Relato: Madre e Hija esclavas del destino (1)



Relato: Madre e Hija esclavas del destino (1)

Madre e Hija esclavas del destino Pt 1






Una mujer y su hija descubren que el secreto de la
felicidad estaba en ser esclavas del novio de su hija.



Relato escrito por JP con colaboraci�n de su fiel esclavo
Alexxx.



Mi marido Luis me anunci� el lunes que ten�a que viajar el
viernes de la misma semana a Berl�n para un congreso y que no regresar�a hasta
la tarde del lunes siguiente.



Inmediatamente se lo dije a mi hija Paula para que se lo
comunicase a nuestro Amo. Despu�s de un mes por fin podr�a disponer de las dos
juntas. Desde entonces solo hab�a podido usarnos por separado, m�s a Paula que a
mi. Ella no ten�a impedimentos matrimoniales como yo y por esa raz�n su
explotaci�n por el Amo era superior a la m�a provocando mis celos.



Adem�s, no se pod�an comparar sus 17 a�itos con mis 42. Ella
era rubita, esbelta y hermosamente conformada, de 1,75 de estatura, cara
angelical, unos pechos regulares y perfectamente erguidos, cinturita estrecha
que resaltaba sus redondeadas caderas y su culito resping�n. Los muslos y las
piernas estaban perfectamente torneados. En fin, llamaba la atenci�n por la
calle tanto de hombres como de mujeres.



Yo hab�a estado orgullosa del fruto de mi vientre hasta que
el Amo entr� en nuestra vida hace un a�o y mi amor por mi hija se convirti� en
celos, envidia y rencor. Lo conoc� como su novio, cuando ella contaba 16 y �l
20. Me pareci� un gran chico y pronto lo admitimos en casa hasta que me cautiv�
y convirti� en su sierva m�s sumisa hac�a ya un par de meses.



De esposa normalita, ama de casa y abogada de una empresa de
construcci�n pas� a ser su puta subyugada, dispuesta a hacer por �l cualquier
cosa por muy perversa o repulsiva que fuese. A mis 42 a�os eso signific� una
revoluci�n en mis h�bitos y en mi vestir que tuve que justificar a mi marido con
alardes de imaginaci�n basados en que, pasados los 40, quer�a aprovechar mi vida
antes de entrar en la vejez. Mi marido, 12 a�os mayor que yo, en crisis y con
cierto decaimiento por haber sobrepasado la cincuentena, se trag� los cuentos.



As� comenc� a "acudir" a actos sociales a los que siempre
hab�a sido remisa, me apunt� a un gimnasio y a una ONG para ayuda a los ni�os
desnutridos. Por supuesto nunca me ver�an el pelo en esos sitios. Era una excusa
para estar a disposici�n de mi due�o.



Al Amo le encantaba disfrutar de madre e hija
simult�neamente, pero era dif�cil compaginar la disponibilidad de ambas, y m�s
por las noches o todo un fin de semana como �l quer�a.



Paula me confirm� que el Amo nos admit�a para el fin de
semana en que mi marido viajar�a. No cab�amos en nosotras mismas de gozo y de
ansiedad. Cuando de ofrecer agrado al Amo se trataba, mi aversi�n por mi hija se
quedaba en segundo plano. Si �l era dichoso teniendo a las dos juntas, yo me
consideraba bienaventurada.



El jueves por la tarde acudimos las dos al sal�n de est�tica
para una nueva sesi�n de fotodepilado. Ya casi no nos crec�a nada de vello salvo
en cabeza, pesta�as y cejas. Pero quer�amos ser perfectas para �l y ofrecerle la
piel m�s suave posible para su deleite, uso y abuso. Al Amo no le complac�a
cebarse en pieles curtidas por el maltrato. Tambi�n nos hicimos la manicura.
Paula se pint� sus perfectas u�as de corte recto de color rojo como le gusta al
amo ya que acent�an la tersura de sus largos y esbeltos dedos. Mis u�as, algo
m�s largas recibieron una laca nacarada que tambi�n hac�a mis manos
irresistibles y anunciadoras de voluptuosas caricias.



El viernes, despu�s de salir mi marido para el aeropuerto,
envi� a mi hijo peque�o, Tom�s, de 12 a�os, a la casa de mi madre, en el campo,
con la excusa de que ten�a que tomar el aire porque le ve�a algo paliducho.



No bien se fue Tom�s, Paula y yo nos dedicamos a prepararnos
para estar como quer�a el Amo que nos present�semos ante �l. Olvid� mi ojeriza
con ella para que me administrase un enema que limpiase mis intestinos para
tenerlos bien limpios ante nuestro due�o. Not� el caliente l�quido fluyendo en
mi interior y me imagin� que era el esperma o la orina del Amo la que me
produc�a el efecto y que la c�nula y el plug-in que Paula me insert� en el
esf�nter para contener el l�quido hasta que surtiese efecto era su adorado pene.
Paula, quiero creer que no exprofeso, se debi� pasar en la dosis de la lavativa,
porque mis dolores de vientre fueron inhabituales antes de que transcurriese el
tiempo aconsejado para ablandar las heces y que ella se empe�� en observar antes
de quitarme el tap�n para poder evacuar.



Lo de cagar ante mi hija no me gusta nada, igual que orinar,
pero es voluntad del Amo que, siempre que se pueda, cada una presencie los
alivios f�sicos de la otra. Tambi�n por deseo expreso suyo, en mi habitaci�n de
matrimonio hay una diminuta c�mara oculta con micr�fono para que Paula presencie
mis actividades sexuales con mi marido, su padre.



Paula me impuso otro enema m�s y mientras me insertaba la
c�nula con una mano con la otra acariciaba mi vulva y met�a dos de sus hermosos
y largos dedos en mi c�lida gruta que de inmediato comenz� a humedecerse. Me
encantaba hacer el amor con mi hija y no hab�a cosa que me produjese mayor
placer que el amo nos ordenase ofrecerle n�meros l�sbicos.



Nuevamente hube de vaciar mi recto ante la atenta mirada de
Paula y mi correspondiente sonrojo. Despu�s fui yo la que le administr� los
enemas a Paula. Mientras introduc�a la c�nula en su cerradito, pero el�stico
ano, contempl� con orgullo de madre y envidia de competidora sus perfectas
nalgas y muslos.



Sentada ella en la taza para evacuar contempl� lo que m�s le
envidiaba: Su decoraci�n. Paula portaba en sus pezones unos atractivos aretes de
titanio de gran grosor y di�metro que coronaban la perfecta curva de sus pechos
plenos y descendiendo en un perfecto escorzo. En lo alto del pecho izquierdo
mostraba un art�stico tatuaje de atractivos colores que consist�a en una
mariposa encadenada y en cuyas alas estaban las iniciales del amo. Tambi�n ten�a
un grueso anillo atravesando de pleno la pepitilla de su cl�toris y otros cuatro
en los labios mayores, dos a cada lado, que confer�an el toque de perfecci�n a
su abultad�sima, pelada y brillante vulva. Cuando se encontraba en pie el efecto
de esa vulva as� adornada era devastador para la libido de cualquier persona,
hombre, mujer o ni�o. Cuando el amo exig�a que le comiese el co�o, el m�o
chorreaba de inmediato. Pasar la lengua entre aquellos pliegues forzando la
separaci�n de sus bien cerrados labios exteriores en medio de la suav�sima piel
de su pubis era lo m�s delicioso que nadie se pueda llevar a la boca.



La odiaba. �C�mo el amo iba a hacer uso de mi cuerpo si
dispon�a de la propia Afrodita?. Ese uso se revelaba en los azulados verdugones
que cruzaban sus nalgas y el propio pubis y que ella me mostraba orgullosamente
para demostrarme que el amo la hab�a flagelado recientemente.



Por odiar, odiaba hasta mi matrimonio y a mi cornudo esposo.
Por culpa de �l yo no pod�a ser anillada ni flagelada. No pod�a ofrecer al amo
ning�n uso que revelase mi condici�n de esclava a mi marido. Mi entrega al amo
era frustrante, porque no pod�a demostrarle todo lo que estar�a dispuesta a
hacer y sufrir por �l.



Las dos ofrecimos al amo la renuncia a nuestra vida y la
entrega completa a �l a todas horas del d�a, pero no lo admiti�. Arguy� que a�n
no se encontraba en condiciones de poder alimentar y administrar debidamente a
dos esclavas. Entonces le ofrecimos prostituirnos para atender los gastos que
pudi�semos ocasionarle. Incluso encontramos burdel para trabajar juntas. Tambi�n
estaba dispuesta a admitirnos a trabajar como actrices una productora de cine
porno duro con la condici�n de acreditar en las pel�culas nuestro parentesco.
Hubi�ramos hecho cualquier cosa para estar siempre a su lado, a sabiendas de que
por mi parte ya no podr�a ver nunca a mi hijo menor. Pero el Amo se mantuvo en
sus trece diciendo que era demasiado joven para tanta responsabilidad.



Nos peinamos y maquillamos con sobriedad, como quer�a el Amo.
Nos vestimos sin ropa interior. Paula con un vestidito infantil y yo con un
austero traje de chaqueta, como sol�a ir a mi trabajo en la constructora, pero
ambas con las faldas m�s cortas de lo habitual, de tal manera que un inclinaci�n
dejaba al descubierto nuestros pelados pubis y por tanto los rezumantes
agujeros, ya brillantes de jugos por la excitaci�n que nos produc�a la inmediata
entrega al Amo.



Por �ltimo, siempre siguiendo las instrucciones, yo me
introduje dos grandes bolas chinas en la vagina y un rosario de seis peque�as en
el recto. Para mi envidia, Paula tenia orden de envolver tres pesadas piedras en
condones, met�rselas en la vagina y cerrar la salida con dos candados de buen
tama�o y peso pasados por los anillos de sus labios.



Tomamos un taxi. Durante el trayecto el taxista no paraba de
mirar mis piernas por el retrovisor. Estoy segura de que estaba mostr�ndole mi
h�medo y abierto chumino sin remedio asomando por �l el cordon de extracci�n de
las bolas, ya que la escasa tela de mi falda no alcanzaba bien a cubrirme y el
tipo de g�nero imped�a la caida del tejido entre los muslos para tapar algo. La
tela del vestidito de Paula, al ser m�s flexible la tapaba mejor.



El Amo nos hab�a ordenado dejar el taxi a cinco manzanas de
su casa y llegar andando. Ni que decir tiene que el andar fue penoso,
singularmente para Paula, que notaba las piedras de su vagina pugnando por salir
por su propio peso y estirando brutalmente los labios enlazados por los candados
de los anillos. Yo fluctuaba entre el placer proporcionado por las bolas y el
bochorno de que se me notase por la calle. El caso es que las dos, sobre todo mi
hija, parec�amos ping�inos caminando y estaba espantosamente convencida que todo
aquel que se cruzaba advert�a inequ�vocamente lo que alberg�bamos dentro.



Llegamos al piso del Amo y nerviosas, ansiosas y ardientes
llamamos a la puerta. Nos abri� �l en persona y tras hacernos pasar al
recibidor, las dos nos arrodillamos con la vista baja como estaba ordenado. Nos
indic� con un gesto que nos levant�semos y nos condujo a la habitaci�n de
castigo. Me extra�� porque a esa habitaci�n �bamos despu�s de ser acusadas de
alguna falta cuando nos usaba en su gran cama.



En la habitaci�n de castigo se encontraba un gigantesco negro
desnudo. Bueno, no totalmente desnudo. Ten�a puesto un mecanismo met�lico de
castidad que aprisionaba su gran pene contra el escroto de manera que le fuera
imposible la erecci�n.



- Este es Nadie, mi ayudante hoy. Hoy no est�is en esta sala
para ser castigadas. No puede haber castigo si no hay falta. Hoy vuestros
cuerpos ser�n usados para darme placer mediante el dolor. Sencillamente porque
quiero.



No rechistamos. As� deb�a ser. Lo que �l dispusiese se
aceptaba sin discusi�n. Ni siquiera se nos pasaba por la cabeza analizar las
causas de sus decisiones.



- Desnudaos.



Paula obedeci� de inmediato y dej� deslizar su vestidito al
suelo quedando en pelotas ante los dos hombres. Yo era la primera vez que me
ten�a que desnudar ante alguien que no fuese el Amo o mi marido y dud� unos
segundos. Los suficientes para merecerme un fustazo en las nalgas que me
ascendi� por la columna y restall� en la cabeza dej�ndome temblando de dolor.



Inmediatamente me desnud� y qued� en pie con la vista baja,
abochornada y sonrojada por la presencia del negro.



El Amo coloc� a Paula un collar met�lico donde trab� sus
manos a ambos lados con unas pulseras igualmente met�licas y la encaden� por el
anillo del cl�toris a una argolla de la pared.



- Empecemos con la vieja. Dijo al negro.



El negro me tom� de un brazo con rudeza y me condujo a una
gran mesa donde me hizo tender boca arriba. Entre �l y el Amo me colocaron un
collar postural de cuero y sendos grilletes en las mu�ecas. Me obligaron a
doblar las rodillas y con unas anchas bandas de cuero ci�eron fuertemente mis
muslos a los tobillos. Me colocaron otras bandas cerca de las rodillas con una
barra separadora que ajustaron al m�ximo, hasta que me dolieron las caderas y
los tendones de las ingles.



A continuaci�n el negro me coloc� una mordaza con un pene de
goma hacia el interior que casi alcanzaba mi garganta, provoc�ndome nauseas y
arcadas. Un ancho cintur�n de cuero ci�� fuertemente mi cintura y a �l me
trabaron los grilletes de las mu�ecas.



El Amo se dedic� entonces a mis agujeros. Extrajo bruscamente
las bolas chinas de mi co�o y el rosario de mi ano haci�ndome da�o. Insert� un
esp�culum en mi vagina y a trav�s de �l introdujo algo que me pareci� como una
bolsa el�stica. Tambi�n me insert� una c�nula en el meato urinario. Sac� el
aparato de mi vagina y me lo meti� en el ano separando brutalmente el esf�nter.
Yo hab�a dejado de ser virgen por ese agujero no hac�a m�s de un mes, cuando el
me lo inaugur�. Y solamente me hab�a vuelto a utilizar por ah� un par de veces
m�s, por lo que mi esf�nter a�n no esta habituado a las penetraciones. Me doli�
mucho, creyendo que iba a rasgarme, hasta que me lo quit� despu�s de meterme
otra bolsa en el recto.



Mis miradas se dirig�an de cuando en cuando a mi hija Paula
que miraba con suma atenci�n las maniobras de los dos hombres sobre mi indefenso
cuerpo. Nunca el Amo me hab�a tratado tan severamente y Paula estaba asombrada.
Supongo que, vistos los verdugones de sus nalgas y su pubis ella ya habr�a
experimentado tratamientos duros. Me satisfizo que ella viera lo que el Amo me
hac�a, ya que denotaba su predilecci�n por mi cuerpo mientras ella estaba
postergada en un rinc�n.



El extremo del tubo de pl�stico de la c�nula de mi meato me
fue insertado en la mordaza, que deb�a tener otro conducto porque el poco rato
not� mi orina en mi garganta. Con la repulsi�n que me produjo beber mi propia
orina aumentaron las nauseas y arcadas y seguido de ellas una sensaci�n de
angustia y sofoco. Me pregunt� si el Amo no se estaba excediendo.



El negro amarr� mis tetas con unas anchas gomas el�sticas y
me coloc� unas pinzas met�licas en los pezones que me produjeron un dolor
insoportable. Pero ese dolor result� insignificante ante el que me produjo otra
pinza colocada en mi cl�toris.



Cuando cre� que ya no pod�a ser objeto de m�s sa�a, el Amo
tom� un inflador de colchonetas o neum�ticos dotado de un bar�metro y conectando
el tubo a una v�lvula de las bolsas insertas en mi recto y mi cavidad vaginal,
comenz� a inflarlas, una tras otra hasta que cre� que me reventar�a
interiormente. Entonces par�. Pas� dos finas tiras de cuero a los lados de mis
labios vaginales que fueron enganchadas detr�s y delante de mi cintur�n de cuero
estirando de ellas firmemente de tal forma que mis labios y mi meato
sobresalieron grotescamente abultados hacia fuera y coronados por la pinza del
cl�toris. Tras colocar otras correas al cintur�n not� como era elevada quedando
suspendida en el aire boca abajo con gran parte del peso soportado por las
correas de mi ingle a los lados de mis labios que se clavaban insoportablemente
aumentando en mi interior la presi�n de las dos bolsas que abarrotaban ambas
cavidades.



Dentro de mi suplicio no dejaba de satisfacerme ver la cara
de mi hija, entre indignada y anhelante por el olvido de que era objeto. Y si
cre�a no soportar ya m�s, el negro me colg� una plomadas de las pinzas de mis
pezones y de la del cl�toris, tras lo cual el Amo conecto unos cables a las
cadenas de las plomadas cuyo otro extremo ve�a insertado a una extra�o artilugio
sin duda el�ctrico. Aquello me angusti� hasta el extremo de decir: � Basta, me
voy!. Pero como iba a poder decir nada con aquel pene artificial metido hasta
casi mi garganta y con �sta ocupada en deglutir mi propia orina para no
ahogarme.



El Amo manipul� los mandos en la caja, peg� dos electrodos en
mis sienes con esparadrapo y �l y su negro se alejaron hacia mi hija Paula a
quien liberaron de sus ataduras. Yo ve�a toda la escena y me entraron celos
nuevamente cuando pasaron a ocuparse de ella abandon�ndome a mi. Pero al poco
not� como la caja el�ctrica ejecutaba diab�licamente su funci�n. Comenc� a
sentir un suave hormigueo muy agradable que se extend�a desde mis pezones
bajando por los lados del vientre hasta llegar a mi cl�toris, despu�s pasando
por el perineo y subiendo por mi columna vertebral hasta concentrase en la nuca.
Aquello calm� mi angustia por la posici�n y las restricciones y me entregu� a
disfrutar de la extra�a sensaci�n.



La agradable vibraci�n me estaba conduciendo poco a poco
hacia el cl�max de una forma inexorable y en mi interior agradec�a al Amo que mi
entrega a su brutalidad tuviese tan apreciado premio. Cuando estaba desliz�ndome
por el inicio del orgasmo un doloroso rel�mpago estall� en mi cerebro y todo mi
cuerpo sufri� una bestial sacudida seguida de una formidable y dolorosa
contracci�n muscular que me apart� completamente del placer hasta entonces
sentido.



Confundida y aterrada por la dolorosa experiencia volv� a
fijarme en como los dos hombres trataban a Paula.



El Amo hab�a ordenado a mi nena que lamiese el ojete del culo
del negro y acariciase sus test�culos y sus musculosos muslos. El hombre deb�a
sufrir lo indecible con su pene constre�ido por el artilugio de castidad que le
imped�a su consecuente reacci�n a las caricias de mi hermos�sima hija. Por su
parte ella deb�a sufrir por la humillaci�n a que se ve�a sometida.



Nuevamente sent� el placentero cosquilleo de la m�quina
el�ctrica y me entregu� otra vez a �l hasta que me lleg� un profundo orgasmo que
fue sofocado por un nuevo latigazo.



As� pas� cerca de media hora mientras ve�a el uso al que se
ve�a sometida Paula. Cada vez que yo estaba al borde del orgasmo o �ste se hab�a
iniciado, se malograba por la doloros�sima y violenta descarga que me dejaba
absolutamente frustrada, destrozada y aterrada ante la expectativa de otra m�s,
ya que por m�s que lo intent� era incapaz de sustraerme al hormigueo que me
conduc�a inevitablemente al orgasmo. Comprend� que los electrodos de las sienes
deb�an detectar la llegada de la ola de placer y enviaban a la diab�lica m�quina
una se�al para efectuar la descarga que quebraba el ansiado cl�max.



Paula hab�a sido liberada por el negro Nadie del candado que
cerraba sus labios vaginales y el Amo le hab�a ordenado saltar. As� lo hizo
hasta que las piedras que albergaba en su �ntima cavidad cayeron al suelo por su
peso. Entonces el Amo orden� a Nadie que le hiciese el amor a mi hija sobre una
mesa. La caricias del negro acentuaron la dolorosa reclusi�n del pene de �ste y
pronto llevaron a mi hija al borde del orgasmo. El Amo dio una orden al negro
para que colocase a Paula boca arriba y concentrase las caricias en su anillado
cl�toris. Cuando Paula se rindi� al orgasmo, el negro se apart� de ella y el Amo
le propin� un tremendo fustazo en el cl�toris que hizo saltar de dolor y exhalar
un inhumano aullido a mi nena. Tampoco ella obtendr�a el cl�max.



Despu�s Paula fue sujeta igual que yo. Con los tobillos
ce�idos a los muslos y una barra separando las rodillas todo lo que se pod�a sin
descoyuntarla. Las mu�ecas se ligaron a un collar postural como el m�o y por
�ltimo con una cadena que pend�a del techo, levantaron la barra separadora de
las rodillas, con lo cual mi pobre hija quedaba con sus agujeros expuestos
totalmente a merced de lo que se quisiera hacer en ellos.



El Amo se ensa�� con la fusta golpeando el pelado pubis y la
cara interna de los muslos de Paula, sin olvidar de cuando en cuando dedicar
alg�n golpe a sus perfectos pechos. El dolor de los fustazos se acentuaba por el
efecto de los anillos que adornaban su cuerpo. Pronto tuvo su sexo hinchado y
enrojecido. Entonces el Amo le aplic� vinagre y liberando sus ligaduras la
oblig� a sentarse a horcajadas sobre un list�n de madera de secci�n triangular
tendido entre dos caballetes. La altura de los caballetes estaba ajustada para
que la pobre chica se mantuviese de puntillas con la afilada arista del list�n
incrustada en su vulva. Para realzar la atormentadora postura, de los anillos de
sus labios vaginales colgaron dos plomadas, al igual que de los anillos de sus
pezones. Las manos segu�an trabadas al inc�modo collar postural que obligaba a
tener la cabeza inc�modamente erguida.



El Amo rodaba con una c�mara de video todo nuestro tormento
cuando no estaba personalmente ocupado en el tratamiento.



Acababa yo de sufrir la en�sima descarga interruptora del
orgasmo y me encontraba desesperada cuando los dos hombres volvieron a prestarme
atenci�n. Me quitaron las bandas de goma que comprim�an mis pechos y sufr� un
extraordinario dolor al reanudarse la circulaci�n sangu�nea por ellos. Despu�s
me liberaron del resto de aparejos salvo de las dos bolsas hinchadas que
rellenaban pujantes mis agujeros produci�ndome una sensaci�n de extra�o sofoco y
malestar. El Amo me orden� correr alrededor de la habitaci�n y mi malestar
aument� intensificado por el bochorno que me produc�a la grotesca manera de
correr a que me ve�a obligada por la opresi�n de mis cavidades desnuda ante dos
hombres, uno de los cuales era la primera vez que ve�a en mi vida.



Despu�s me orden� ponerme de rodillas en el centro de la
habitaci�n, con la cabeza apoyada en el suelo, el culo bien levantado en
exposici�n y las manos separando mis gl�teos para no obstaculizar la vista de
mis taponados orificios.



Fueron a liberar a Paula de su intolerable asiento y la
trajeron hasta mi sujet�ndola en pie ya que el perin� deb�a dolerle cruelmente.
No la libraron de las plomadas de los pechos pero si de las de los labios
vaginales, aunque una la pasaron a colgar del anillo del cl�toris distendiendo
�ste desmedidamente.



Ordenaron a Paula desinflar las bolsas y extra�rmelas, con
gran alivio para mi mis maltratadas cavidades. El Amo estuvo un buen rato
enfocando con la c�mara de video mis agujeros, que deb�an ofrecer un
extravagante espect�culo dilatados como deb�an estar por las bolsas y mantenidos
abiertos por mis propias manos.



Cuando ya cre�a que hab�a terminado la sesi�n, Paula fue
conminada a follar mi erguido culo con su pu�o y obedeci�. Aunque mi ano era
pr�cticamente virgen, la brutal y reciente dilataci�n provocada por el globo
permiti� a Paula introducir su pu�o en mi recto sin el menor esfuerzo.



Mi hija fue instruida de qu� hacer y pronto me estaba
follando el ano con un movimiento fren�tico mientras con la otra mano
friccionaba mi cl�toris. Las continuas frustraciones sufridas por la m�quina
el�ctrica hab�an acumulado en mi tal deseo por llegar al cl�max que no tard�
mucho en conseguirlo ante los insultos de Amo relativos a la sucia ramera que yo
era.



Despu�s de correrme Paula ces� el movimiento de su pu�o, pero
el Amo le orden� seguir mientras �l le quitaba a Nadie el artilugio de castidad
que aprisionaba su polla.



El Negro deb�a saber controlarse bien, porque la misma no
apareci� erguida como el espect�culo debiera haberla dispuesto, sino m�s bien
morcillona. Se le orden� a Paula dejar de follar mi culo y sacar su pu�o y
entonces fue el negro quien introdujo en mi agujero su bien equipado pene.
Cuando estaba convencida de que iba a ser sodomizada de mala manera, porque poco
placer pod�a sacar el negro de mi superensanchado orificio, not� un calor en los
intestinos. El negro estaba orinando dentro de mi. Y deb�a llevar tiempo sin
hacerlo, porque la meada fue interminable.



Cuando concluy� la meada, el Amo me introdujo un tap�n anal
para contener el asqueroso l�quido hasta que empez� a hacerme efecto como un
enema y mis intestinos exigieron la inmediata evacuaci�n. Mientras, Nadie hab�a
colocado a Paula un separador de mand�bulas tremendamente forzado. El Amo coloc�
a Paula con su abierta boca tras mi ano y me despoj� de un seco tir�n de mi
tap�n anal.



Con toda mi repugnancia no pude contenerme y la orina del
negro albergada en mi recto sali� disparada a la boca de Paulita mientras el Amo
la empujaba hasta cubrir mi ano con su boca orden�ndola beber. La chica no pudo
tragar todo y recibi� varios latigazos en la espalda como castigo.



El Amo entreg� a Nadie su aparato de castidad y �ste se lo
coloc� d�cilmente devolviendo despu�s la llave a su due�o. A una orden de �ste
el negro nos empaquet� concienzudamente a mi hija y a mi: Los orificios de ambas
fueron taponados concienzudamente mediante mordaza de bola y sendos tapones
anales, uno para la vagina y otro para el ano, siendo descomunal el alojado en
la vagina. Para descartar cualquier expulsi�n fueron bien retenidos con una
correa de cuero que, pasando por la ingle, se ce��a fuertemente por los ri�ones
y por el vientre a un ancho cintur�n de cuero tambi�n muy apretado. Al pasar por
la vulva, la fina y tensa correa se introduc�a inc�modamente entre los labios
vaginales. La mu�ecas fueron trabadas a unas argollas del cintur�n y nos fij�
con otras correas los tobillos a los muslos para aumentar nuestra incomodidad y
dolor.



Nos coloc� una capucha que nos imped�a la visi�n y el o�do y
fuimos abandonadas durante varias horas en las que, yo al menos, sufr� numerosos
y punzantes calambres en las piernas y ataques de ansiedad. La baba me ca�a por
entre los labios debido a que la mordaza me imped�a tragar saliva y los mocos se
a�ad�an a ella ba�ando todo mi pecho, lo que acentuaba mi sensaci�n de miserable
animal.



Cuando el Amo retorn� ya era de d�a, S�bado. A�n ten�a
cuerenta y ocho horas para atormentarnos. Yo estaba segura de que regresar�a a
casa con marcas que ser�a inevitable que mi marido percibiese.



Me di cuenta de que Nadie hab�a pasado la noche a nuestro
lado, empaquetado tambi�n muy inc�modamente y con su ojete trasero taponado como
nosotras.



El Amo liber� las manos del negro y le permiti� que �l mismo
se deshiciese de su tap�n anal. Despu�s Nadie nos liber� de nuestras
restricciones y tapones y el Amo nos orden� ir al ba�o para evacuar, cosa que
necesit�bamos los tres hacer imperiosamente.



Primero me orden� defecar a mi en presencia de los tres. Ya
he comentado que aquello me resultaba humillante en presencia de mi hija. La
idea de hacerlo ante el Amo y Nadie me result� ya insuperable y no obedec�. Ello
me aport� un pellizco en un pez�n que me hizo ver las estrellas. No solt� mi
pez�n hasta que no me sent� en la taza.



Si antes ten�a unas ganas enormes de cagar, ahora estaba
estre�ida y no me sal�a nada. Como Paula estaba poni�ndose enferma de no
hacerlo, el Amo le orden� sentarse en mi regazo y cagar y mear entre mis
piernas, lo que hizo que todo mi monte de Venus resultase pringado de sus
excrementos. Para limpiarme orden� al negro que me mease entre las piernas, lo
que hizo ante mi bochorno y de forma tal, que si la vez anterior la meada fue
extraordinariamente copiosa, ahora, tras toda la noche sin evacuar, aquello
parec�a un embalse vaci�ndose.



Para mayor verg�enza m�a el Amo me orden� mirar al negro a
los ojos y darle las gracias por lavarme. Cuando la noche anterior me� dentro de
mi recto no le ve�a, pero ahora mi bochorno fue tal que cre� que mi sonrojo me
har�a estallar la piel de la cara.



En un momento dado el Amo me orden� abrir la boca y Nadie
dirigi� inopinadamente su chorro hacia ella. Cerr� la boca y me gan� otro
castigo. El Amo orden� al negro que limpiase con su orina el culo de Paula y
mientras, me coloc� a mi el separador de mand�bulas. Me hizo arrodillar y
metiendo su amado pene en mi forzada boca, alivi� su vejiga en mi garganta,
oblig�ndome a beber para no ahogarme.



Despu�s nos hizo meter a los tres juntos en la ba�era y
ducharnos con agua fr�a. Nos hizo enjabonar bien adentro nuestros dilatados
orificios y orden� a Nadie quitar la alcachofa de la manguera de la ducha para
met�rnosla por los agujeros e irrigarnos a presi�n las cavidades. Una vez
terminado el exhaustivo aseo volvimos a la sala de torturas.



All�, Nadie nos coloc� un ancho collar de cuero a cada una
que forzaba nuestro ment�n hacia arriba oblig�ndonos a una postura altanera de
la cabeza. El negro Nadie nos volvi� a tapar los tres agujeros. Los m�os
inferiores fueron asegurados por medio del mismo cintur�n y correa con que hab�a
pasado la noche. Los tapones de Paula fueron asegurados enganchando una cadenita
desde su base al anillo del cl�toris de la ni�a. A ese mismo anillo le fue
enganchada una cadena para conducirla y a mi otra en una argolla del collar.



El Amo y Nadie se vistieron con unos elegantes trajes que les
ca�an muy bien a sus gallardos cuerpos. Tomando el Amo la cadena de Paula y
Nadie la m�a nos condujeron a la puerta, completamente desnudas salvo por
nuestras restricciones.



Nuevamente volv� a sofocarme al pensar que alguien nos
pudiese ver en la escalera. Supuse que nos llevaban al aparcamiento del s�tano
pues no pod�a ni imaginar que nos llevasen as� por la calle.



Y sucedi� lo que tem�a. Al salir del ascensor en el
aparcamiento nos encontramos con una venerable pareja.



- �Por Dios, pero qu� hacen ustedes!. �Qu� obscenidad! �Pero
qu� les hacen a estas mujeres! �Llamar� a la polic�a!



Ya me ve�a en los peri�dicos acusada de atentar contra la
moral p�blica y con mi marido pidiendo el divorcio. Y encima se quedar�a con la
custodia de mi hijo peque�o.



- Se�ora: Qu� le importa lo que yo haga con estas putas,
V�yase a la mierda y llame, llame a la polic�a. No me va a ver m�s por aqu�.



Sent� el tir�n del cuello y o� el gemido de Paula cuando
debi� recibir el correspondiente en el anillo de su dulce botoncito, ya de por
s� bastante torturado por el peso de la cadena, y seguimos andando tras nuestros
mentores mientras la pareja segu�a insult�ndonos y amenaz�ndonos.



En un momento llegamos a un coche con cristales tintados y
fuimos obligadas a acomodarnos en el maletero. Al poco notamos emprender la
marcha y estuvimos cuatro horas de viaje sin una sola parada.



Cuando nos dejaron salir del maletero nos encontr�bamos en
los jardines de una imponente mansi�n. Buena cantidad de hombres, mujeres y
bastantes adolescentes paseaban por el jard�n elegantemente vestidos y no
prestaron atenci�n al hecho de que estuvi�ramos totalmente desnudas ante ellos,
incluso saludaron al Amo sin preguntar por nuestra an�mala situaci�n. Paula y yo
est�bamos absolutamente granates de verg�enza por estar desnudas ante tanto
hombre con aquellas restricciones tan humillantes, los agujeros taponados y
reclamando ya la necesidad de orinar.



No obstante, pronto me percat� de que, de cuando en cuando,
hac�a acto de presencia alguna mujer u hombre tambi�n semidesnudos con prendas
de criados que serv�an bebidas a las otras personas.



No hab�a escuchado los saludos dirigidos al Amo y me di
cuenta de que le expresaban el p�same por la muerte de su padre.



- Nadie, quiero ver a mi madre. Ve a buscarla.



Nadie enganch� mi cadena al pasamanos de la escalinata que
conduc�a al p�rtico de entrada de la gran casa y desapareci� diligentemente para
cumplir la orden. Nuevamente me abochorn� por el hecho de que la madre del novio
de mi hija y due�o de ambas nos viese en aquel humillante estado.



Pero, para mi sorpresa Nadie regres� con una mujer tambi�n
desnuda. Madura, de unos 50 a�os, pero muy hermosa. Con un porte aristocr�tico y
una elegancia en el caminar que acentuaba la perfecta y extraordinariamente
conservada arrogancia de su cuerpo y sus atributos. Llevaba, como Paula, los
pezones y el cl�toris anillados con unas argollas de oro de descomunal espesor
que realzaban el donaire de la se�ora. Aparte de eso, unos zapatos de tac�n
alto, un collar met�lico y una ajorca en el brazo derecho eran su �nica
vestimenta. Ni tan siquiera ten�a un pelo en el pubis, por lo dem�s suave,
blanqu�simo y brillante,



- Buenos d�as Amo Hijo. Te doy mi m�s sentido p�same por la
muerte de tu padre.



- Hola esclava madre. Igualmente siento el fallecimiento de
tu amo esposo.



- Tus amistades est�n ya todas aqu� para darte el p�same y
escuchar tus disposiciones sobre el futuro de la hacienda y la cuadra de
esclavos que te ha legado mi amo esposo.



- Bien, disp�n que pasen al sal�n de exhibiciones y ll�vate a
estas dos bestias nuevas. Ponlas en condiciones de uso para hoy hasta que
disponga como clasificarlas, si es que aceptan entregarse.



- Como tu digas, Amo hijo.



Mientras hablaba con el Amo de espaldas a mi pude ver que
ten�a unas grandes letras tatuadas en la espalda donde se le�a sin dificultad
"GESTADORA12" y sobre la nalga izquierda una marca hecha al hierro candente y un
r�tulo que dec�a "DOMINACI�N" que, como despu�s supe era el nombre de la casa y
la extensa finca que la rodeaba. "Gestadora12" tambi�n estaba escrito en su
pelado monte de Venus, justo sobre la capucha del cl�toris.



La mujer tom� nuestras cadenas y tir� de ellas para
conducirnos a otro lugar. Paula no pudo dejar de gemir ante el estir�n de su
cl�toris. Si hace unas horas, en casa, hubiera pagado por verla sufrir debido a
mis celos, ahora volv�a a ser mi querida hija y sufr�a por ella. No pude menos
que notar la gran elongaci�n, hinchaz�n y enrojecimiento de su cl�toris,
absolutamente expuesto sin la protecci�n de su capucha. Los latigazos de la
noche anterior mostraban su efecto en forma de grandes verdugones cruzando todo
su cuerpo, incluyendo su siempre suave y delicado monte de Venus.



Se nos volvi� a liberar de nuestras restricciones, nos dej�
evacuar ante su inescrutable mirada y nos llev� a una sala donde se nos dio una
escudilla con arroz hervido y un cuenco de agua. No nos permiti� usar las manos,
debimos comer y beber a gatas sobre el suelo como los animales. Nuevamente
fuimos duchadas con agua fr�a y sometidas a irrigaciones vaginales y anales,
todo ello delante de un buen grupo de esclavas y alg�n esclavo que esperaban
turno para lo mismo. A ellas les resultaba indiferente el asunto, pero Paula y
yo est�bamos totalmente abochornadas de ser sometidas a aquellas cosas �ntimas
de forma tan imp�dica



Tras secarnos se nos coloc� a ambas un collar met�lico, Paula
recibi� unas plomadas en forma de bolas doradas colgando de sus anillos de los
pezones y de los labios. Esta vez se salv� el cl�toris sin duda debido al
aspecto tan lamentable que presentaba tras las �ltimas horas de suplicio. A mi
me colocaron unas pinzas met�licas en los pezones unidas por una cadena y otras
en los labios vaginales tambi�n unidas igualmente por otra cadena.



La esclava madre del Amo nos orden� esperar a que las dem�s
estuviesen limpias y, todas en grupo fuimos conducidas a un gran sal�n de actos
sobre un estrado detr�s del Amo. En el patio de butacas se sentaba la gente
vestida que hab�amos visto pasear por los jardines.



Las esclavas se encontraban todas desnudas como nosotras y
todas estaban tatuadas, marcadas a hierro al rojo y anilladas de forma parecida
a la madre del Amo. Entre los r�tulos de las esclavas pude leer algunos como:
"VACA95", "PONY34", "CO�O925", "SODOM675", "CHUPADORA342" ...



Me atrev� a preguntarle en un susurro a "VACA95", que estaba
a mi lado, la causa de esos nombres.



- Cada una lleva el nombre de la utilidad principal que se le
ha asignado. Yo soy vaca porque doy leche y se me orde�a todos los d�as para el
Amo o para quien �l quiera. "SODOM" son aquellas que follan particularmente bien
por el ano.



- Y cuando pierdes la leche?.



- Se tarda mucho porque el orde�o es diario. Pero si sucede
se me hace pre�ar otra vez.



- Y "GESTADORA"?.



- Esas son las que el Amo utiliza en calidad de esposa para
que le den hijos. Hay solo una o dos. Ahora solamente hay una y es mi madre. El
Amo elegir� otra m�s joven ya que mi madre ha dejado de ser f�rtil. Si no fuera
por eso ella le dar�a los hijos, siempre ha sido as�, por eso hay pocas
gestadoras.



- Entonces tu eres hermana del Amo.



- Si.



- Y el n�mero que sigue al nombre?.



- Dice cuantas ha habido desde que se fund� esta casa en el
a�o 1835. Yo soy la vaca n�mero 95 desde entonces.



Dos restallidos nos hicieron callar al recibir cada una un
fuerte fustazo en las nalgas por parte de una mujer alta y fuerte que llevaba el
r�tulo"POLIC�A254".



Entonces comenz� a hablar el Amo dirigi�ndose al p�blico para
agradecer su visita de p�same. Les asegur� que. Siguiendo la tradici�n, esa
noche habr�a una org�a en la que se podr�a utilizar su cuadra de esclavas a
discreci�n.


Continua�


Idea Original: J.P.


Colaboraci�n: Alexxx



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Relato: Madre e Hija esclavas del destino (1)
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