda su raja, parándome algo más en su clítoris,
porque notaba que al llegar a éste, Eva se estremecía y gemía
más profundamente, debido al placer que le proporcionaba. Mi lengua
fue hasta su culo, y volvió a su coño, internándome,
esta vez, todo lo que pude en su vagina. No me pude resistir y le di un
bocado en los labios del coño.



- ¡Ah!. Me haces daño.
- y diciendo esto se levantó y se tumbó sobre la cama, con
las piernas abiertas, las medias puestas, y los zapatos de tacón
pisando la colcha.



- Aquí tienes mi coño.
Quiero que me metas esa polla lo más profundo que puedas. Quiero
que me desgarres el coño.



Esas palabras hacían gran
efecto en mi. Mi polla estaba dura como una piedra, pero todavía
quería disfrutar un poco más de ella antes de metérsela.
Le cogí un pie, y pasé la punta de mi capullo por todo el
zapato, que quedó manchado con las gotitas de semen que yo tenía
allí. Fui subiendo mi polla por sus pantorrillas y la parte de atrás
de las rodillas, notando cómo el capullo se enterraba en las carnes
tiernas de sus piernas. Seguí por la cara interna de su muslo, y
noté cómo ella llegaba a un estado de excitación muy
alto, ya que su cuerpo percibía cómo mi polla se dirigía
poco a poco a la zona donde más placer le iba a dar, y se contraía
conforme yo me iba acercando a su vagina. Pasé muy cerca de ésta,
por la ingle, pero pasé de largo. Dirigí mi capullo al poco
vello que tenía y se lo acaricié con él. Seguí
subiendo mi polla hasta sus tetas, y la froté con sus duros pezones.
Subí por el hueco, entre sus dos tetas, y pasé por el cuello,
hasta llegar a su boca, donde ella se la volvió a tragar entera.
Su lengua estaba frenética, no paraba de chuparme el capullo.



- Métemela ahora, por favor,
no aguanto más. Necesito que me penetres ya, porque mi coño
arde en deseo de acoger a tu polla. Hace mucho tiempo que no me meto nada
que no sea la polla de Emilio y, en este momento, necesito la tuya. - dijo,
en un desesperado intento de pronunciar palabra. Yo apenas la pude entender,
debido a que gemía y suspiraba muy rápido, y sus palabras
se perdían en su garganta.



Inicié el camino de vuelta,
por entre sus tetas, y me dirigí de nuevo a sus muslos, al elástico
de sus medias, y desde aquí, la agarré bien por sus nalgas,
dejando bien abierta su concha, que no paraba de palpitar, y coloqué
la punta de mi polla en los labios de su coño. Ella lanzó
un pequeño gemido de placer, y no pudiendo esperar más, apretó
su pelvis hasta mí y se clavó la polla entera hasta los cojones.
Lanzó un grito desgarrador, que temí oyeran los vecinos,
entre ellos mi mujer. Comencé a sacarla y a meterla sin parar, y
ella me acompañaba con su cuerpo. Me puso las piernas sobre mis
hombros, y yo, a la vez que la penetraba, iba sobando esas piernas, y esas
medias, que me habían tenido obsesionado toda la tarde.



- ¡Ah, Fran, así, jódeme
más deprisa, ah, qué gusto, hacía tiempo que no sentía
así. ¡Ah!, ¡no pares ahora, que estoy a punto de correrme!
-, sus gritos eran fortísimos. No había visto a nadie gritar
así mientras la jodían. Se le veía que estaba gozando
como nunca. Llegó a su primer orgasmo y abrió más
sus piernas, clavó sus uñas en mi culo, y ayudó con
sus brazos a que las embestidas pélvicas fueran más brutales.
Su coño emanaba líquidos en gran cantidad. Llegué
a pensar que me había corrido sin darme cuenta. Cuando hubo pasado
su éxtasis, se retiró sacando mi polla de su coño
y me puso boca arriba.



- Ahora, te voy a hacer que te corras
en treinta segundos, voy a cabalgar encima tuya como tu mujer no lo hará
en la vida. Mi marido está a punto de venir, y no nos podemos entretener
más, ¡so cabrón!, vas a hacer que me divorcie.



Se montó a horcajadas sobre
mí y se metió la polla entera otra vez. Comenzó a
follarme salvajemente, no tenía fin, no se cansaba.



- Vamos, Fran, córrete, que
tenemos que irnos. Mi marido está al venir, nos va a pillar. Venga,
concéntrate y mira como saltan mis tetas, vamos, ah, me voy a correr
yo por segunda vez.



La verdad es que no hacía
falta que me concentrara. A duras penas había aguantado hasta ese
punto, y estaba deseando de correrme, pero quería disfrutar de ese
momento toda la vida, porque no sabía si se repetiría alguna
vez. La velocidad que ella había imprimido a sus sacudidas era irresistible,
no aguanté más y me corrí, a la vez que ella alcanzaba
su segundo orgasmo, en menos de dos minutos. Llené de leche su coño,
mientras ella gritaba sin parar y saltaba sobre mi polla, metiéndosela
y sacándosela, sin parar. Pese a haberme corrido, mi erección
seguía todavía como al principio, y ella se dio cuenta de
que yo estaba insaciable esa noche. Poco a poco, fue parando el ritmo,
hasta que se la sacó. Se dio la vuelta para chupármela y
yo aproveché para atraer hacia mí su coño, e hicimos
un maravilloso 69 para limpiarnos nuestros sexos mutuamente.



Cuando terminamos, ella quedó
tumbada en la cama casi sin aliento.



- Rápido, recoge tu ropa
y vístete, que como yo siga viendo esa polla tiesa que todavía
tienes, voy a cometer una locura y voy a volver a follarte, aunque mi marido
entre por esa puerta.



Yo me vestí, mientras ella
se quitaba, por fin sus zapatos de tacón, y sus medias de red, quedándose
como su madre la trajo al mundo. Su cuerpo era precioso, lo contemplé
estando yo ya vestido, desde la puerta de su dormitorio. Se puso unas bragas
blancas, que sacó del cajón de su mesita, y se enfundó
un excitante camisón largo de seda blanco, con una raja en el centro
que llegaba desde los pies hasta sus pechos.



- Cuando venga mi marido me lo voy
a follar. Estoy muy excitada esta noche y necesito otro polvo más.



Me despedí mientras la veía
terminar de guardar la ropa con aquel camisón. Lamenté no
poder ser yo quien terminara de saciarla aquella noche. Cuando volví
a mi piso, mi mujer me estaba esperando en la cocina, mientras terminaba
de poner la mesa.



- ¿Por qué has tardado
tanto?- me dijo.



- Hemos estado mirando una cosa
en Internet.



A la mañana siguiente, me
encontré en el hueco de la escalera con otra vecina de ese bloque.
Cuando nos metimos en el ascensor, me dijo:



- Qué bien te lo pasaste
anoche con la mujer de Emilio, ¿eh?



- ¿Cómo sabes tú
eso?, - pregunté sorprendido.



- Teníais la ventana del
dormitorio suyo abierta y lo vi todo. La verdad es que ella disfrutó
bastante. Sus gritos llegaron hasta mi casa.



- ¿Me mantendrás el
secreto? - le pregunté.



- Eso depende de lo que me des a
cambio -, contestó.



Fdo.: RIGODÓN




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Relato: La mujer de mi vecino
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