Relato: El carnicero (I)





Relato: El carnicero (I)

EL CARNICERO



Mamen, 29 de diciembre de 2002



Como muchos de vosotros ya sabr�is me llamo Carmen, aunque mi
familia y amigos allegados me llaman Mamen, y tengo cuarenta y dos a�os. No est�
bien que yo lo diga pero me considero una mujer muy atractiva y con un buen
cuerpo. Llevo casada trece a�os con un hombre maravilloso en casi todos los
sentidos. Es cari�oso, bueno, rom�ntico, inteligente, sensible, comprensivo,
atractivo, trabajador y bastante bueno en la cama. Sin embargo, a mi modo de
ver, tiene dos notables defectos: Es tremendamente celoso y muy poco liberal.



A diferencia de �l, yo soy una mujer muy liberal, que sabe
separar el amor del sexo. En este sentido tengo que confesar que he mantenido
relaciones sexuales extramatrimoniales con otros hombres, porque en el fondo me
gusta ser bastante puta. Pero ello no significa en absoluto que no est�
enamorada profundamente de mi marido y que le quiera con locura. Es m�s, soy de
la opini�n que dichas relaciones han fortalecido nuestro matrimonio, ya que han
evitado que cayera en la rutina cotidiana de pareja, lo cual entiendo que
termina por destruir una buena relaci�n sentimental.



Y efectuada esta peque�a introducci�n, os paso a relatar una
de mis �ltimas aventuras extraconyugales, que tuvo lugar hace unos quince d�as.



Mi marido se marcha a trabajar todos los d�as a las siete y
media de la ma�ana, y no regresa hasta las ocho o las nueve de la noche, por lo
que paso mucho tiempo sola. Aquel d�a me levant� razonablemente temprano.
Despu�s de desayunar, ducharme y arreglarme, baj� al mercado del barrio para
hacer la compra. Al llegar al puesto de carne, del que soy clienta habitual, el
carnicero me recibi� con las miradas picantes y los halagos de todos los d�as.
Oscar, que as� se llama el carnicero, es un chico joven no muy guapo, pero con
un cuerpazo espectacular. Despu�s de dos a�os compr�ndole la carne, he llegado
al convencimiento de que le gusto m�s que a un tonto un palote.



Oscar nunca me hab�a tirado los tejos claramente, pero me
lanzaba miradas lascivas y me piropeaba con suma educaci�n y delicadeza, sin
obscenidades. No obstante, aquel d�a se decidi� a probar fortuna conmigo y, tras
venderme la carne, me dijo que ten�a dos horas libres y que le encantar�a que me
tomara un caf� con �l. Sin dudarlo acept� su invitaci�n. Me dijo que le diera
diez minutos para lavarse las manos y quitarse el delantal. Yo le propuse quedar
directamente en el bar de la esquina, as�, mientras �l se preparaba yo tendr�a
tiempo de comprar la fruta en el puesto de al lado.



Cuando acud� a nuestra cita, Oscar ya se encontraba sentado
en una mesa del bar. Llevaba unos pantalones vaqueros descoloridos bastante
ce�idos, un polo de color crema que resaltaba su musculoso t�rax, calcetines
blancos de algod�n y deportivas. En el respaldo de su silla colgaba una cazadora
de cuero negra. En el l�bulo de su oreja derecha luc�a un pendiente, y llevaba
barba de dos d�as. Pedimos los caf�s y comenzamos a charlar. Me cont� que ten�a
veinticuatro a�os, que todav�a viv�a con sus padres, y que desde hac�a cinco
a�os sal�a con una chica del barrio con la cual estaba prometido. Tambi�n me
dijo que le atra�an profundamente las mujeres maduras, pese a que su novia
contaba tan solo con veinte a�itos. Yo le dije que estaba casada y que mi marido
se pasaba el d�a trabajando. Luego estuvimos hablando de las cosas que nos
gustaban a ambos, hasta que poco a poco, la conversaci�n fue girando en torno al
sexo.






Oscar me cont� que le entusiasmaba el sexo oral, sobre todo
hacerlo �l, y en ese momento, abriendo ligeramente su boca, me mostr� el
"piercing" que le taladraba la lengua. Entonces me vino a la imaginaci�n aquella
lengua lami�ndome el cl�toris con el "piercing", lo que provoc� que se me
mojaran las bragas s�bitamente. El chaval debi� notar algo en mi forma de actuar
y, tras pedirle la cuenta al camarero, me pregunt� que porqu� no le invitaba a
otro caf� en mi casa. Debo reconocer que estuve dudando durante unos segundos si
le segu�a el rollo a aquel muchacho, ya que si aceptaba su propuesta dejar�a muy
claro mis intenciones hacia �l, pero la humedad de mis bragas provocaron que
finalmente accediese a su excitante invitaci�n.



Oscar pag� la cuenta, me cogi� de la mano y comenzamos a
caminar en direcci�n a mi domicilio conyugal como un par de tortolitos. Cuando
est�bamos llegando a mi portal, le suger� que entr�ramos por separado para
evitar las miradas indiscretas de los vecinos. As� lo hicimos. Me adelant� hasta
subir a mi piso y le esper� en silencio detr�s de la puerta. Cuando o� el
ascensor detenerse en mi planta, comprob� por la mirilla que se trataba de Oscar
y le abr� r�pidamente la puerta. Una vez dentro la cerr� suavemente.



Los acontecimientos se sucedieron como la p�lvora. Comenzamos
a besarnos en la boca compulsivamente, como si llev�ramos a�os sin practicar
sexo. Los besos de nuestros labios dieron paso a que nuestras lenguas se
entrelazaran como serpientes rabiosas, y comenzamos a intercambiar saliva. Oscar
comenz� a sobarme las tetas por encima de mi blusa, mientras que yo hac�a lo
propio con su paquete. La excitaci�n de ambos fue brutal. Minutos despu�s nos
internamos en mi dormitorio sin dejar de besarnos y meternos mano por todas
partes. Un sentimiento de verg�enza aflor� en mis mejillas cuando me di cuenta
que no hab�a hecho ni la cama, pero a Oscar parec�a importarle muy poco aquel
detalle.



Seguimos bes�ndonos con lujuria mientras nos quit�bamos la
ropa el uno al otro. La imagen que ten�a creada del muchacho no desmereci� en
nada a la realidad. Ten�a un cuerpo casi perfecto, plagado de m�sculos y con el
est�mago liso y duro como una tabla. Su pene, bastante m�s grande que el de mi
marido, le colgaba semi-erecto entre sus robustas piernas, y ten�a el culo duro
y prieto como una manzana verde. Oscar me tumb� sobre la cama, boca arriba, y,
recost�ndose entre mis piernas comenz� a lamerme el co�o de arriba abajo. Luego
me restreg� suavemente su "piercing" en el cl�toris, haciendo que alcanzara
r�pidamente un fenomenal orgasmo.



Todav�a convulsionada por el placer que me hab�a
proporcionado, me arrodill� entre sus piernas y comenc� a lamerle la comisura de
los huevos. Su polla fue creciendo hasta alcanzar la m�xima erecci�n, y su
prepucio se fue retirando dejando al descubierto un hermoso y rosado glande que
supuraba las primeras gotas de l�quido pre-seminal. Le recorr� el capullo con mi
lengua, haciendo c�rculos suaves y lentos, lo que provoc� que el chico
enloqueciera de placer. Luego, abr� mi boca y le fui engullendo el rabo hasta
alojar su glande en mi garganta. Mis labios recorr�an todo aquel tronco, de
fuera adentro, mientras que con mi lengua le segu�a lamiendo el capullo y mis
manos estrujaban sus huevos como si le estuviera orde�ando.



Yo estaba loca de excitaci�n y morbo, por lo que le ped� que
me follara. Sin poner objeci�n alguna a mis �ltimas palabras, Oscar me cogi� por
la cintura y me subi� a horcajadas sobre �l. Luego me hundi� su glande en mi
raja y, de un solo empuj�n me la meti� entera en el co�o. Yo comenc� a
cabalgarle la polla sin parar hasta conseguir encadenar tres orgasmos seguidos.
Cambiamos varias veces de posici�n, en cada una de las cuales volv�a a correrme
r�pidamente. Por cierto, cuando practicamos la posici�n del "perrito", Oscar
utilizaba mis tetas como punto de apoyo para follarme el co�o por detr�s, lo que
me hizo alcanzar las estrellas de placer.






Despu�s de media hora de interminable polvo, durante la cual
perd� la cuenta de los orgasmos que me hab�a proporcionado, not� como Oscar
estaba a punto de correrse. A pesar de la tentaci�n de que el chico terminara en
mi co�o, y del deseo de notar su esperma caliente en mis entra�as, para evitar
tener problemas, ya que no se hab�a puesto un cond�n y podr�a dejarme pre�ada,
paramos de follar y me la met� de nuevo en la boca. A los pocos segundos, un
autentico torrente de leche tibia y espesa me fue inundando la garganta. A
medida que su glande iba escupiendo borbotones de semen, me lo iba tragando con
sumo placer y vicio. Le estuve estrujando los huevos para que los vaciara por
completo en mi est�mago. Luego le reba�� los restos de lefa con mi lengua, hasta
dejarle la polla brillante como una patena.



Todav�a abrazados en la cama, encendimos sendos cigarrillos,
comentando el extraordinario polvazo que hab�amos echado, y la satisfacci�n
mutua que hab�amos obtenido. Al terminar el cigarrillo nos besamos en la boca y
nos dirigimos al cuarto de ba�o para lavarnos los bajos. Oscar levant� la tapa
del water y me pidi� que me arrodillara a su lado. Sin preguntar la finalidad de
aquella petici�n obedec�. El chico apunt� su polla, ya m�s relajada, en mi cara
y comenz� a mear. Su c�lida orina se iba estrellando contra mi rostro, en un
chorro firme y abundante. Cuando su meada comenz� a amainar abr� mi boca para
permitir el paso de sus �ltimos chorreones y me los tragu� sin vacilar.



Luego nos duchamos juntos. Por descontado que durante la
ducha, Oscar me volvi� a follar. Esta vez lo hicimos de pie, en una posici�n que
yo desconoc�a, pero no menos placentera que las otras. Y esta vez le dej� que se
corriera dentro de mi co�o, a pesar del riesgo que ello supuso. Gracias a Dios
que no me dej� pre�ada.



Desde aquel d�a suelo follar con el carnicero bastante a
menudo, unas veces en mi casa, otras en un hostal cercano, y hasta incluso en su
coche. Pero, para poder hacerlo sin cond�n y evitar embarazos no deseados, he
comenzado a tomar la p�ldora anticonceptiva sin que se entere mi esposo.



Fin.


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